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El efecto llamada

Un lector sentenció mi columna, achacando que mi problema era, por encima de cualquier otro asunto, que leía demasiados cómics. Imagino que el lector consideraba que mi postulado era, no sólo exagerado, sino contaminado por un arte menor como el noveno. Mi respuesta, vistos los días posteriores a las elecciones insulares y autonómicas es que yo tenía razón. Ni en el peor escenario descrito en las aventuras de un personaje como Daredevil podría imaginar los comportamientos de unos líderes, derrotados por las urnas, y cuyo único interés es el de perpetuar una caterva de caraduras, aprovechados y expoliadores del erario público, entre los que se encuentran ellos mismos. Todos ya han pasado de jugar a la ruleta rusa con el resto de la ciudadanía y ahora se mostrarían encantados de acabar con quien no piense como ellos, tal y como se hacía en la antigüedad con cualquier adversario incómodo.De todas formas, tampoco quiero dejarme llevar por el pesimismo que acaban contagiando quienes sólo piensan en cómo dinamitar los cimientos de nuestra imperfecta sociedad humana. Los resultados electores anuncian un cambio de talante, en la forma y en la manera de hacer las cosas y, en especial, en una de las áreas más depauperadas en la última década. Me refiero a las áreas de cultura y sociedad, tanto del Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria como del Cabildo de Gran Canaria. Del Gobierno de Canarias, también con cambio en su dirección, no hablo, dado que su aportación está circunscrita a unos ámbitos muy determinados.La falta de dedicación y pésima gestión llevada en dichas áreas por sus responsables será difícil de olvidar. No piensen que hago “tabula rasa” de todas las cosas que sí se han logrado llevar a buen puerto en estos años. Ahí está un Festival Internacional de Cine de Las Palmas que, tras siete intentos, parece que está encontrando un lugar en el panorama nacional. Que es mejorable, lo es, sobre todo porque al certamen le sobran expertos y le faltan profesionales serios. No profundizo más, porque ya he expresado mi opinión en muchas ocasiones.Sin embargo, a poco se miren las ruinas que han dejado tras de si, los responsables culturales deberían coincidir conmigo en que hay mucho por hacer y cada vez hay menos tiempo. Tampoco es que crea que una ideología determinada sea el revulsivo necesario y determinante para que las cosas cambien. Lo que ocurre es que las ideologías llamadas conservadoras –instaladas en ambas corporaciones desde hace varias legislaturas- han dejado muy claro que la cultura no es una de sus prioridades. Para ellos, la cultura es algo que ayuda a salir en las fotos, pero promocionar la cultura de base, la que ayuda a la formación de las personas y les enseña a tener un criterio, eso no estaba en sus idearios.Por añadidura, esos mismos responsables lograron que una inmensa cantidad de profesionales, de múltiples áreas, abandonaran sus labores de trabajo, colaboración, asesoramiento o mera presencia, de la misma manera que lo hace una abeja, saliendo de allí ¡zumbando! No les hablo por lo que me han contado sino por propia experiencia. Y de la misma forma que debo decir que mis recuerdos, salvo por el comportamiento de personas muy determinadas, son buenos, no dejo de reconocer que uno llegaba a tener la sensación de mejor abandonar el lugar, antes de que el desaliento le llegara a dominar por completo. Ahora, con nuevo horizonte levantándose tras las elecciones, quiero pensar que los nuevos responsables se detengan a ver las mencionadas ruinas y se pongan manos a la obra. Falta hace que se le devuelvan a nuestra sociedad valores y propuestas como los articulados en el ya extinto CIC de la calle Bravo Murillo. Algo queda de aquella iniciativa, pero poco del espíritu que la promovió. De ahí que sea de los que piensan que, a poco que cambien las cosas, se generará un efecto llamada que vuelva a reunir, bajo un mismo techo, pero sin la impertinente mirada del “gran hermano” de turno, a personas capaces de articular una nueva etapa cultural y social para Las Palmas de Gran Canaria. Me temo que no tendrá el glamour de propuestas como el anunciado “besamanos” para los fastos que devolvieron al Teatro Pérez Galdós a los ciudadanos del Archipiélago, pero seguro que tampoco serán, ni tan ridículos ni tan faltos de contenido como muchas de las propuestas que se han tenido que soportar los últimos años. Incluso el acto de soberbia límite de su organizador –acompañado de la desidia de quienes manejan los dineros públicos- y cuyo resultado final desembocó en la cacareada gala del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, puede que les sirviera a los gestores para recuperar la brújula, ser más modestos y conscientes de cuál es su papel en el engranaje de la sociedad. No obstante, no nos metamos con los asuntos ajenos, no sea que los integristas de la isla de enfrente nos obsequien con una Fatua –o fetua- religiosa, condenándonos, más de lo que ya estamos, por haber nacido en la isla de Gran Canaria. Eduardo Serradilla Sanchis

