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De la movilización reivindicativa a la movilización política

Joaquín Sagaseta de Ilurdoz Paradas / Joaquin Sagaseta de Ilurdoz Paradas

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De un solo golpe, la huelga general y la muy notable movilización del 29 de septiembre, trasformaron a la clase obrera y a otros amplios sectores de la sociedad, de objeto pasivo en uno de los sujetos protagonistas del concreto momento histórico.

No hay que observar los acontecimientos con mirada muy penetrante para convenir que el sentimiento, de clase subalterna sin opciones propias, que se había adueñado del estado de ánimo de los trabajadores, deja paso a una animada confianza en la fuerza potencial de la clase. Oscilaron los platillos de la balanza de su lado y ya no cabe hacer cálculos descartando, sin pagar precio, al movimiento obrero y popular y a las expresiones que le van dando perfil político.

Desde hace varios años el viraje venía engrasando sus resortes. En sentido ascendente se sucedían los conflictos. La atmósfera se espesaba de descontento y se volvía a sentir el pulso de todo un mundo que desde distintas posiciones impugna el sistema.

Una particularidad del momento sea, tal vez, que lo que en situaciones normales se aprecia como conflictos parciales ahora, sin dejar de serlo, se reflejan en la conciencia popular en su conexión político/ideológica. Se comprenden como consecuencias de un todo que es el capitalismo en esta fase eufemísticamente llamada imperialista neo-liberal.

La crisis y sus secuelas devastadoras no se perciben ya como un problema de opciones políticas inadecuadas, sino como producto necesario e inevitable de las leyes ciegas que marcan el curso del sistema.

El súbito crepúsculo de los dioses del capital, por los que con furia de converso ha manifestado la socialdemocracia de derecha su fervor, ha helado la sangre y conducido a los devotos al borde del abismo.

A fuerza de negar los antagonismos y, en el mejor de los casos, moverse en los márgenes bondadosos del sistema, los círculos dirigentes de la socialdemocracia han quedado vinculados por una malla de dependencias y complicidades a los intereses de la clase dominante Cuando régimen de dominación y márgenes ya no dan nada de si, los mil lazos que unen a la socialdemocracia con el mundo del capital la colocan desnuda de ese lado del conflicto.

Presa en el cepo de sus renuncias, la socialdemocracia española ha ido más lejos que ninguna en las políticas de desmantelamiento de derechos sociales y laborales. Por ese derrotero, en el marco de un sistema agotado, ha cruzado la línea donde se anula así misma y socava las bases de su propia existencia. Ahora saca a pasear otros santos, cada uno con su demonio, en espera el milagro.

Muy difícil le va a resultar al sindicalismo conciliador, inmovilizado por multitud de canales de subordinación, retornar a la filosofía de la menor resistencia, por mucho que sectores dirigentes del mismo lo sigan preconizando. La gran concentración de Vista Alegre ya era un aviso de que invocando in extremis la huelga general no habría conjuro que devolviera después el genio a la botella.

Tanto mas asuman los sindicatos el rol de pacificadores de frontera que el sistema les reserva, tanto menos va a sentir la clase su necesidad, en y justamente por eso, tanto menos le va a pagar el sistema sus servicios. La lógica de aquel sindicalismo los lleva a cerrar el círculo ahorcándose con su propia soga.

La desgracia no está ahí, lo peor, lo que hay que evitar con un esfuerzo añadido de potenciación del movimiento sindical de clase, es que el sindicalismo absorbido arrastre en su caída a la propia idea del sindicato como instrumento natural e imprescindible creado por la historia para la organización y la lucha de los trabajadores.

La pleamar de la política obligara a reconsiderar las posiciones mantenidas por tendencias del campo progresista que hacen pasar el apoliticismo como una virtud. Estas posiciones podían tener virtualidad y predicamento en los periodos de desarrollo relativamente pacifico del capitalismo. Ahora no va ser posible colocarse al margen de una lucha que condensa en la política todas las contradicciones. La política, a la postre levanta el muro donde termina su recorrido.

No hay movimiento social digno de ese nombre, con vocación de permanencia, que se sostenga, en un momento de putrefacción del sistema, sustrayéndose a la respuesta política.

Siempre hemos insistido en que los intereses materiales son los dominantes, particularmente los que guardan más directa relación con la contradicción capital-trabajo. No por ello hemos negado la trascendencia de las contradicciones que se reproducen en todos los flancos de las relaciones sociales.

De suyo la crisis del capitalismo lo unifica todo contra las políticas liberales, al punto que, en el presente los fundamentos esenciales del régimen no solo son incompatibles con el progreso, sino que amenazan la propia existencia de la vida sobre la Tierra.

La huelga general de Septiembre y las movilizaciones que le precedieron y sucedieron han cambiado las posiciones en el tablero de la lucha de clases. El peón pasado del movimiento popular se ha coronado modificando así sustancialmente su significación. Se han quebrado diques, abierto espacios y liberado importantes recursos para el campo democrático y la izquierda.

Nada de esto servirá de mucho si no se cumple la condición de erradicar los hábitos, el espíritu de grupo, el sectarismo, legado del periodo de estancamiento. O se adapta el visor a la situación en su movimiento, o no se incidirá en los procesos de transición a la izquierda de grupos, personas y tendencias que es uno de los signos del momento. Sin asimilar esto no se ampliara la base político/social del polo de progreso.

Con la visión extraviada por sus endémicas querellas la casta dominante en Canarias, la del tripartito, lumperizada hasta los tuétanos, fue sorprendida, por la activación del campo del progreso en su conjunto. Un elemento extraño, con el que no se contaba, está entrado en la escena.

La demanda de un frente amplio de las fuerzas progresistas presiona con fuerza, con la fuerza material que adquiere siempre la necesidad histórica cuando prende en la conciencia de la gente.

Es mucho los que nos une. Justamente lo que nos une es lo ahora necesario:

- La reforma electoral que restablezca los principios del sufragio universal y remueva uno de los soportes básicos del poder caciquil/insularista.

- La defensa y profundización de los derechos laborales y de protección social.

- Políticas de solidaridad y de cobertura de las demandas básicas de empleo, asistencia social, sanidad, educación y vivienda.

- Iniciativas que fomenten la profundización de la democracia con la participación ciudadana.

- Potenciación del sector público en la producción, en el comercio, en los servicios, y muy particularmente en el ámbito financiero.

- Progresividad fiscal.

- Políticas prioritarias de defensa y protección medioambiental.

- Por la autosuficiencia alimentaria.

- Políticas de soberanía frente al avanzado proyecto de imperialismo de hacer de Canarias una plataforma logística para sus planes en el continente Africano.

Ningún segmento del campo progresista, por si solo, podrá dar pasos largos en la dirección de una alternativa de progreso a escala archipielágica. El frente amplio esta en condiciones de reunir los apoyos necesarios para ello.

No es cuestión de construir una plataforma para afrontar las próximas citas electorales. Pero se trata también eso. Lo que resulte de la lucha electoral influye sobremanera en la disposición de todos los sectores de la sociedad, establece nuevas correlaciones y dinámicas.

Menospreciar ahora la trascendencia de esa disputa política, dejar fuera de ella las proposiciones del movimiento popular, equivale a empujar todo mucho mas atrás del punto alcanzado. Esa ausencia será inevitablemente interpretada como una confesión de impotencia con su correspondiente No hay necesidad de que esto ocurra, hay necesidad y posibilidad de que suceda lo contrario. Ese es ahora el nudo gordiano.

Joaquin Sagaseta de Ilurdoz Paradas

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