Espacio de opinión de Canarias Ahora
Nomads, remot workers y commuters: retos y oportunidades del teletrabajo
Aunque muchas de las bases tecnológicas y sociales que permiten lo permiten existían desde antes, la COVID ha traído, entre otras consecuencias, un incremento exponencial del teletrabajo. De Barcelona a Canarias, de Lisboa al sureste de Asia, junto con nuevas formas de viajar y alojarse, con el incremento de los pisos turísticos y el alquiler vacacional, de repente han aparecido un montón de “extranjeros”, guiris, como se les suele denominar en Canarias, cuyo comportamiento es en parte distinto al de los tradicionales turistas. Este fenómeno fue visto como una tabla de salvación o al menos como un salvavidas con el que no ahogarse: en Canarias, la región con más pernoctaciones turísticas de toda la Unión Europea, en plena pandemia, la Consejería de Turismo lanzó una campaña para atraer a los “digital nomads”, con la esperanza de que ello contribuyera a reanimar un sector turístico que, por motivos obvios, fue el más golpeado por la COVID. Ahora que han quedado atrás esas circunstancias, cuando el turismo vacacional tradicional parece volver más fuerte que nunca, en un contexto de cuestionamiento del modelo turístico que ha sido tildado a menudo de turismofobia, y cuando el alquiler vacacional es señalado por algunos como “el malo de la película”, aparecen en las ciudades pintadas diciendo Digital nomad, go home. Como pasa a menudo con los fenómenos emergentes, a menudo se juntan churras con merinas, y parece que no estamos entendiendo nada. Así que lo que haré aquí es explicar algunos cambios sociológicos asociados al teletrabajo a partir de tres tipos ideales: “digital nomads”, “remote workers” y “long distance commuters”.
El término “commute” hace referencia a los viajes cotidianos entre los hogares y los puestos de trabajo. Tradicionalmente el modelo urbanístico en el Reino Unido y Estados Unidos ha sido más extensivo que en la Europa Continental y en otros lugares del planeta. Los trabajos se ubicaban en los centros urbanos y en las zonas industriales, mientras que los hogares, especialmente para las clases medias y altas, se ubicaban en urbanizaciones residenciales, lo que a menudo implicaba viajes de incluso más de una hora en cada sentido. Es un fenómeno social que ya quedaba reflejado en el pop anglosajón de la época, desde el Last Train to London, de la Electric Light Orchestra (1979), al Suburbia, de Pet Shop Boys (1983). A partir del inicio del siglo XXI, con las Low Cost y los desarrollos residenciales en buena parte del Mediterráneo, empiezan a aparecer los long distance commuters: algunos colegas sociólogos de la costa mediterránea española me contaban que, ya por entonces, había dentistas de Londres que vivían en España, desplazándose un par de días por semana a trabajar. Al fin y al cabo, y siempre que los vuelos sean baratos, el trayecto en avión desde muchas zonas de España a Londres viene a ocupar casi el mismo tiempo que el trayecto en tren desde muchas urbanizaciones residenciales al centro de Londres. Por entonces, y debido a la distancia, Canarias quedaba relativamente al margen de este fenómeno. Desde entonces, muchas cosas han cambiado, desde la generalización del teletrabajo hasta los cambios en el transporte.
Los “remote workers” son personas que deciden vivir en un lugar distinto al de la sede de la empresa para la que trabajan, si son asalariados, o al de sus clientes, sin son autónomos/emprendedores. Desde quienes se dedican al marketing digital a quienes elaboran código, pasando por quienes realizan estudios sociológicos on line, el teletrabajo ha hecho esto posible. Lo que lleva a la gente a querer vivir en otros lugares es un conjunto de motivos: el clima, las incomodidades de la gran ciudad o un estilo de vida menos estresante, y se enmarcan dentro de lo que sociólogos como Huete o Mantecón denominan lifestyle migrations. Por último, los digital nomads se parecen a estos últimos en la medida en que tienen un estilo de vida que es posible por el teletrabajo, pero, como el término sugiere, se trata de personas que, más que querer asentarse en un lugar, quieren disfrutar de la variedad y de conocer distintos lugares. Cuando participo en sus conversaciones todo me hace pensar que a menudo se concibe como una etapa vital, generalmente asociada a la juventud o a momentos de cambios, con la idea de que, finalmente, se asentarán en algún lugar, generalmente distinto al de su lugar de origen, y por eso lo del nomadeo es concebido como una etapa para elegir dónde instalarse.
Estas tres formas de movilidad tienen un significado sociológico muy distinto, que es necesario entender para gestionarlas adecuadamente. Los nómadas digitales se pueden parecer bastante a los turistas de larga duración, aunque dediquen parte de su tiempo al trabajo. En cuanto a los long distance commuters, en Canarias no tienen por qué corresponder al estereotipo del dentista londinense: diría que muchas de las personas que están en constante trasiego, por ejemplo, entre la zona del Puerto de la Luz y algunos lugares del noroeste de África, como Marruecos, Mauritania o Senegal pueden corresponder a este tipo ideal. Por último, los remote workers se alejan más del turismo, y creo que es necesario considerarlos como a un grupo de personas que deciden vivir en Canarias y exportar su trabajo. Distintas realidades con distintas expectativas y experiencias. Pasarse un mes en Taganana haciendo senderismo, o en Famara haciendo surf, es una opción muy atractiva para muchos nómadas digitales. Pero si plantean convertirse en remote workers, por lo que he escuchado, les resulta más atractiva la ciudad de Las Palmas. Mientras que los nomads pueden usar los alquileres vacacionales, los remote workers tienden hacia los alquileres de larga duración o incluso la compra. El otro día escuché a un nomad que una isla le parecía la mejor opción como turista, pero que para vivir prefería otra. ¿Cómo gestionamos todo esto? Ya va siendo hora de que entendamos que tenemos que gestionar las movilidades, y no tan sólo el turismo.
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