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Guerra, poder y clima

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“El cambio climático consiste en ir viendo una serie de vídeos de catástrofes climáticas grabados con móviles, cada vez más cerca de tu casa, hasta que un día eres tú quien está grabando.” Esta frase, que ha circulado en las redes a raíz de la DANA que recientemente devastó Valencia dejando más de doscientas personas fallecidas, no solo refleja la alarmante encrucijada climática en la que nos encontramos. En el actual contexto de creciente tensión bélica, la frase también podría leerse como: “La guerra consiste en ir viendo vídeos de bombardeos en la tele, cada vez más cerca de tu casa, hasta que un día eres tú quien recibe un aviso sobre cómo actuar ante un conflicto armado”.

Entretenidos en nuestros vaivenes, seguros en nuestro lugar privilegiado tras el muro de contención, nos decimos: “qué suerte tenemos de no ser ellos”. Confiados, creemos que alguien allá afuera resolverá los problemas del mundo. Y si no lo hacen, pensamos, al menos esos problemas nunca cruzarán nuestras fronteras. Pero ¡ay…!, lo contrario del amor, haríamos bien en recordar, no es el odio: es la indiferencia. Por eso, hoy vuelve a cobrar vigencia el poema de aquel pastor protestante alemán enviado por los nazis a un campo de concentración, que decía: “Primero vinieron a por los comunistas. Pero como yo no era comunista, no dije nada. Luego vinieron a por los socialistas y sindicalistas. Pero como yo no era ni lo uno ni lo otro, tampoco dije nada. Luego vinieron a por los judíos. Pero como yo no era judío, no dije nada. Luego vinieron a por mí, pero para entonces, ya no quedaba nadie que pudiera protestar”.

Permanecer al margen ya no es una opción. En la Era de las Consecuencias, seremos testigos y, a menudo, víctimas de los impactos cada vez más profundos de la crisis ecosocial. El genocidio en Palestina o la Guerra en Ucrania son solo los conflictos más sonados de más de medio centenar de contiendas activas, en un mundo cada vez más parecido al de la Guerra Fría. A su vez, el aumento de fenómenos climáticos extremos nos recuerda que la emergencia climática nos afecta a todos (aunque de manera desigual) y requiere respuestas globales basadas en la justicia climática.

El riesgo de confrontación nuclear y la emergencia climática representan, de hecho, los dos mayores desafíos a los que actualmente se enfrenta la humanidad, unido a los retos vinculados a la inteligencia artificial y a los problemas estructurales de desigualdades sociales que seguimos arrastrando. Además, escalada bélica y escalada climática constituyen dos fenómenos que no pueden ser analizados por separado, pues se retroalimentan mutuamente, de manera que los desastres climáticos intensifican las luchas por los recursos y los conflictos geopolíticos, aumentando aún más la violencia y amenazando la estabilidad global.

En este contexto, la reciente COP29 es quizás el más claro reflejo de las contradicciones, límites y tensiones del presente. La perversión de las grandes cumbres y foros globales, la crisis del multilateralismo y de las negociaciones internacionales, la incapacidad y la irresponsabilidad de nuestros líderes, la oposición entre los intereses de las élites y las soluciones que necesitamos… Todos estos elementos, escenificados en la Cumbre del Clima de Bakú, debieran llevarnos a una profunda reflexión acerca de en manos de quién estamos dejando nuestro futuro.

La ‘COP de la paz’ (y yo, el hombre más guapo del mundo)

Es fundamental recordar en qué mundo tiene lugar esta 29ª Conferencia de las Partes (COP) de la ONU sobre Cambio Climático, que este año tuvo lugar en Bakú, Azerbaiyán, del 11 al 24 de noviembre. En solo unas décadas, nuestro modelo socioeconómico ha desestabilizado las condiciones climáticas y ecológicas que se han dado en nuestro planeta en los últimos 12.000 años. Por primera vez, la temperatura media anual del planeta superó el famoso umbral del 1,5 ºC en 2023, marcando un hito alarmante y acercándonos a un punto de no retorno que podría desencadenar cambios climáticos irreversibles. Este año 2024 no vamos por mejor camino, y todo apunta a que volveremos a batir nuevos récords de temperatura.

