Fortunatas contra 'laevam Mauretaniae'
La cuestión del poblamiento de nuestras Islas Canarias ha provocado que dentro y fuera del ámbito académico se hayan vertido litros y litros de tinta, además de horas y horas de discusión y debate. Desde leyendas antiguas como aquella que emparentaba a los aborígenes isleños con los supuestos habitantes de la desaparecida Atlántida, a otras igual de peregrinas como la menos conocida de la “leyenda de las lenguas cortadas” recogidas por algunos cronistas; hasta las referencias más tajantes de autores como Abreu Galindo que en el siglo XVII ya afirmaba que los primeros que a estas islas vinieron fueron de África. En cualquier caso, el pasado no solo geográfico, histórico, económico, social o cultural, sino también poblacional de estas islas ha estado determinado por su ubicación física que, queramos o no, nos enfrenta inevitablemente al hecho de que como ya decía Plinio en su Historia Natural (VI), : Fortunatas contra laevam Mauretaniae (frente a la margen izquierda de la Mauritania, se encuentran las Afortunadas).
Con independencia de las fechas, que es la cuestión que aún hoy plantea cierta disputa, está asumido que el poblamiento de estas islas fue el resultado de una serie de viajes realizados por poblaciones eminentemente de cultura bereber (o amazigh si queremos ser exactos con el término, puesto que bereber es una deformación del término bárbaro que los romanos aplicaron a los pueblos que se encontraron en este caso en la región de Mauritania), que sin disponer de los medios adecuados y sin responder a un plan organizado de forma institucional, arribaron de forma diversa a cada una de las islas para tratar de encontrar un territorio en el que poder instalarse y, seguramente, dejar atrás las penalidades económicas o políticas de las que pudieran estar huyendo de sus tierras de origen. Es importante señalar el componente “no institucional” de la empresa, puesto que no se trata de una expedición de poblamiento al estilo de las que sí tenemos constancia en fuentes antiguas, tanto para el ámbito romano, como para el griego, el fenicio o el cartaginés. Las embarcaciones en las que estos grupos llegaron a las costas de nuestras islas no parece que ofrecieran las mejores condiciones para la navegación, lo que podemos inferir del hecho de que una vez instalados en estas tierras se acabara perdiendo todo conocimiento náutico que permitiera viajes de retorno, de intercambio con el continente o de contacto entre las islas. Por la misma razón, los arqueólogos e investigadores de este periodo consideran que estos primeros pobladores vinieron con los enseres básicos para poder salir adelante, en una empresa que podemos imaginar de muchas maneras, pero nunca como un capricho, una aventura o una invasión en toda regla.
¿Podemos por un momento ponernos en el lugar de aquellos hombres, mujeres y niños que tuvieron el coraje, la fortaleza, la incertidumbre, la desesperación de meterse en unas embarcaciones dejando atrás el mundo que conocían para navegar rumbo a unas tierras de las que posiblemente solo poseyeran noticias inciertas? ¿Podemos imaginar el temor presente en sus cabezas cuando abandonaban las tierras donde habían vivido y tratado de prosperar, para dirigir su mirada hacia unas islas a las que no sabían si acabarían llegando o el mar se los tragaría? ¿Podemos tan siquiera comprender qué clase de razones poderosas nos pueden llegar a obligar a nosotros mismos a abandonar nuestros hogares para arriesgarnos a alcanzar un territorio desconocido, donde no sabemos qué o a quiénes nos podremos encontrar?
Aquellos primitivos pobladores de Canarias se encontraron unas islas despobladas y sus primeros momentos debieron ser enormemente complicados: explorar el lugar, encontrar agua potable y qué recursos podían servir para tratar de sobrevivir y empezar a mejorar su suerte. ¡Qué distinto hubiese sido todo si al llegar a esas costas hubiesen sido recibidos por población ya presente en ese sitio! ¡Qué distinto hubiese sido si esa población tuviera los medios suficientes para rescatar a aquellos navíos que pudieran haberse quedado a la deriva sin medios para encontrar rumbo a tierra! ¡Qué distinto habría sido todo si esa población tuviera recursos, leyes e instituciones con capacidad para acoger a estos migrantes para facilitarles su acogida y su nuevo proyecto de vida! Pero sobre todo, ¡qué distinto hubiese sido si esos habitantes de las Afortunadas nunca hubiesen olvidado que al igual que estos pobres desesperados que han sido capaces de lanzarse a hacer una travesía incierta desde las costas de Mauritania, sus antepasados también tuvieron que dejar sus tierras de origen para salir a buscar fuera el pan con el que saciar el hambre, la esperanza con la que poder vivir mejor!
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