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''Todos juntos'' contra Sarkozy

El país quedó parcialmente paralizado. La huelga del transporte conectó en su sexto día con el comienzo de otro paro del sector público (que acoge a más de 5 millones de trabajadores) y la insistencia de las movilizaciones estudiantiles por la derogación de la ley Pécresse, destinada a la privatización de la enseñanza superior. Tampoco fue posible este día 20 de noviembre distribuir periódicos por huelga en la empresa que tiene esa función. Las manifestaciones, muchas pero con una participación menor a la prevista por las organizaciones que convocaron, unieron a personas de estos sectores bajo el lema “Todos juntos”. El Gobierno francés, a pesar de atrincherarse en que rechazaba cualquier negociación mientras la huelga del transporte no se desactivara, inició conversaciones con los sindicatos con la idea de levantarla antes de que coincidiera en el tiempo con el paro en el conjunto del sector público.

Los transportistas persistieron en su empeño, impidiendo con asambleas cualquier paso atrás que intentaran los dirigentes sindicales para pactar con Sarkozy sin haber obtenido antes su principal reivindicación sobre las pensiones. Y a pesar de una campaña de la prensa más oficialista, que acusó a los trabajadores de defender “privilegios” (tiene mala intención esta perversión del lenguaje, desde luego), que publicó encuestas sobre la impopularidad del conflicto y que todos los días dirigía las informaciones a demostrar el desplome progresivo de la huelga misma. Pero la maniobra prosperó poco. En lugar de desactivar la protesta, el rechazo a las contrarreformas amplió su adhesión, extendiéndose poco a poco como una mancha de aceite.

Sarkozy conoce el alcance político (atenta a su programa de conjunto) de un conflicto aparentemente sindical que carece de una dirección política unificada. Que yo sepa, la oposición socialista se mantiene al margen de la lucha. El presidente conservador y neoliberal cuenta con esa ventaja. Sarkozy aparentó firmeza al reiterar que “Francia necesitaba estas reformas que de todos modos llegan tarde. Teníamos que evitar la decadencia de nuestro país” ante las exigencias de la globalización capitalista. Reiteró el fin de la huelga como condición para negociar, aunque ya lo está haciendo, y añadió lo siguiente: “Todos deben entender que para mí, en un conflicto como éste, no hay ganadores ni vencidos”. Muy bonito.

Primero, Sarkozy ha sido incapaz de aplicar todavía sus medidas más importantes, salvo la referida a la contrarreforma universitaria y porque los estudiantes andaban de vacaciones en agosto. Le falta derrotar a los trabajadores. Segundo, al final habrá vencedores y vencidos. Tercero, parece grotesco que la única manera de reducir el déficit público (suponiendo su urgencia) pase por golpear a los empleados de los servicios públicos imprescindibles. ¿Por qué no asegurar, por ejemplo, un impuesto anual sobre las grandes fortunas gabachas y sus beneficios? Cuarto, resulta inaceptable la identificación entre “decadencia” y los derechos adquiridos de los trabajadores franceses. Justo al revés, esas ventajas relativas forman parte del progreso a lo largo de la historia. Al defenderlas, los trabajadores frenan la decadencia de Francia que tanto preocupa a Nicolas Sarkozy.

Rafael Morales

El país quedó parcialmente paralizado. La huelga del transporte conectó en su sexto día con el comienzo de otro paro del sector público (que acoge a más de 5 millones de trabajadores) y la insistencia de las movilizaciones estudiantiles por la derogación de la ley Pécresse, destinada a la privatización de la enseñanza superior. Tampoco fue posible este día 20 de noviembre distribuir periódicos por huelga en la empresa que tiene esa función. Las manifestaciones, muchas pero con una participación menor a la prevista por las organizaciones que convocaron, unieron a personas de estos sectores bajo el lema “Todos juntos”. El Gobierno francés, a pesar de atrincherarse en que rechazaba cualquier negociación mientras la huelga del transporte no se desactivara, inició conversaciones con los sindicatos con la idea de levantarla antes de que coincidiera en el tiempo con el paro en el conjunto del sector público.

Los transportistas persistieron en su empeño, impidiendo con asambleas cualquier paso atrás que intentaran los dirigentes sindicales para pactar con Sarkozy sin haber obtenido antes su principal reivindicación sobre las pensiones. Y a pesar de una campaña de la prensa más oficialista, que acusó a los trabajadores de defender “privilegios” (tiene mala intención esta perversión del lenguaje, desde luego), que publicó encuestas sobre la impopularidad del conflicto y que todos los días dirigía las informaciones a demostrar el desplome progresivo de la huelga misma. Pero la maniobra prosperó poco. En lugar de desactivar la protesta, el rechazo a las contrarreformas amplió su adhesión, extendiéndose poco a poco como una mancha de aceite.