Los impactos son más que visibles en todo el planeta: el calentamiento global está intensificando las sequías, acelerando la desertificación, exacerbando megaincendios y multiplicando la frecuencia y la magnitud de desastres ambientales. También en Europa, una región que algunos informes señalan que se está calentando el doble de rápido que la media mundial, las consecuencias son palpables, con millones de personas afectadas por el calor severo y las inundaciones. España, donde el 74% del territorio está en riesgo de desertificación, viene sufriendo restricciones de agua especialmente en regiones como Cataluña y Andalucía, al tiempo que fenómenos como los incendios o las DANAs son cada vez más intensos y frecuentes.

Canarias, que se encuentra en una posición de especial vulnerabilidad, está viendo afectada su biodiversidad y su patrón de lluvias, con cada vez mayores incendios, sequías y alteraciones en los alisios. Además, el colapso de la corriente oceánica AMOC y el aumento de temperaturas podrían acelerar drásticamente las peores previsiones, con un altísimo riesgo de desertificación que en islas como Gran Canaria alcanza el 90% de su superficie. De mantenerse la tendencia actual, Canarias tendrá que enfrentarse al incremento de episodios de calima, escasez de recursos hídricos y degradación del suelo, entre otras consecuencias adversas que amenazan la estabilidad ecológica del archipiélago.

Con este panorama, la noticia de que el Canarias haya sido reconocida en la reciente Cumbre del Clima como “pionera a nivel mundial” por sus planes de descarbonización, pareciera la luz que necesitamos al final del túnel. Y aunque ciertamente, cualquier paso en la buena dirección, por pequeño que sea, es positivo, más allá del marketing institucional, la nueva Ley Canaria de Cambio Climático y Transición Energética, recientemente reformada por Coalición Canaria y PP, no es precisamente lo que se esperaría de un referente mundial en la lucha contra la emergencia climática. Una reforma que ha sido duramente criticada, entre otros motivos, por priorizar los intereses de las grandes corporaciones, eliminar medidas para proteger la biodiversidad y el patrimonio, o dejar a los sectores más vulnerables sin protección, mientras insuficientes incentivos para las empresas e iniciativas pequeñas y la falta de consulta ciudadana dejan la transición energética fuera del alcance de quienes más la necesitan.

Por otro lado, cabe preguntarse qué mérito tiene ser el alumno aventajado de una cumbre que nació muerta desde el minuto uno. La COP29 se celebró en un país en el que los combustibles fósiles representan más del 90% de sus exportaciones y que, lejos de reducir su dependencia de estos, planea aumentar en un tercio su producción de gas. Con acuerdos, entre otros, con actores como la Unión Europea, que en 2022 firmó un pacto con Azerbaiyán para duplicar el suministro de gas hasta 2027.

La situación es tan grotesca que, por desgracia, se dibuja mejor desde la comedia: como decía el Gran Wyoming, es como si la empresa de jamón Jabugo patrocinara un Congreso Mundial de veganos. Algo que, por otro lado, no sorprendería a nadie, ya que este ha sido el tercer año consecutivo que la COP se celebra en un país adicto a los combustibles fósiles: las anteriores cumbres tuvieron lugar en Dubai y en Egipto. Dos países que, siguiendo con el tono irónico de Wyoming, no se dedican precisamente a la exportación de boniatos y chirimoyas.

El meollo central de esta cumbre radicaba en quién pagará los ingentes esfuerzos necesarios para frenar la emergencia climática, que han provocado más los países ricos, pero que sufren más los países empobrecidos. Las organizaciones ambientales han sido rotundas respecto al resultado final de las negociaciones y han expresado una vez más su indignación: la nueva meta global de financiación climática establece una cuantía insuficiente que destruye la solidaridad pactada en el Acuerdo de París y que diluye la responsabilidad histórica del Norte global. El texto final ni siquiera incluye una mención explícita acerca del abandono de los combustibles fósiles.

Así que, con un acuerdo a todas luces insuficiente para frenar la escalada climática, uno esperaría que esta cumbre hubiera servido al menos para promover la paz, en un momento tan crítico como el que vivimos. Al fin y al cabo, el régimen azerbaiyano había desplegado toda una campaña publicitaria para presentar esta conferencia como la ‘COP de la paz’. Pero poco podía esperarse de un régimen cuya represión de los derechos humanos es bien conocida. Azerbaiyán ni siquiera accedió a liberar a los prisioneros políticos y periodistas encarcelados (algunos precisamente por criticar los combustibles fósiles), tal y como exigían las organizaciones de la sociedad civil.

