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Malsana levedad de un debate
Empezó el debate con el terreno embarrado y las cartas marcadas. Desde Durango, en un mitin compartido, ERC y Bildu recordaban a Sánchez que los votos de unos y otros les eran necesarios para sumar si pretendía gobernar. Desde Murcia, Vox le lanzaba a Feijóo toda la artillería disponible de fuego amigo.
En las Misas Herejes de Evaristo Carriego, Borges descubre la figura del guapo, veterano del ganar sin pelear, calculista y ganador a pura presencia. No fue el caso.
Aunque en el debate estaba un guapo, no le daba, no era Kennedy y esa condición no era útil para el debate. Y tampoco estaba Nixon. Y no le daba porque no es experto en ganar sin pelear ni lo es en hacerlo a pura presencia.
Durante mucho tiempo se pensó que era principal en un debate tan importante la telegenia, los nervios y el golpe de gracia. Ya no, aquí hay que ser primero en la asignatura de la honestidad entendida como naturalidad y no deben los que debaten haberse matriculado en la asignatura de afectación e impostación. La presencia de ánimo, esa sí que importa, porque es serenidad y es tranquilidad que conserva el ánimo, el propio y el de los votantes y que anuncia que el candidato es solvente en los sucesos adversos y en aquellos otros favorables. Pero la presencia de ánimo no estaba presente. Recuerdos de Robert Walser, me maravillo al ver lo poco que has cambiado y lo bien que has sabido seguir siendo el mismo.
Cada aspirante se hizo acompañar por su doble. Y los dobles en la literatura rellenan catálogo. Feijoó llevó al doble de Jean Paul, gemelo malvado tan tramposo que no necesita ser histriónico. Sánchez, con fama de doblarse con frecuencia, se hizo acompañar por el doble de Allan Poe, la voz de su conciencia que muere al verse ambos coincidir en el espejo y asesinar a su doble. Apelar a los miedos ya no funciona en la España que tenemos, pero ser uno mismo puede ser un buen salvoconducto para el éxito.
Tres momentos claves: el primero, cuando Feijoó arranca con una ametralladora de repetición de mentiras. Sánchez pudo recibirlo en su tercio, no interrumpirle y advertirle que había mentido doce veces. Doce veces y trasladarle la carga de la prueba por si fueron once. Guapo ganador a pura presencia.
Cuando Feijóo desliza el contrato de escaso sabor constitucional, para que gobierne el candidato más votado, lo tuvo fácil Sánchez, lo firmo pudo decir, en el próximo debate que usted no quiere, cuando al tiempo se firme que devuelve Extremadura, Canarias y tanti quanti.
Cuando Feijóo o su malvado doble se lleva al pecho la carta de Gregorio Ordoñez, Sánchez pudo advertir que era golpe bajo y que debía ser descalificado, por miserable.
Sánchez tiene varios dobles y ese día se llevó al doble que ni imposta ni miente. Dicen que Feijóo tenía cerca al teniente de Ayuso el tal Miguel Ángel Rodríguez. Y ese se estofa en sucios calderos. Le fue tan mal al equipo de Sánchez que se oyó a alguien decir: necesito una copa.
La clave del debate había quedado atrás, ninguno de los dos pudo hacer valer un principio de superioridad moral, algo así como que lo que yo digo no es lo mismo si lo dices tú.
Hay mentirosos objetivos, el que miente sin enmienda, Feijóo el día del debate. Y los hay reputacionales, es la fama de Sánchez después de intensa campaña mediática. En 2004 el partido popular pagó un alto precio por mentir a los españoles en un asunto del todo dramático. Pero si la mentira va de cosas de la economía y del empleo, el español ignora las mentirijillas, igual piensa que como ya sabe a quién va a votar aplica el principio de la ironía, que no es otro que la desvalorización del objeto.
Insólito e histórico, no se pronunció una sola palabra de educación ni de sanidad. Ni de cultura. ¿A cuento de qué llaman a esto un debate?
Empezó el debate con el terreno embarrado y las cartas marcadas. Desde Durango, en un mitin compartido, ERC y Bildu recordaban a Sánchez que los votos de unos y otros les eran necesarios para sumar si pretendía gobernar. Desde Murcia, Vox le lanzaba a Feijóo toda la artillería disponible de fuego amigo.
En las Misas Herejes de Evaristo Carriego, Borges descubre la figura del guapo, veterano del ganar sin pelear, calculista y ganador a pura presencia. No fue el caso.