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Paco Juan Déniz o la realidad iluminada

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Hace algunas semanas moría en Las Palmas el pintor Paco Juan Déniz y fue llevado a su cercana tierra donde nació y vivió y tenía casa y taller, en San Mateo. Paco Juan venía sufriendo una enfermedad desde hace meses y también sufriendo la soledad de la incomprensión desde hace años.

Un pintor que sufría, que pasó su vida pintando, que lo intentó en Madrid y que fue querido y codiciado por algunos, como lo demuestra una producción que recorre varios países, e ignorado por otros por pintar desde la entraña, desde lo que era su experiencia, sin depender excesivamente de lo que la plástica iba demandando, y siguiendo su marcado acento personal.

Para intentar entrar en ese mundo minado, de sutileza precisa, liviana, hay que leer con más proximidad que mirar su pintura. Porque cada obra está poblada de signos, de elementos transformadores de su realidad cotidiana y, de alguna forma, poblando ese mundo, acompasar su existencia. Estar siempre con su cosmos y sus objetos lo dejó indefenso ante algunos que repetían que era manierismo o surrealismo o algo por el estilo, pues el pensamiento que no es crítico divaga si no les pone etiqueta a las cosas. Para mí, ser fiel a la verdad que cada ser entraña es firmeza y es ternura, es alimentar tu vida de lo que te sustenta el alma y Paco Juan lo hacía. ¿Es que su obra no está debidamente informada por la historia?

Pero en esta tierra la cultura desoye muchos gritos y pecan los políticos de ignorancia, desconocimiento  o desinterés en otras áreas de la cultura. Por ejemplo: en la producción musical que se hace en Canarias de todo tipo, ya sea folclore, popular, reguetón, clásica, o la improvisación contemporánea, llamada a veces Jazz, sin importar que existan grupos que llevan años subvencionados por hacer o intentar hacer música -porque aquí también la cuestión se repite-,  dejando de lado a otros productores culturales porque no están en boca de los críticos o de los galeristas. 

Una obra de Paco Juan contiene un cifrado que hay que leer con una hermenéutica de donde brote el acercamiento a la verdad de la obra y de su espíritu. Él pintaba desde el margen, como aquellos monjes medievales que aparte de pintar lo canónicamente establecido también incluían sus increíbles historias, precisamente en los márgenes de las páginas. Pues en ese margen estaba Paco Juan y sus iluminaciones trasmiten relatos para entenderlos con la mente abierta, como si fuera un códice con simbología arcana.

Sé también que contó con amigos sinceros, pintores y pintoras, que no hace mucho hicieron una exposición para aportar fondos que ayudaran a Paco Juan a defenderse un poco mejor y que, por indicación de críticos e historiadores de arte, algunas instituciones fueron sensibles y adquirieron parte de su obra, obras importantes de su etapa por Madrid.

Paco Juan se fue apagando de a poco en una edad en la que se supone que todavía queda tiempo, pero pudo más el frío que a veces da el arte que los esfuerzos de sus amigos y amigas. Hay que ser más justos y ecuánimes con otras formas de hacer cultura, aunque esta no sea del agrado o conocimiento de nuestros eternos políticos –para eso están los técnicos que los asesoran- y salir de una vez del eterno retorno de Caín que sigue dando vueltas por este paraíso. 

Esta es una carta de alivio y de afecto para mi entrañable amigo y una vehemente irrupción en lo político, o sea en lo público, en lo social, porque a veces ocurren episodios propios de una comunidad autónoma que más se asemeja a las antiguas colonias de asentamiento.

Y como dejó sentenciado W. Benjamín hay esperanza, no obstante, porque aunque linde más con la ética que con la estética “para la historia nada de lo que una vez aconteció ha de darse por perdido”.

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