Espacio de opinión de Canarias Ahora
Gamberros en la hierba
Hace menos de un año nos quejamos amargamente porque cuatro mataos aguaron la fiesta del ascenso de la Unión Deportiva sin darnos cuenta que el ADN del gamberrismo lo llevan algunos miembros del propio equipo en el escudo que se besan automáticamente cuando marcan un gol, como se ha demostrado este fin de semana con la expulsión simultánea de tres jugadores, dos de ellos de la cantera.
Si el comportamiento de futbolistas profesionales que han jugado en Primera División es tan maleducado y vándalo, a nadie puede extrañar que unos pibes arrabaleros enturbien una tarde que se preveía gloriosa. El deporte es como la política. Si los de arriba no dan ejemplo, no podemos pedir a los de abajo que sean ejemplares.
A veces les exigimos a unos golfillos de barrio que se comporten como personas normales, pero aplaudimos y defendemos a jóvenes ricos y mimados por dar una patada sin balón al contrario, abofetear a un asistente o insultar al árbitro. No tiene sentido, es absurdo.
Este domingo accidentado, con la muerte de un aficionado incluida, la gente salió contenta del estadio por haber vencido al Zaragoza con tres jugadores menos, cuando en realidad tendría que haberse marchado triste y alicaída por el pésimo comportamiento de los expulsados.
El fútbol, ese deporte tan bello, produce fanáticos tontos, como los que van a la puerta del juzgado a aplaudir a Messi a pesar de su millonario fraude fiscal. O esos otros que se sienten orgullosos de unos deportistas tan poco deportivos y con una conducta tan poco edificante que utilizan la violencia física y verbal para resolver la contienda.
Por eso no debe extrañarnos que un alevín de diez años patee la cabeza de un rival adrede y no porque la confundiera con el balón. Detrás de la pugna irracional de esos niños en un campo están unos padres descerebrados que los jalean. Detrás de los futbolistas violentos se hallan unos hinchas fanáticos que confunden el césped del fútbol con el parqué de la bolsa del Ibex-35.
El fútbol ha pasado de ser un juego deportivo a convertirse en un negocio multinacional, y hace tiempo que desgraciadamente estamos sufriendo las consecuencias.
Hace menos de un año nos quejamos amargamente porque cuatro mataos aguaron la fiesta del ascenso de la Unión Deportiva sin darnos cuenta que el ADN del gamberrismo lo llevan algunos miembros del propio equipo en el escudo que se besan automáticamente cuando marcan un gol, como se ha demostrado este fin de semana con la expulsión simultánea de tres jugadores, dos de ellos de la cantera.
Si el comportamiento de futbolistas profesionales que han jugado en Primera División es tan maleducado y vándalo, a nadie puede extrañar que unos pibes arrabaleros enturbien una tarde que se preveía gloriosa. El deporte es como la política. Si los de arriba no dan ejemplo, no podemos pedir a los de abajo que sean ejemplares.