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Cuellos blancos, manos sucias

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Si mi vecino sospecha que vendo drogas, las fuerzas de seguridad acudirán, más pronto que tarde, a mi casa, con la correspondiente orden de entrada y registro, en busca de los estupefacientes y el dinero que gracias a ello he obtenido.

Si alguien sospecha que he sido yo quien se ha colado en su casa a robar, ocurrirá algo parecido: un día, agentes del orden irrumpirán en mi vivienda y, con toda seguridad, darán con el plasma, las joyas o la tostadora de mi víctima.

Si las personas a quienes he estafado me denuncian, no tardarán tampoco los agentes en cumplir con su deber de buscar pruebas. Y, claro está, si mis timos tienen algo que ver con la ofimática, no dudarán en precintar mis equipos, hasta el momento en que puedan ser registrados.

Si, sabiendo que va a ocurrir cualquiera de estos tres casos, intento tirar mis drogas por el váter, prender fuego al plasma, las joyas o la tostadora, o formatear mis discos duros, se me acusará, seguramente, de obstrucción a la justicia, de destrucción de pruebas o vaya usted a saber qué delito más.

En cambio, si se sospecha que formo parte de una red de corrupción, si se intuye que no me he apropiado de las pertenencias ni jugado con la salud de una persona concreta, sino de muchas, que mis estafas no afectan a un individuo, sino a una nación entera, es posible que la entrada se haga esperar, que yo logre poner a la justicia muchas trabas o incluso me persone como acusación en mi propia causa, que obtenga, en fin, todas las facilidades del mundo para destruir las pruebas. Y puede que hasta los tertulianos a sueldo consideren lógico que yo formatee y destruya mis discos duros porque contienen información sensible o porque para eso son míos, qué diantres.

Así que, visto lo visto, resulta rentable dedicarse a los delitos de cuello blanco. Al menos en este país.

Si mi vecino sospecha que vendo drogas, las fuerzas de seguridad acudirán, más pronto que tarde, a mi casa, con la correspondiente orden de entrada y registro, en busca de los estupefacientes y el dinero que gracias a ello he obtenido.

Si alguien sospecha que he sido yo quien se ha colado en su casa a robar, ocurrirá algo parecido: un día, agentes del orden irrumpirán en mi vivienda y, con toda seguridad, darán con el plasma, las joyas o la tostadora de mi víctima.