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La modernización del Sur

De entrada ya tiene lo suyo que, tras perder con el Consorcio unos años preciosos de vacas gordas, nos vengan ahora con la urgencia de hacer algo, con que no se puede esperar más y con la necesidad de no perder la buena situación de los años chapados en oro frente a la competencia. A eso viene, dicen, el Plan de Modernización que queda abierto a las propuestas de políticos, operadores y empresarios turísticos; sin mezcla de mal alguno, claro. Serán, pues, sus criterios los que prevalezcan y cierren el paso a cualquier “injerencia” ajena a los círculos interesados en un negocio que afecta al patrimonio público de todos los isleños. No digo que el Consorcio fuese una maravilla, entre otras cosas porque no lo dejaron actuar, pero mosquea el Plan por lo que huele de vuelta a la normalidad de la especulación y tiro porque me toca de los tiempos en que políticos y empresarios se repartían el pastel sin tasa ni medida. Aunque debamos reconocer realizaciones notables, bien sabemos en ese Sur ha predominado la política de tierra quemada propia de la especulación codiciosa.

La desconfianza respecto al Plan de Modernización propuesto por el Gobierno viene de atrás. Conviene ponerlo en perspectiva y considerarlo, en principio, el broche a un proceso que ha ido debilitando a los órganos institucionales relacionados con el urbanismo; que ha puesto en el dique seco una moratoria que algunos pudieron burlarla mediante pagos no santos; que concibió un catálogo descatalogador de especies protegidas para que no prevalezcan bichos, avechuchos y algún que otro lagarto sobre el imperio del cemento; y que vuelve a la carga con la transferencia de las competencias de Costas, como si no supiéramos que gracias a que han permanecido en Madrid, algunas han podido escapar arañando aunque no sin heridas. En definitiva, a lo que iba: la política del Gobierno ha sido de crear las condiciones legales y de influencia política y empresarial para volver sin ataduras a lo de siempre en cuanto soplen vientos favorables. Eso de que no podremos vivir en el futuro como hasta hace poco no se lo aplican porque, ya saben, la culpa de la crisis es de la gente de a pie no del modelo especulativo y de los especuladores, a los que se proporcionan los medios para que “inviertan-y-creen-empleo” y sigan viviendo de paso, ellos sí, como antes. Es la “filosofía” que aplica aquí el Gobierno.

Si ampliamos la perspectiva y convenimos en que una modernización implica bastante más que estimular la inversión permitiéndole hacer mangas y capirotes, habría que recordar asuntos importantes para la calidad de vida isleña que afectan también, cómo no, a los turistas. Desde la eliminación de los residuos sólidos que perlan nuestra geografía, bien visibles a pesar de las rejillas de madera que tratan de ocultar los basureros a los automovilistas, hasta el ridículo desarrollo de las energías alternativas; unas veces por intentos de pelotazos que han anulado concursos y otras por las trabas político-burocráticas resistidas a cualquier modernización que prive a los prebostes de la burocracia de su mando en plaza. El petróleo sigue siendo esencial a despecho de su capacidad contaminante y creciente escasez mundial que ha hecho a las petroleras volver su mirada sobre el gas natural despreciado no hace tanto por lo costoso de su manipulación y transporte. Unas petroleras y unas compañías eléctricas que miran ya al viento, el sol, las mareas o cualquier cosa que pueda mover algo en un mundo dependiente de la energía. Clama al cielo que Canarias, que por condiciones naturales podría ser abanderada de esas tecnologías, ocupe los últimos lugares en su investigación, aplicación y aprovechamiento. Aunque nos quede el consuelo de El Hierro; y el proyecto de generar energía hidráulica en las presas grancanarias, que ha sido, por cierto, más resultado de la insistencia majadera de un grupo de “iluminados” que de una política energética coherente de las administraciones públicas. ..

En el contexto en que nos movemos no cabe ante el Plan de Modernización del Sur, como digo, sino el escepticismo respecto a su intencionalidad y resultados finales. Aunque espero estar equivocado y desee que suene la flauta; y sirva de precedente.

De entrada ya tiene lo suyo que, tras perder con el Consorcio unos años preciosos de vacas gordas, nos vengan ahora con la urgencia de hacer algo, con que no se puede esperar más y con la necesidad de no perder la buena situación de los años chapados en oro frente a la competencia. A eso viene, dicen, el Plan de Modernización que queda abierto a las propuestas de políticos, operadores y empresarios turísticos; sin mezcla de mal alguno, claro. Serán, pues, sus criterios los que prevalezcan y cierren el paso a cualquier “injerencia” ajena a los círculos interesados en un negocio que afecta al patrimonio público de todos los isleños. No digo que el Consorcio fuese una maravilla, entre otras cosas porque no lo dejaron actuar, pero mosquea el Plan por lo que huele de vuelta a la normalidad de la especulación y tiro porque me toca de los tiempos en que políticos y empresarios se repartían el pastel sin tasa ni medida. Aunque debamos reconocer realizaciones notables, bien sabemos en ese Sur ha predominado la política de tierra quemada propia de la especulación codiciosa.

La desconfianza respecto al Plan de Modernización propuesto por el Gobierno viene de atrás. Conviene ponerlo en perspectiva y considerarlo, en principio, el broche a un proceso que ha ido debilitando a los órganos institucionales relacionados con el urbanismo; que ha puesto en el dique seco una moratoria que algunos pudieron burlarla mediante pagos no santos; que concibió un catálogo descatalogador de especies protegidas para que no prevalezcan bichos, avechuchos y algún que otro lagarto sobre el imperio del cemento; y que vuelve a la carga con la transferencia de las competencias de Costas, como si no supiéramos que gracias a que han permanecido en Madrid, algunas han podido escapar arañando aunque no sin heridas. En definitiva, a lo que iba: la política del Gobierno ha sido de crear las condiciones legales y de influencia política y empresarial para volver sin ataduras a lo de siempre en cuanto soplen vientos favorables. Eso de que no podremos vivir en el futuro como hasta hace poco no se lo aplican porque, ya saben, la culpa de la crisis es de la gente de a pie no del modelo especulativo y de los especuladores, a los que se proporcionan los medios para que “inviertan-y-creen-empleo” y sigan viviendo de paso, ellos sí, como antes. Es la “filosofía” que aplica aquí el Gobierno.