Si miramos desde una perspectiva más amplia esta COP, que estuvo marcada por la ausencia de los principales líderes internacionales (Biden, Xi Jinping, Putin, Von Der Leyen…), no pasa inadvertido que los debates centrales sobre quién debe pagar la factura climática han revelado profundas tensiones diplomáticas. En esta cumbre, la presión para que China y otros grandes emisores emergentes contribuyeran más a los fondos climáticos, ha vuelto a poner en evidencia una brecha entre los países del Norte y el Sur global. Por otro lado, los llamados a reformar la arquitectura financiera internacional, un clamor histórico del Sur Global, entroncan no solo con un choque de intereses climáticos, sino también con un trasfondo más amplio de rivalidades económicas y geopolíticas, en una coyuntura muy específica en la cual los cambios en el sistema financiero global, la escalada militar, y en definitiva, la redefinición del orden internacional, amenazan la hegemonía estadounidense.

Escalada bélica y climática: la narrativa del miedo

La rapidez con la que está sucediéndose la reconfiguración en el orden internacional, es propia de los momentos históricos de grandes cambios de paradigma. La ampliación de los BRICS, que con la inclusión de nuevos miembros en su última Cumbre en Kazán representa ya casi la mitad de la población mundial, en el intento de construir un bloque alternativo liderado por China. El fin del acuerdo petrodólar entre Estados Unidos y Arabia Saudita, que marca una ruptura histórica con el sistema financiero dominado por el dólar estadounidense. Y por supuesto, el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, con todo lo que ello implica para el tablero geopolítico y climático.

En el plano climático, como señala Emilio Santiago, no se trata solo de que la vuelta de Trump a la presidencia de Estados Unidos significará su retirada nuevamente del Acuerdo de París, suponiendo “un retroceso y un desmantelamiento de las políticas climáticas justo cuando lo que necesitamos es un esprint”. Un informe de Carbon Brief estima que una segunda legislatura de Trump podría añadir 4.000 millones de toneladas de COâ‚‚, equivalente a los impactos anuales combinados de Europa y Japón, o dicho de otro modo, a anular 5 años de ahorro de emisiones ligado a las renovables de todo el mundo. El diagnóstico es altamente desmoralizante: la consolidación de un “fascismo fósil” está transformando la emergencia climática en una crisis civilizatoria de hondo calado.

Y es que, en el plano geopolítico, la vuelta de Trump es sintomática de algo mucho más profundo: la decadencia de las potencias occidentales. Incluso algunos de los analistas más respetados, como el influyente politólogo estadounidense y teórico realista de las relaciones internacionales, John Mearsheimer, señalan que la dispersión de Estados Unidos con múltiples frentes abiertos, sobre todo en Europa del Este y Oriente Medio, está debilitando la posición estratégica estadounidense y favoreciendo la formación de alianzas entre rivales históricos como Rusia, China e Irán. Un fenómeno que no reflejaría solo un error táctico; la evidencia empírica demuestra que, desde la caída de Roma hasta los últimos episodios de las potencias coloniales europeas, los últimos zarpazos de los imperios en declive tienen consecuencias devastadoras: los imperios tienden a morir matando. La imagen que proyecta el país 'líder del mundo libre' es tan deplorable que habla por sí misma: un presidente con facultades mentales cuestionables, cediendo el poder a un sociópata cuya administración estará dominada por una pandilla de halcones belicistas, racistas, sionistas, negacionistas y machistas.

Esta dinámica nos coloca en un escenario en el que resulta cada vez más difícil describir la escalada bélica en curso y predecir qué ocurrirá, dado el vertiginoso ritmo al que día tras día se intensifica la tensión: la revisión de la doctrina nuclear de Rusia (y próximamente quizás también la de Irán) abriendo la puerta al uso de armas atómicas; la discusión sobre el envío de tropas europeas a Ucrania y el rearme de la UE abanderado por la nueva gran coalición con la extrema derecha; el aumento del presupuesto de defensa de España (mientras se duda, por ejemplo, sobre si mantener las subvenciones al transporte público)… hace que muchos empiecen a comparar el reciente duelo de misiles con la crisis de los misiles de Cuba de 1962, el episodio más tenso de la Guerra Fría en el que la humanidad estuvo a un paso de la guerra nuclear.

