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Malí: ¿Imperialismo o necesidad?
Han surgido estos días, y durante los meses en los que se aparentaba debatir sobre si intervenir o no cuando la decisión estaba tomada, debates sobre si la acción militar que se desarrolla ahora mismo en el norte de Malí es una acción imperialista más o si es necesario frenar el avance de los yihadistas en el Sahel.
El lenguaje mediático de la guerra ha dibujado el siguiente escenario: occidentales que apoyan al Gobierno de Malí luchan contra la invasión de yihadistas que amenazan por extender en la zona prácticas islamistas radicales. Además del terror. En el mismo altar, los países de la CEDEAO, organización de países de África Occidental, que también dan soporte a la operación. Y esta última precisión no es baladí para hacer un análisis de la situación.
Es obvio que en África Occidental hay miedo. En los estados hay cierto temor al avance de los islamistas radicales. También es cierto que el papel que ha tomado Francia, precisamente, recuerda a la historia del colonialismo y su continuo papel neocolonial después de las independencias. No hay que olvidar que no ha dejado de ejercer un rol explotador de los recursos naturales a sabiendas de que muchos ciudadanos de los países en los que obtiene de forma injusta estos recursos viven de forma miserable, en muchas ocasiones con menos de 1$ al día.
Mientras, empobrecidos, desconocen como sus riquezas (oro, uranio, petróleo...) se fugan hacia las necesidades europeas. Cabe dudar si este conflicto tiene algún ingrediente de expansionismo en tiempos de crisis. La posición de las naciones y multinacionales europeas han generado contradicciones que la izquierda europea no ha sabido contestar. Hablo del empobrecimiento sin remedio de muchos pueblos africanos o de la corrupción consentida. También hablo de golpes de Estado y de asesinatos de líderes premiados con la lealtad y un riego económico fluido.
Es imposible dejar de ver que tras la intervención podemos encontrar a todo un Consejo de Seguridad de la ONU y las élites militares francesas y europeas. Que la OTAN está en la retaguardia encantada. Canadá. Estados Unidos. Unanimidad. Y que en este espacio de unanimidad se encuentra la más alta burguesía empresarial. Mientras tanto, hay quién ve el conflicto no desde la geopolítica religiosa, sino desde una lectura de clase que habla de pobreza, pueblos esquilmados y consecuencias. Perfectamente comprensible, a poco que atendamos a datos históricos y de las multinacionales como Areva en Níger, por citar un primer y evidente ejemplo de expolio a coste cero, o casi cero.
No se habla para contar esta guerra del vacío político y la degradación de estados ficticios hechos realidad en un ejercicio de colonialismo. Ese vacío político es la causa real del conflicto en Malí. Pero ese vacío político, en el pasado, se materializó en movimientos de izquierda que lideraron, por ejemplo, los asesinados Thomas Sankara y Patrice Lumumba. Y la clase adinerada de Bélgica, Francia, Reino Unido y Alemania decidieron acabar con ellos. Muchos africanos que luchaban contra el colonialismo desaparecieron. Ahora, los que luchan son reaccionarios grupos radicales religiosos armados hasta los dientes. En el conflicto de Libia se aliaron con el lado contrario. No es una cuestión ideológica, sino religiosa y de poder.
En cualquier caso, el panorama en África, atendiendo a las relaciones internacionales, se antoja curioso. En un mundo en manos del dinero y sus transferencias, China ha tomado un papel fundamental en el continente. Acaparando tierras, negocios, países y relaciones fraternales con muchas naciones africanas. Llenando incluso la liga china de fútbol de los mejores jugadores africanos. Estados Unidos sigue haciendo una diplomacia comercial poderosa. Sin ruidos, tiene una intensa presencia militar, diplomática y empresarial. ¿Y Francia? Estaba perdiendo su clásica hegemonía. Una arista más del análisis. Esta intervención decidida y por sorpresa es un golpe en el tablero africano, para atender a quién es el líder aquí. El Franco CFA es otra huella imborrable por ahora.
Es una lectura controvertida la de este conflicto, al menos si hacemos el análisis desde una perspectiva de clase y no en base a las reglas del juego de relaciones internacionales. Desde esta otra perspectiva, poco extendida en los medios de comunicación, la clase obrera ha tenido que huir de una región sin soportes, ni desarrollo social ni político. Una región que apenas tuvo defensa militar. Una región de la que ha emigrado mucha población en los últimos años por la falta de oportunidad. Una región ampliamente explotada por empresas multinacionales europeas y en las que no se invierte apenas nada del beneficio que obtienen por sus recursos naturales. Un conflicto en el que vuelven a pagar los de siempre: los que menos tienen.
Han surgido estos días, y durante los meses en los que se aparentaba debatir sobre si intervenir o no cuando la decisión estaba tomada, debates sobre si la acción militar que se desarrolla ahora mismo en el norte de Malí es una acción imperialista más o si es necesario frenar el avance de los yihadistas en el Sahel.
El lenguaje mediático de la guerra ha dibujado el siguiente escenario: occidentales que apoyan al Gobierno de Malí luchan contra la invasión de yihadistas que amenazan por extender en la zona prácticas islamistas radicales. Además del terror. En el mismo altar, los países de la CEDEAO, organización de países de África Occidental, que también dan soporte a la operación. Y esta última precisión no es baladí para hacer un análisis de la situación.