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Nosotras, marcando el rumbo

Decía Hannah Arendt que “los asuntos de la política son demasiado serios para que se lo dejemos a los políticos”. Por aquellos tiempos, votar era el acto de insurrección por el que muchas se aferraban a un futuro mejor. Hoy, es el desprecio de la historia.

Arendt no escribió aquellas palabras en medio de un desarraigo político como el que hoy sacude a la sociedad: Arendt esbozó una voz en medio de un mundo que exigía los derechos que les eran suyos. La ciudadanía era la fuerza que derribaba muros y que conquistó las libertades que sus antepasados empezaron a fraguar, pero hablar en pasado no es más que una equivocación, porque significa insinuar que la democracia ha muerto.

La democracia sí murió con las 144.000 víctimas de desaparición forzosa del franquismo, con las 1.213 mujeres asesinadas por violencia de género, con las 280.000 personas que han sufrido agresiones por su orientación o identidad sexual o con la censura de más de una decena de obras en España por parte de la ultraderecha 48 después de la muerte de Franco, pero nunca murió ni morirá con la marea ciudadana.

Sin embargo, ya no hay memoria colectiva. Cuando alguien esboza su intención de no votar con un “¡Que se jodan!” suceden dos cosas: en primer lugar, deja en manos de otros su destino y, por último, hace de su opción un boomerang que regresa para quedarse. El voto por castigo, por despecho, por escarmiento o por enfado nunca es el correctivo de los políticos, sino del propio pueblo. Votar a otra formación o abstenerse para penalizar a un partido o a un representante es sentenciar a muerte a la democracia, porque somos nosotras quienes marcamos el rumbo.

En Canarias, las últimas elecciones dejaron unos índices de abstención del 44,56%. Casi la mitad de la población decidió no ejercer su derecho a voto sin percatarse de que los asuntos de la política son los asuntos del pueblo.

Las palabras que escribió Arendt tienen sentido más de medio siglo después de que las pronunciara. Mientras la izquierda y el progreso deciden quedarse en casa y se divide, la derecha se une y se moviliza para combatir un supuesto monstruo e imponer el suyo propio.

El 23J es decisivo para las mujeres, el colectivo LGTB, las personas migrantes, el medioambiente, los animales, la cultura, los pensionistas, la clase trabajadora, los jóvenes y una lista sin fin de una mayoría social. Puede ser un punto y coma o un punto y final. Si alguien “se jode”, seremos nosotras.

Decía Hannah Arendt que “los asuntos de la política son demasiado serios para que se lo dejemos a los políticos”. Por aquellos tiempos, votar era el acto de insurrección por el que muchas se aferraban a un futuro mejor. Hoy, es el desprecio de la historia.

Arendt no escribió aquellas palabras en medio de un desarraigo político como el que hoy sacude a la sociedad: Arendt esbozó una voz en medio de un mundo que exigía los derechos que les eran suyos. La ciudadanía era la fuerza que derribaba muros y que conquistó las libertades que sus antepasados empezaron a fraguar, pero hablar en pasado no es más que una equivocación, porque significa insinuar que la democracia ha muerto.