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Ciudadanos ante su disolución

Juan Manuel Verdugo Muñoz

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El 12 de diciembre de 1982 la extinta UCD celebraba su Congreso extraordinario después de las elecciones generales de 1982, donde había pasado de 168 diputados a 12, tras la dimisión de Adolfo Suárez en el Congreso de Mallorca de febrero de 1981, posterior abandono de la formación y la asunción del liderazgo por parte de Landelino Lavilla. El trasunto del Congreso giraba en torno al futuro de una formación cuyo horizonte político estaba escrito y los albaceas tenían como misión redactar el epitafio. Libraban la batalla azules y democristianos a través de una dialéctica emponzoñada. Por una parte Martín Villa con su valedor Gabriel Cisneros. Por otra parte Íñigo Cavero y los suyos, entre quienes se encontraban Javier Tusell o Javier Rupérez.

Básicamente, los azules defendían la autodisolución y la transformación en una federación de partidos, mientras que los democristianos defendían la sustantividad del proyecto como partido para entre otras cosas no diluirse como grupo parlamentario. Finalmente se alcanzó una solución ecléctica, continuando como partido y aplazando la decisión a futuro, cuando dicha federación de partidos alcanzara un consenso en torno a su liderazgo. El aplazamiento duró poco, el 18 de febrero de 1983 el Consejo Político de UCD acordaba la disolución de la formación.

La Unión de Centro Democrático llegó a aquél Congreso exhausta y rota. Los socialdemócratas ya habían abandonado aquel artefacto político que sirvió como instrumento político eficiente en plena transición política de la dictadura a la democracia. Así los ex ucedistas socialdemócratas Fernández Ordoñez y Javier Moscoso ya tenían el acta de diputados y sentaban posaderas en Consejo de Ministros socialista tras concurrir en las elecciones del 28 de octubre en coalición con el PSOE a través del Partido Acción Democrática. Indudablemente UCD ha sido el único experimento centrista que ha tenido éxito en nuestra democracia. Haciendo de la necesidad virtud confluyeron democristianos, liberales y socialdemócratas en una idea política que no era otra que emprender una reforma del régimen en el que surgió sin que en el curso del proceso se resquebrajaran las costuras del mismo, y en ese sentido aglutinó una base electoral suficiente que garantizó el éxito de la operación.

Simultáneamente a la desaparición de UCD surgió el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez, que terminó igualmente diluyéndose en el abismo de la historia tras intentar captar ese espacio político denominado centro, tan ansiado por muchos pero tan difícilmente objetivable en cuanto a su naturaleza. Algunos autores hablan del justo medio aristotélico para encontrar su fundamento. Otros hablan del moderantismo como doctrina política. En cualquier caso la dificultad del centro político está en qué en ocasiones hay que elegir y la elección ahuyenta o adhiere voluntades. No existe la fe inquebrantable en el centro político ni la pasión en su defensa, dada la vaguedad de la propuesta. Uno puede ser marxista apasionado, socialdemócrata por convicción o un devoto liberal pero difícilmente podrá ser un centrista irredento. El centro político se define únicamente en términos de utilidad al sistema como ocurrió con UCD.

No obstante, quince años después de la desaparición fáctica del Centro Democrático y Social surge Ciudadanos como formación política vinculada a la socialdemocracia de base territorial catalana que confronta el espacio político que entiende ha abandonado el PSC, como consecuencia de su acercamiento a tesis más nacionalistas. Y Ciudadanos crece y da el salto a la política nacional con un discurso de defensa de la unidad territorial desde posiciones socioliberales que conjugan socialdemocracia y liberalismo, y con un líder - Albert Rivera - que en una primera fase es capaz de tomar decisiones que conjugan bien con el sentir de una parte del electorado que le premia hasta obtener 52 diputados en las elecciones de abril de 2019. Pero es ahí donde erró Albert Rivera. No se equivocó en el Congreso de febrero de 2017, donde abandonaba las referencias socialdemócratas para adentrarse en el ámbito del liberalismo progresista. Albert Rivera pudo ser útil influyendo con sus políticas en un Gobierno de socialistas liderado por Pedro Sánchez, pero le devoró su ambición de ser líder del centro derecha nacional. Si el centro político deja de ser útil deja de existir porque no existe fe en lo inobjetivable e intrascendente.

Igual que UCD dejó de ser útil, Ciudadanos dejaba de ser útil. Por ello, la situación actual de Ciudadanos es la de un partido que afronta un futuro escrito. Albert Rivera abandonó el timón como lo hizo Suarez o el propio Calvo Sotelo. Ahora es Arrimadas la que como albacea quiere encargarse de capitular, con la oposición de los que defienden la autonomía política del proyecto con Igea a la cabeza y Garicano como principal valedor. Si como parece que puede acontecer Arrimadas gana la partida se abrirá el proceso de disolución de Ciudadanos porque fundamentalmente dejó de ser útil y entrará consecuentemente en fase de liquidación y con ella la mayoría de cargos políticos se enrolará en la España Suma-previas Cataluña Suma y demás sumatorias regionales- como paso previo a su integración en el partido popular, mientras que otros- los más cercanos a la posición socialdemócrata abandonada por el partido- acabarán engrosando progresivamente las filas del PSOE.

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