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De mayor quiero ser como él

Un año más, el cambio de dígito ha demostrado ser crucial para que el conjunto neuronal que rige los designios del archipiélago encuentre la solución a todos nuestros problemas. Da la sensación de que, tras la esperpéntica retransmisión televisiva con la que, año tras año, abrimos un nuevo calendario, es el amanecer de una nueva era de prosperidad y raciocinio. Y digo esto, porque no quepo de gozo en mí tras conocer la noticia de que la isla de Gran Canaria estará representada por ese crisol de buen hacer, moralmente irreprochable y de recio caminar que es el mal llamado Pequeño Nicolás, porque alguien de su hechura moral debería ser Grande.

El saber por añadidura que tan digno personaje nos representará en ese ejemplo de televisión barriobajera que es el programa Gran Hermano VIP no solo disipa todas mis dudas, sino que me confirma algo que llevo tiempo pensando: tenemos lo que nos merecemos. O sea, que en un país, y en una comunidad, donde la situación sigue sin ser buena, donde el paro atenaza a gran parte de la población, donde los jóvenes no tienen donde caerse muertos -ya se sabe, esto es muy caro- todo lo que se nos ocurre es utilizar de reclamo publicitario a un personaje que demuestra que la picaresca y la caradura siguen siendo los estandartes nacionales por excelencia.

Fue el sabio Mortadelo quien dijo aquello de “la carne es débil y la cara, durísima”, aunque al personaje se le quedó por decir que la idiotez no tiene parangón. Vamos, que el mensaje es “si haces las mismas barbaridades, como el mentado individuo, acabarás siendo invitado a un programa en el que, por hacer mamarrachadas, te van a pagar una cantidad indecente de dinero”. Explíquenme ahora, cómo unos padres les van a decir a sus hijos que se partan los cuernos estudiando… ¿Para qué? ¿Para trabajar de becarios y no cobrar un duro? ¿Para entrar en una empresa, cobrar un sueldo de miseria y ser el blanco de todas las inseguridades de los mediocres de siempre? La tercera, y más factible opción, es que no encuentren trabajo y entren a engrosar las listas del paro.

Antes el ideal era ser futbolista, pero, claro, ya se sabe que la Liga tiene la capacidad que tiene. Ahora vuelve a estar de moda ser un pícaro o un caradura. Eso sí, de traje, cuello duro, mirada cínica y porte más o menos resultón. Luego, si se tocan las teclas necesarias, se hincha el ego de un par de mandarines, se traga un poco de quina y se miente como un bellaco, incluso puedes acabar en una recepción oficial de una casa real. De ahí, al cielo, o mejor dicho a los programas televisivos de los que te llenan los bolsillos.

Ya puestos, y dado su interés por residir en las islas canarias, lo que se debería pedir es que el Pequeño Nicolás diera un curso teórico-práctico en la televisión autonómica. Visto lo visto, no puede ser peor que las campanadas del treinta y uno… Hasta podríamos aprender algo que nos sacara de pobres.

Un año más, el cambio de dígito ha demostrado ser crucial para que el conjunto neuronal que rige los designios del archipiélago encuentre la solución a todos nuestros problemas. Da la sensación de que, tras la esperpéntica retransmisión televisiva con la que, año tras año, abrimos un nuevo calendario, es el amanecer de una nueva era de prosperidad y raciocinio. Y digo esto, porque no quepo de gozo en mí tras conocer la noticia de que la isla de Gran Canaria estará representada por ese crisol de buen hacer, moralmente irreprochable y de recio caminar que es el mal llamado Pequeño Nicolás, porque alguien de su hechura moral debería ser Grande.

El saber por añadidura que tan digno personaje nos representará en ese ejemplo de televisión barriobajera que es el programa Gran Hermano VIP no solo disipa todas mis dudas, sino que me confirma algo que llevo tiempo pensando: tenemos lo que nos merecemos. O sea, que en un país, y en una comunidad, donde la situación sigue sin ser buena, donde el paro atenaza a gran parte de la población, donde los jóvenes no tienen donde caerse muertos -ya se sabe, esto es muy caro- todo lo que se nos ocurre es utilizar de reclamo publicitario a un personaje que demuestra que la picaresca y la caradura siguen siendo los estandartes nacionales por excelencia.