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La ilusión perdida

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No pierdan la ilusión, pero hay que volver a la realidad. Es cierto que al cinturón no le quedan agujeros, pero estamos en medio de una ¿cuarta? oleada de ajustes y reajustes tanto en la gente, en las empresas como en instituciones públicas derivada de la afección del dichoso virus, al cual dan ganas ya de perderle el respeto vengándose por todas las personas que se han quedado por el camino. Día tras día, nos ponen un nuevo marco relacional que provoca una continua devaluación. De hecho, ya se ha perdido una quinta parte de nuestra riqueza y, en el primer trimestre del año, tal y como ya se pronosticaba, las cosas no van bien.

Por el lado de la empresa privada, corre el rumor de intensificar las ayudas y compensaciones, aunque no le daría mucho pábulo a tal teoría. Ahora bien, ya se podría poner un anexo a las publicaciones en los diarios oficiales, planeando las cuantías perdidas desde la perspectiva meramente económica, para saber no solo lo que se gana, sino lo que se pierde. Y para muestra, un botón porque en Canarias, en el ejercicio 2020 se han amortizado 112.800 empleos, creciendo en 61.600 personas el paro hasta colocar la tasa de desempleo en un 25,22%. De hecho, por cada 10% de PIB afectado, semanalmente desaparece un 0,2% de nuestro PIB. O lo que es lo mismo, 94 millones de euros. Así, de esta forma, tras caer la economía en un 20,2%, la cuenta final suma, de forma aproximada, unos 9.500 millones euros perdidos.

¿Y el futuro? Bien, gracias, se podría contestar de forma irónica. Independientemente que es impredecible y más cuando está inundado de incertidumbre, hay que seguir apostando por los protocolos. Ahora bien, estos deben ser creíbles. Porque de nada vale afianzar a recuperación económica sobre una solución sanitaria como es la vacunación, en donde se planteaba, y de hecho se sigue planteando, que el 70% de la población sería inmune al COVID-19 en el primer semestre de 2021, si al final se sabía desde el principio que no se iba a alcanzar. Y ya está bien. Y ya está bien porque no somos seres infantiles a los que hay que estar edulcorando la realidad por si nos asustamos. No hace falta simplificar el entorno como para que lo podamos entender. El cliente siempre tiene la razón, se nos decía en cualquier política de mercadotecnia y la elección que hace es fruto de dicha razón.

Esconder la mediocridad tras los problemas, argumentando que nadie ni nada podía hacerlo mejor, engrandece dicha mediocridad. La honestidad se basa en que, si no hay capacidad, pues paso a un lado para que otras mentalidades puedan aportar lo que se podrían considerar como soluciones, porque de los problemas complejos solo se sale con soluciones complejas. Lo otro, son ventas de crecepelo milagrosos con una cierta dificultad de aportarle dosis elevadas de credibilidad.

Hay que exigir que, lo que se planifica, se cumple. Porque, de lo contrario, se genera muchas facetas de insatisfacción. Para empezar, la del resto de la sociedad que tiene expectativas creadas al albor de la promesa. Y, para acabar, el propio desengaño de la persona o institución que se compromete que termina por verse lleno de resentimiento e impotencia.

¿Y si no se cumple? El mensaje que se da es que no pasa nada. Hablar de ajustes y reorientaciones de forma continua puede que no sea lo más agradable, pero hace tiempo que se han dejado de usar pistolas de agua y en la actualidad se está haciendo uso de armamento con munición real y para eso, mejor tener información a la vez que protección para actuar con un carácter propositivo para que, si al menos no se acierta siempre, se cometa el menor número de errores posible.