Es aquí donde la narrativa del miedo juega un papel crucial, moldeando conductas y posiciones políticas. Desde que en 1917 Woodrow Wilson creara la conocida Comisión Creel para influenciar a la opinión pública y convencer a la (hasta entonces pacifista) población norteamericana para entrar en la Primera Guerra Mundial, sabemos que los medios y los discursos son determinantes en la conformación de estados de ánimo colectivo. En este sentido, el caso de los países nórdicos en las últimas semanas ha sido paradigmático: Suecia, Finlandia y Noruega ya han empezado a repartir guías de supervivencia ante crisis o guerras, instigando el preparacionismo y el ‘sálvese quien pueda’. En España, el reciente Plan de Protección Ciudadana ante un posible conflicto bélico, enmarcado en la II Estrategia de Protección Civil aprobada el pasado mes de octubre por el gobierno de PSOE y Sumar, también contribuye a activar el miedo en nuestro país.

Pareciera que el tiempo quisiera dar la razón al anuncio de aquella ingeniosa biblioteca que decía: “Señores clientes: Movimos los libros de distopías post-apocalípticas a la sección de historia contemporánea.” Menudo mundo se nos está quedando…

Hacia una agenda de paz y sostenibilidad

Frente al “pesimismo de la inteligencia”, decía Gramsci, debemos oponer el “optimismo de la voluntad”. Pues “ser verdaderamente radical es hacer la esperanza posible, no la desesperación convincente” (Raymond Williams). Sin duda, tenemos motivos de sobra para sentir el miedo y la urgencia. Pero como plantean Emilio Santiago y Héctor Tejero respondiendo a la pregunta con la que titulan su libro ¿Qué hacer en caso de incendio?, en lugar de dejarnos dominar por el pánico, momentos como el actual requieren mantener la calma y buscar la salida de emergencia. Por el contrario, instalarse en el miedo, solo nos lleva a sobrecargar nuestro sistema nervioso, impidiéndonos pensar creativamente y cooperar.

Algo que puede ser útil cuando no sabemos cuál es el camino correcto, es identificar al menos cuál no lo es. Por ejemplo, el viraje ideológico de Los Verdes Alemanes en los últimos años, desde sus raíces pacifistas y ecologistas hacia una posición que abraza la euforia bélica, encarna justamente esa dirección errónea. Sus decisiones, motivadas más por el miedo y la urgencia que por una reflexión serena, han contribuido a alimentar una escalada armamentista que traiciona los valores que en otro tiempo defendieron.

Pero la historia es una espiral, y en este momento, lo que toca es volver a los orígenes. Concretamente: a mayo del 68. Aquel momento de la historia en que nuestras sociedades se atrevieron a soñar, desafiando el orden establecido. Aquel momento de la historia en que se sembraron las semillas de luchas que, en décadas posteriores, darían lugar a un ecologismo crítico y a la consolidación del pacifismo como alternativa al militarismo de la Guerra Fría. Hoy, en un contexto global de escalada climática y bélica avanzada, el paralelismo es evidente y necesario, con la diferencia clave de la urgencia, pues lo que en 1968 era una lucha por cambiar el sistema, en la actualidad es una carrera a contrarreloj para garantizar la supervivencia. En cualquier caso, recuperar el espíritu crítico de aquella época, puede alumbrar caminos para articular una agenda social y política para la paz y la sostenibilidad.

Porque no: al igual que Canarias no está al margen del riesgo de colapso ecológico, tampoco lo estará en caso de un conflicto bélico a gran escala, a pesar de que el factor insularidad pueda generar a muchos una falsa sensación de seguridad. De hecho, el territorio canario se presenta como un enclave estratégico muy preciado en la actual confrontación geopolítica, evidenciado en las múltiples visitas de Xi Jinping al archipiélago (con su tercera visita en solo ocho años hace unas semanas, mientras que la única visita oficial a Madrid fue en 2018), al tiempo que constituimos un paraíso para la OTAN, con una creciente presencia militar en las islas. Por otro lado, la cercanía geográfica al Sahel, donde se libran disputas geopolíticas entre potencias como Francia, Rusia y China, convierte a Canarias en un punto clave para las rutas migratorias y un potencial objetivo en caso de escalada.

Afortunadamente, la sociedad canaria tiene claro que la guerra nunca es la solución. Mientras el actual Gobierno liderado por Coalición Canaria, al igual que el anterior Gobierno liderado por el PSOE, mantienen su alineamiento sin cuestionamientos con la Alianza Atlántica, las organizaciones sociales han rechazado las pruebas militares y ensayos de guerra en el archipiélago con la firmeza de la que carecen nuestros líderes. Bajo el lema Invasión militar, nunca más. Canarias para la Paz, la sociedad civil está mostrando una vez más el camino a seguir, como está sucediendo en otras muchas partes del Estado, donde la ciudadanía se organiza para exigir la disolución de las organizaciones militares y un sistema de seguridad desmilitarizado.

