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Intromisiones en lo judicial

Acostumbrados como estamos a que los discursos protocolarios sean sólo éso, discursos, nadie se detuvo demasiado en las palabras de Castro. Salvo, claro, los hipercríticos: no entienden éstos que se limite a quejarse quien tiene en su mano actuar directamente contra intromisiones e injerencias y que está, además, obligado a hacerlo por razón de su cargo. Puede y debe el presidente del TSJC intervenir; aunque sólo sea mediante reconvención pública y por razones de pedagogía social.

Pero no se detienen ahí los hipercríticos. Piensan que si se produce injerencia es porque la Justicia se ha politizado. Una politización debida a que los nombramientos y ascensos en la carrera judicial aparecen cada vez más condicionados por gobiernos y partidos políticos. Dirán que eso no afecta a la independencia de los jueces e imagino (espero, al menos) que sea cierto en la inmensa mayoría de los casos. Pero también lo es que en estas circunstancias el político ve legítimas sus intromisiones en la labor de sus “promovidos” o propuestos, a los que conviene, por su parte, ser comprensivos y complacientes, con quien puede permitirles o no progresar profesionalmente.

Ahí está, sin ir más lejos, el último apaño de Zapatero y Rajoy en relación al gobierno de los jueces. Y ahí, la torpeza de José Miguel Ruano, responsable canario de Justicia, que dio por sentada la inocencia salmonera de Soria todavía con las palabras de Castro zumbando en los oídos. Lo dijo a título personal, pero no por eso deja de ser quien es ni de refrendar la seguridad del propio Soria en que el asunto será archivado. ¿Se lo prometió alguien? Ignoran los dos que asalmonado es el color de la vergüenza.

No estuvo fino Ruano. Es evidente que se refería a la inocencia penal de Soria y que aprovechó el jacío, que se decía en lo antiguo, para extenderla al campo político. Una aplicación de la doctrina del alcalde moganero que consideró su éxito electoral absolución de los delitos que se le imputan. Olvidó Ruano la máxima de Cicerón que les pongo en latín para mayor respeto: Quod non vetat lex, hoc vetat fieri pudor (=Lo que no prohíbe la ley, lo prohíbe la honestidad).

Acostumbrados como estamos a que los discursos protocolarios sean sólo éso, discursos, nadie se detuvo demasiado en las palabras de Castro. Salvo, claro, los hipercríticos: no entienden éstos que se limite a quejarse quien tiene en su mano actuar directamente contra intromisiones e injerencias y que está, además, obligado a hacerlo por razón de su cargo. Puede y debe el presidente del TSJC intervenir; aunque sólo sea mediante reconvención pública y por razones de pedagogía social.

Pero no se detienen ahí los hipercríticos. Piensan que si se produce injerencia es porque la Justicia se ha politizado. Una politización debida a que los nombramientos y ascensos en la carrera judicial aparecen cada vez más condicionados por gobiernos y partidos políticos. Dirán que eso no afecta a la independencia de los jueces e imagino (espero, al menos) que sea cierto en la inmensa mayoría de los casos. Pero también lo es que en estas circunstancias el político ve legítimas sus intromisiones en la labor de sus “promovidos” o propuestos, a los que conviene, por su parte, ser comprensivos y complacientes, con quien puede permitirles o no progresar profesionalmente.