Espacio de opinión de Canarias Ahora
No le digas a mi madre que trabajo en publicidad
Según Séguéla, uno de los mejores creativos publicitarios franceses - y por ende, del mundo- la publicidad ha sido uno de esos trabajos de los que nadie se quiere sentir orgulloso. Una especie de estigma que se lleva con resignación, pero del que mejor no se habla y menos en público. El mismo título del libro, en donde pone por encima de su trabajo el ser pianista en un burdel, no dejar dudas al respecto.
No negaré que en estos últimos treinta años, las cosas han cambiado bastante, y que ya se puede decir que se trabaja en publicidad, sin temor a que te miren mal o te tachen de inútil por desempeñar dicha ocupación. Tampoco es que ahora ser creativo de publicidad sea la panacea, pero las cosas se ven de otra manera. Además, la situación es tal que ni siquiera ya es fácil lograr un puesto de pianista en un burdel de buena reputación, con lo que la publicidad se antoja una opción como otra cualquiera.
Sea como fuere, y a pesar de los cambios mencionados, yo decidí abandonarla ?me refiero a mi trabajo en el mundo publicitario-por varias razones. Hubo muchas, pero la más esclarecedora de todas fue una conversación con un empresario, a causa de una campaña de publicidad ideada por mí, a mediados de los años noventa.
El mencionado empresario me acusó, entre otras cosas, de ser muy agresivo en aquella campaña. Ante sus acusaciones decidí preguntarle las razones de su enfado y su respuesta fue la siguiente: lo que me molesta es que le des tanta información a los clientes y con tantos datos. De esa forma, cuando vengan a mi establecimiento, tendrán una idea clara de lo que quieren y, entonces, nosotros no podremos venderles lo que a nosotros nos interesa. Después añadió más cosas, con un verbo nada florido pero, en esencia, éstas fueron sus palabras.
Yo, ante todo aquello, solamente fui capaz de articular una leve respuesta, algo así como ¿Entonces de lo que se trata es de engañar al cliente y no darle ninguna posibilidad de elegir?... una respuesta que me supuso un principio de bronca, la cual obvié, dado que, acto seguido me levanté y me marche de su despacho.
Ahora, con el paso del tiempo, me imagino a aquella persona despotricando, con cara de un caricaturesco personaje de anime japonés, y me río. Sin embargo, en aquellos mismos instantes, su caradura y falta absoluta de ética profesional no me hicieron ninguna gracia.
Imagino que mis tragaderas no eran las necesarias para trabajar en el mundo de la publicidad y, por ello, decidí malgastar mi vida en otra profesión tan menospreciada ?y vilipendiada por algunos-como la de periodista y escritor.
De todas formas, entiendo que mi decisión -con la perspectiva que dan los años- fue la correcta y que, gracias a ella, me he ahorrado tener que pasar por el calvario de tener que trabajar, por ejemplo, en una campaña electoral como la que ha sufrido nuestro país, muy recientemente.
Si hubiera seguido trabajando en publicidad -no sé tocar el piano, con lo que la opción del burdel no es, ni siquiera, planteable-, alguno de los partidos políticos que concurrió a las elecciones europeas bien pudiera haber sido cliente de la agencia en la que yo trabajara. En principio esto no debería suponer ningún conflicto de interés, ideologías aparte, pero solamente en teoría.
Los verdaderos problemas hubieran llegado después, al tratar de encontrar un eslogan que simplificara lo que tal o cual partido deseaba comunicar a sus electores. Hay una máxima en publicidad que dice “No existen malos anuncios, sino malos anunciantes”, y nada ni nadie se escapa de dicha máxima.
Por tanto, se me antoja imposible anunciar a quienes, de un lado o de otros, demuestran con sus actos todo lo contrario a lo que proponen con sus eslóganes y proclamas. Tan imposible como tratar de presentar a quienes, ya han demostrado su incapacidad manifiesta como los nuevos valedores de una situación como la que estamos viviendo.
¿Con que espíritu podría defender a los que priman la especulación urbanística, la construcción desmesurada y el atentado continuo contra el entorno, frente a la formación, la cultura y la salud de las personas?
¿Cómo se puede presentar a un partido, cuyos integrantes luchan guerras intestinas para lograr el poder, tal y como antaño hicieran los senadores romanos, armados con las más letales dagas?
¿Qué pancarta puede soportar una mentira tras otra, una verdad mutilada o un rumor tendencioso, elevado a la categoría de dogma de fe?
¿Cuáles son las virtudes de quienes pregonan las bondades de un mundo viejo, caduco y obsoleto, el cual solamente beneficia a los que tienen, en detrimento de quienes sobreviven con lo mínimo?
¿Por qué un sector de la sociedad se empeña en imponerle a otro sus creencias y preceptos, bajo la argumentación de: es palabra de Dios y con eso te debería valer?
Entonces, ¿a qué Dios debo anunciar? ¿Al espiritual? ¿Al que representa el capital? ¿Al que representa el poder que unos pocos acumulan en detrimento de la mayoría? ¿Al que maneja la justicia con el mismo capricho que motivaba a las mitológicas deidades de antaño? ¿Con cuál me quedo?
Y, cuando todo pasara, ¿Cuál debería ser mi reacción al comprobar que, a pesar de los resultados, pocas cosas llegarían a cambiar?
Son demasiadas preguntas sin respuesta, o con una que no me ayudaría a continuar mi labor con la claridad de ideas necesarias.
Lo único que sé es que me alegro de la decisión tomada, luego de haber aceptado que mi futuro no pasaba por trabajar en un burdel de alta alcurnia, de esos a los que cristianos y gentiles acudían para desahogar la tensión acumulada durante el día. Una pena, porque en los burdeles se aprenden muchas cosas necesarias para poder sobrevivir y prosperar en nuestra sociedad actual. Quién sabe si esa era la segunda lectura que esconde el libro de Séguéla, lejos de ser una defensa del trabajo de creativo publicitario.
Bueno, será cuestión de enterarme si hay alguna plaza vacante en un burdel, aunque no sea de pianista, porque lo que es a la publicidad, éste que está aquí no vuelve.
Eduardo Serradilla Sanchis
Según Séguéla, uno de los mejores creativos publicitarios franceses - y por ende, del mundo- la publicidad ha sido uno de esos trabajos de los que nadie se quiere sentir orgulloso. Una especie de estigma que se lleva con resignación, pero del que mejor no se habla y menos en público. El mismo título del libro, en donde pone por encima de su trabajo el ser pianista en un burdel, no dejar dudas al respecto.
No negaré que en estos últimos treinta años, las cosas han cambiado bastante, y que ya se puede decir que se trabaja en publicidad, sin temor a que te miren mal o te tachen de inútil por desempeñar dicha ocupación. Tampoco es que ahora ser creativo de publicidad sea la panacea, pero las cosas se ven de otra manera. Además, la situación es tal que ni siquiera ya es fácil lograr un puesto de pianista en un burdel de buena reputación, con lo que la publicidad se antoja una opción como otra cualquiera.