Pero la sociedad está siendo ejemplar no solo en los intentos por frenar la escalada bélica. La histórica movilización Canarias Tiene Un Límite, que el pasado 20 de abril movilizó a cientos de miles de personas para reclamar que “Canarias no se vende: se ama y se defiende”, refleja la amplia conciencia existente entorno a la necesidad de transformar el actual modelo canario basado en el insostenible turismo de masas —en un proceso que sigue vivo y que el pasado 30 de noviembre se dio cita para trabajar sobre las más de 1.200 propuestas recibidas de la ciudadanía. En un momento en el que el establishment se jacta de que España está creciendo económicamente más rápido que el resto de economías avanzadas (mientras economías como la alemana se sumergen en la recesión: quién te ha visto y quién te ve…), debemos poner en el centro del debate que el verdadero origen de la emergencia climática se encuentra precisamente en el actual modelo socioeconómico basado en un crecimiento ilimitado, en un planeta con recursos limitados.

Por eso, cuando nuestros políticos hablan únicamente de un cambio de surtidor (de combustibles fósiles a energías “limpias”) sin un cambio de modelo (hacia un post-capitalismo basado en la justicia social y ambiental), nos están presentando soluciones vacías que solo profundizan en la escalada climática, sin abordar la raíz del problema y eludiendo la verdadera transición ecosocial que necesitamos. Lo saben bien los cientos de personas que hace unos días protestaron contra la instalación de la central térmica en el Puerto de La Luz. Como también lo saben las activistas de Extinction Rebellion que protestaron también hace unos días contra las empresas carboneras de Gijón, señalando con acierto: “La DANA empieza aquí”.

Necesitamos consolidar alianzas sociales que integren movimientos ecologistas, pacifistas y otras fuerzas transformadoras, articulando un marco de acción en el que quepan estrategias diversas y voces plurales. Solo cuando entendamos que los grandes espacios de negociación, como las COP, son espacios en disputa que únicamente reflejan la correlación de fuerzas existente en la sociedad, estaremos en condiciones de aspirar a transformar esa correlación desde la base.

El reto que tenemos por delante va más allá de frenar la escalada bélica y climática para evitar el colapso y la Tercera Guerra Mundial. Se trata (dándole la vuelta a aquella famosa frase de Riechmann) de luchar, no solo para evitar las peores distopías, sino para construir la brillante utopía. Con la ilusión genuina de quien, como no sabía que era imposible, fue y lo hizo.

El futuro está por escribir. Atrevámonos a soñar.

“El cambio climático consiste en ir viendo una serie de vídeos de catástrofes climáticas grabados con móviles, cada vez más cerca de tu casa, hasta que un día eres tú quien está grabando.” Esta frase, que ha circulado en las redes a raíz de la DANA que recientemente devastó Valencia dejando más de doscientas personas fallecidas, no solo refleja la alarmante encrucijada climática en la que nos encontramos. En el actual contexto de creciente tensión bélica, la frase también podría leerse como: “La guerra consiste en ir viendo vídeos de bombardeos en la tele, cada vez más cerca de tu casa, hasta que un día eres tú quien recibe un aviso sobre cómo actuar ante un conflicto armado”.

Entretenidos en nuestros vaivenes, seguros en nuestro lugar privilegiado tras el muro de contención, nos decimos: “qué suerte tenemos de no ser ellos”. Confiados, creemos que alguien allá afuera resolverá los problemas del mundo. Y si no lo hacen, pensamos, al menos esos problemas nunca cruzarán nuestras fronteras. Pero ¡ay…!, lo contrario del amor, haríamos bien en recordar, no es el odio: es la indiferencia. Por eso, hoy vuelve a cobrar vigencia el poema de aquel pastor protestante alemán enviado por los nazis a un campo de concentración, que decía: “Primero vinieron a por los comunistas. Pero como yo no era comunista, no dije nada. Luego vinieron a por los socialistas y sindicalistas. Pero como yo no era ni lo uno ni lo otro, tampoco dije nada. Luego vinieron a por los judíos. Pero como yo no era judío, no dije nada. Luego vinieron a por mí, pero para entonces, ya no quedaba nadie que pudiera protestar”.