Sin ánimo de precisión histórica, creo recordar que la expresión “obediencia canaria” nace, o al menos se usa de manera corriente, con motivo del nacimiento “oficial” del canarismo autonomista en 1993. Los dirigentes de aquella Coalición Canaria -que muchos entonces calificaban “contra natura” y que tanto iba a marcar el futuro de esta tierra- insistían, con bastante acierto, en señalar dicha obediencia como la argamasa que los unía: los partidos que conformaban la alianza electoral -Agrupaciones Independientes de Canarias, Centro Canario Nacionalista e Iniciativa Canaria- no respondían ante ninguna instancia política que no fuera canaria. Sus programas, candidatos, políticas, acuerdos, etc. se decidían aquí.
Sin embargo, la expresión fue cayendo en desuso, en paralelo con el declive de una fuerza cada vez más envejecida, debilitada por la escisión de Nueva Canarias y con una crisis de orientación cada vez más evidente. El mismo espacio del canarismo autonomista -puesto que no se dedica a la construcción nacional- parece limitarse a la defensa de un Estado de las Autonomías que se le quedó corto a Canarias hace ya algún tiempo. Cuesta reconocer en el medio y largo plazo qué proponen estas dos fuerzas que sea Canarias distinto a lo que ya es con respecto a lo que se supone que debiera diferenciarlas del resto de partidos: su proyecto de “país”.
Este debate sobre la “obediencia canaria” ha sido revivido en las últimas semanas con inusitado ímpetu a raíz de la aparición de un nuevo actor político que a nadie ha dejado indiferente: el Proyecto Drago. Desde esta nueva fuerza se ha hecho hincapié en la “obediencia canaria” no sólo como seña de identidad del proyecto sino también como requisito para cualquier posible alianza política o electoral. A raíz de la reciente firma de Proyecto Drago del “Acuerdo del Turia”, -un acuerdo político no electoral que establece un marco de cooperación con fuerzas como Compromís, Más País, Movimiento por la Dignidad y la Autonomía de Ceuta, Més per Mallorca, Chunta Aragonesista, Ciudadanos por Melilla y Equo Verdes- no ha faltado quien ha señalado una posible contradicción con la “obediencia canaria” tan a gala de la formación canaria.
En mi opinión, no existe tal contradicción. Sería demasiado ingenuo pensar que los adversarios no iban a aprovechar cualquier mínimo resquicio para socavar las bases de un competidor inesperado, incómodo y al que no controlan; que amenaza con perturbar el status quo que reposa en nuestras instituciones. Confunden -no pocas veces de manera interesada- lo que “Jorge Guerra” (alias de Pablo Ródenas, secretario general del Partido de Unificación Comunista de Canarias) señaló como sucursalismo y, por otro lado, estatalismo, ya en la I Conferencia Insular de Las Palmas (sic) en mayo del 1978. Sobre el primero dice que “El sucursalismo lo es en tanto que delega decisiones que sólo al pueblo canario soberano corresponden”. El estatalismo sería “el mantenimiento de lazos con organizaciones homólogas de la Península [Ibérica]”. Considero evidente, por lo que sabemos hasta ahora, que el Acuerdo del Turia, de manera explícita e implícita, transcurre por la segunda de las vías. Habrá que ver a dónde llega más adelante.
He querido, en una versión personal del Diagrama de Nolan, representar el sistema de partidos canarios no sólo en el eje izquierda-derecha -una visión simplista en la que tantos caen- sino también en cuanto a la soberanía/dependencia organizativa de los mismos. Por tanto, no me refiero ahora a la asunción de un determinado cuerpo de ideas como a culturas organizativas en algunos casos muy asentadas. Aunque representar siempre exige delimitar, no conviene olvidar que siempre existen las zonas grises, los solapamientos y que es ahí precisamente donde cualquier proyecta se juega crecer o estancarse. También es necesario aclarar que no siempre ambos extremos de este eje se corresponden de manera exacta con el par canarismo/españolismo, aunque sí que suelen -a grandes rasgos- coincidir.
Así, resulta fácil comprender que en la izquierda del tablero, no todas las organizaciones son iguales. Existen algunas que cultivan a rajatabla aquello de la “obediencia canaria” puesto que son fuerzas cuyas estructuras no responden a instancias foráneas de ningún tipo. Se sitúan a la izquierda de la parte alta del diagrama y son fuerzas canaristas. A la izquierda también pero en la parte central del eje vertical, estarían aquellas organizaciones de carácter federal o confederal (habrá que volver sobre esto) las cuales mantienen lazos estructurales con organizaciones similares del Estado español. Son fuerzas estatalistas. Por último, en la parte inferior del diagrama estarían aquellas fuerzas que, en mi opinión, están claramente subordinadas a sus respectivas centrales en Madrid. Son sucursalistas: allí deciden y aquí obedecen.
¿Cómo juzgar el viraje repentino de Podemos hace unos días desde la propuesta de una coalición electoral plural con nombre nuevo e inclusivo hacia la imposición del nombre de esa organización en la papeleta? Es imposible no reconocer una consigna directa de su dirección en Madrid. Resulta también muy difícil no recordar algunos movimientos similares de la dirección madrileña de Podemos en todos aquellos lugares donde hubiera voluntad de afirmar una identidad propia: Euskadi, Catalunya, Galiza, País Valencià, Andalucía… y ahora Canarias. La tradición de Izquierda Unida o el PCE no es muy diferente. El nacionalismo español, ya sea de izquierdas o de derechas, no está dispuesto a ceder lo verdaderamente importante: la soberanía política, la capacidad de nombrarte a ti mismo y que no te nombren otros, firmar acuerdos aquí sin mandarlos a que se firmen en Madrid, etc.
Sólo las mentes más rígidas no son capaces de distinguir los distintos tonos de la época compleja que vivimos. Como dijera en su cita más conocida Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.” También surgen criaturas más agradables, que conviene cuidar y atender. En este momento seminal del canarismo popular, se puede comprender sin demasiada dificultad que canaristas y estatalistas hacen bien en converger mediante acuerdos justos y razonables; que la “obediencia canaria” no es mal instrumento ni mala seña de identidad para lograr lo verdaderamente esencial: la obediencia a Canarias, es decir, a su pueblo, a sus mayorías sociales y ponerse al servicio de la causa de la construcción de una vida digna en nuestro país del noroeste atlántico africano.