Ita esse a maioribus traditum observatumque ait
Uno de los pilares sobre los que se sustentaba la autoridad que el Senado y, por tanto, la aristocracia romana era que se declaraban los garantes del mos maiorum. Bajo esta expresión se englobaba el genérico “costumbres de los ancestros” y venía a hacer referencia al conjunto de normas, reglas y usanzas que definían lo que debía ser el buen comportamiento de un ciudadano romano. En una sociedad tremendamente conservadora como era la romana, podemos suponer que la élite dirigente se mostraba muy orgullosa de sus costumbres, pues ellas servían para reafirmar bajo una pátina de “tradición” todo el conjunto de elementos que justificaban que el patriciado ostentara el monopolio político, económico, social y religioso de la joven república romana. Cualquier intento de cambio o innovación presentado por el resto de la ciudadanía, la plebe, era bloqueado desde el senado bajo el demoledor argumento de que iba “contra el mos maiorum”. Sin embargo, la propia historia de Roma nos enseña que las dinámicas sociales obligaron a las élites a ceder en numerosas parcelas de lo que se denominaban las costumbres de nuestros padres. Desde el inicio del conflicto patricio-plebeyo (siglo V a.C.), los miembros del senado se encontraron con que, cada cierto tiempo, las reivindicaciones legítimas de una parte importante de la ciudadanía romana les obligaba a “revisar” esas tradiciones que se perdían en el inicio de los tiempos. Y así tuvieron que aceptar que los plebeyos accedieran a las magistraturas republicanas, participaran en los sacerdocios, se condonaran las deudas o, incluso, que las mujeres pudieran llegar a tener reconocidos ciertos derechos como ciudadanas.
El origen latino de la palabra “tradición” (traditio) es presentado como una acción proveniente del verbo latino tradere y hace referencia a la transmisión o entrega de una enseñanza que entronca directamente con el protagonismo de nuestros antepasados. Es el autor Aulio Gelio quien en su libro Noches Áticas la utiliza para referirse a “según la tradición observada por los antepasados” (Ita esse a maioribus traditum observatumque ait). De ahí que cuando apelamos a que determinada acción o costumbre la mantenemos como fruto de una tradición, estamos haciendo una evocación directa a algo que proviene de tiempos anteriores a nosotros. Que eso que llamamos tradición provenga de un periodo anterior, no le confiere por sí solo un mayor grado de legitimidad o de justificación. Tan solo describe un hecho cronológico que, además, sirve para situar las cosas en su contexto. Y, por tanto, como hacían los senadores romanos a principios de la república romana, la mos maiorum no se puede convertir en fin en sí mismo. Las sociedades humanas se han construido por medio del progreso y la continua transformación. De tal manera que situaciones socioeconómicas que hace siglos se podían considerar socialmente aceptables, se convierten en obsoletas o injustas cuando es la propia sociedad la que cambia. Los ritmos tradicionales de transformación eran hasta no hace mucho más lentos y previsibles de lo que son hoy en día. Muchas tradiciones transmitidas por nuestros ancestros encuentran cada vez un difícil encaje dentro de los valores que hoy imperan en nuestra sociedad. Y uno de los elementos que se han convertido en referente de la necesidad de redefinir esas tradiciones es lo referido a la relación que se establece respecto a la legítima igualdad entre hombres y mujeres en todas las esferas.
No deja de ser desconcertante comprobar que la justificación que se ha querido establecer, en un primer momento, ante unas manifestaciones de comportamiento abiertamente machista haya sido la de que se trata de una “tradición”. Quienes la protagonizaron desde las ventanas de un colegio mayor (como podría haber sido desde cualquier otro espacio, puesto que no se trata de un fenómeno localizado), se sentían amparados en una costumbre de sus mayores, que tenía un contexto fundacional totalmente diferente al que hoy en día asumimos como sociedad. El hecho de que “porque hemos recibido esta costumbre de nuestros mayores”, queda justificado reproducir una haka en la que se normaliza la violación y la cosificación del cuerpo femenino, nos debe llevar a plantearnos hasta qué punto los valores modernos que nuestra sociedad tiene asumidos están plenamente asimilados. En todo momento histórico ha habido reaccionarios que se resistían a asumir que los “tiempos han cambiado”. En la antigua Roma es famosa la anécdota de Catón el Viejo, quien se obstinaba en aceptar que los viejos valores de la república habían sido renovados por las innovaciones provenientes de los vencidos griegos. Lo realmente preocupante del asunto es que sean las nuevas generaciones formadas bajo un modelo educativo donde se ha trabajado en la igualdad y el respeto, las que no se rebelen contra estas “tradiciones”.
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