Un lector sentenció mi columna, achacando que mi problema era, por encima de cualquier otro asunto, que leía demasiados cómics. Imagino que el lector consideraba que mi postulado era, no sólo exagerado, sino contaminado por un arte menor como el noveno. Mi respuesta, vistos los días posteriores a las elecciones insulares y autonómicas es que yo tenía razón. Ni en el peor escenario descrito en las aventuras de un personaje como Daredevil podría imaginar los comportamientos de unos líderes, derrotados por las urnas, y cuyo único interés es el de perpetuar una caterva de caraduras, aprovechados y expoliadores del erario público, entre los que se encuentran ellos mismos. Todos ya han pasado de jugar a la ruleta rusa con el resto de la ciudadanía y ahora se mostrarían encantados de acabar con quien no piense como ellos, tal y como se hacía en la antigüedad con cualquier adversario incómodo.De todas formas, tampoco quiero dejarme llevar por el pesimismo que acaban contagiando quienes sólo piensan en cómo dinamitar los cimientos de nuestra imperfecta sociedad humana. Los resultados electores anuncian un cambio de talante, en la forma y en la manera de hacer las cosas y, en especial, en una de las áreas más depauperadas en la última década. Me refiero a las áreas de cultura y sociedad, tanto del Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria como del Cabildo de Gran Canaria. Del Gobierno de Canarias, también con cambio en su dirección, no hablo, dado que su aportación está circunscrita a unos ámbitos muy determinados.La falta de dedicación y pésima gestión llevada en dichas áreas por sus responsables será difícil de olvidar. No piensen que hago “tabula rasa” de todas las cosas que sí se han logrado llevar a buen puerto en estos años. Ahí está un Festival Internacional de Cine de Las Palmas que, tras siete intentos, parece que está encontrando un lugar en el panorama nacional. Que es mejorable, lo es, sobre todo porque al certamen le sobran expertos y le faltan profesionales serios. No profundizo más, porque ya he expresado mi opinión en muchas ocasiones.Sin embargo, a poco se miren las ruinas que han dejado tras de si, los responsables culturales deberían coincidir conmigo en que hay mucho por hacer y cada vez hay menos tiempo. Tampoco es que crea que una ideología determinada sea el revulsivo necesario y determinante para que las cosas cambien. Lo que ocurre es que las ideologías llamadas conservadoras –instaladas en ambas corporaciones desde hace varias legislaturas- han dejado muy claro que la cultura no es una de sus prioridades. Para ellos, la cultura es algo que ayuda a salir en las fotos, pero promocionar la cultura de base, la que ayuda a la formación de las personas y les enseña a tener un criterio, eso no estaba en sus idearios.Por añadidura, esos mismos responsables lograron que una inmensa cantidad de profesionales, de múltiples áreas, abandonaran sus labores de trabajo, colaboración, asesoramiento o mera presencia, de la misma manera que lo hace una abeja, saliendo de allí ¡zumbando! No les hablo por lo que me han contado sino por propia experiencia. Y de la misma forma que debo decir que mis recuerdos, salvo por el comportamiento de personas muy determinadas, son buenos, no dejo de reconocer que uno llegaba a tener la sensación de mejor abandonar el lugar, antes de que el desaliento le llegara a dominar por completo. Ahora, con nuevo horizonte levantándose tras las elecciones, quiero pensar que los nuevos responsables se detengan a ver las mencionadas ruinas y se pongan manos a la obra. Falta hace que se le devuelvan a nuestra sociedad valores y propuestas como los articulados en el ya extinto CIC de la calle Bravo Murillo. Algo queda de aquella iniciativa, pero poco del espíritu que la promovió. De ahí que sea de los que piensan que, a poco que cambien las cosas, se generará un efecto llamada que vuelva a reunir, bajo un mismo techo, pero sin la impertinente mirada del “gran hermano” de turno, a personas capaces de articular una nueva etapa cultural y social para Las Palmas de Gran Canaria. Me temo que no tendrá el glamour de propuestas como el anunciado “besamanos” para los fastos que devolvieron al Teatro Pérez Galdós a los ciudadanos del Archipiélago, pero seguro que tampoco serán, ni tan ridículos ni tan faltos de contenido como muchas de las propuestas que se han tenido que soportar los últimos años. Incluso el acto de soberbia límite de su organizador –acompañado de la desidia de quienes manejan los dineros públicos- y cuyo resultado final desembocó en la cacareada gala del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, puede que les sirviera a los gestores para recuperar la brújula, ser más modestos y conscientes de cuál es su papel en el engranaje de la sociedad. No obstante, no nos metamos con los asuntos ajenos, no sea que los integristas de la isla de enfrente nos obsequien con una Fatua –o fetua- religiosa, condenándonos, más de lo que ya estamos, por haber nacido en la isla de Gran Canaria. Eduardo Serradilla Sanchis