Espacio de opinión de Canarias Ahora
Plerosque non isdem artibus imperium a vobis petere
Aunque tengamos la percepción de que nos encontramos inmersos en una campaña electoral permanente, que da comienzo al día siguiente de la última convocatoria electoral, será a partir del 12 de mayo próximo cuando “oficialmente” nuestros candidatos podrán dirigirse a nosotros para pedirnos sin disimulo nuestro voto. Poco importa que el ámbito electoral para esta cita sea autonómico, provincial o municipal, los intereses en juego hace tiempo que dejaron de centrarse meramente en resolver los problemas cercanos, para ser parte de una lucha más amplia donde el centralismo de Madrid (y no solo porque allí esté la capital) lo adsorbe todo. Hace algunos años recogí en este espacio las recomendaciones que el hermano de un ilustre abogado, político y orador romano, Marco Tulio Cicerón, le escribió a modo de “Manual del Buen Candidato”. En ellas le explicaba las bases de lo que ahora es el arte de pedir el voto. En las breves páginas del tratado, revelaba cómo debía decirle a cada futuro votante lo que esperaba oír para ganarse su respaldo. Ya por aquellos años de finales de la república romana, la palabra “candidato” había perdido buena parte de su candor original, puesto que ambas palabras están emparentadas con el color blanco, sinónimo de pureza, inocencia y virtud, y con el sentido de “brillar”. De ahí que se esperara que todo individuo aspirante a ejercer un cargo público estuviera inspirado por este ideal. No en vano, para saber que alguien tenía intención de ser elegido a alguna magistratura debía pasearse durante los días previos por el foro vestido con una toga blanca (toga cándida) y de ahí se deriva el término “candidato”.
No vamos a ser ilusos y pretender que este ideal estuvo detrás del deseo de alcanzar de una forma u otra parte del poder. Desde los inicios de las sociedades humanas existen suficientes evidencias para reconocer que, a pesar de los buenos deseos, siempre hay un punto de interés personal, egoísmo y orgullo en las motivaciones que nos pueden llevar a querer participar de lo que los romanos llamaron “la cosa pública” (res-publica). Sin embargo, a pesar de los intereses personales, debemos asumir que predomina por encima una voluntad de servicio público que actúa de motor básico para justificar el participar en la carrera política. Ahora que parece que todo es moderno, que la Inteligencia Artificial va a sustituir nuestra capacidad creativa, se nos olvida mirar al pasado para descubrir que ahí podemos encontrar el reflejo de nuestras situaciones de hoy en día. No solo de Roma vienen muchos de los términos que usamos en política, sino también de ahí viene el origen de nuestras campañas electorales y su momento estrella: los mítines. Aunque este vocablo proceda de la adaptación gráfica del “meeting” inglés, en la antigua república romana los candidatos tenían la oportunidad de convocar a sus posibles votantes a encuentros que tenían el nombre de contiones (reuniones). Estas contiones servían de plataforma de opinión al candidato para conocer el sentir de la ciudadanía con respecto a sus propuestas electorales y además podían celebrarse cualquiera de los días previos a la celebración de los comicios. En estas reuniones se desplegaban todos los recursos de la oratoria en un intento por convencer al electorado. A falta de carteles, horas de televisión y cuñas de radio, se utilizaban los recursos disponibles en la época. En las paredes de la ciudad de Pompeya se han identificado numerosos grafitis que recogían peticiones públicas del voto para tal o cual candidato. Además, se utilizaba a los esclavos, amigos y clientes para que hicieran campaña por ellos entre sus entornos cercanos. Pero si en algo no hemos cambiado en estos últimos dos mil años es en la percepción de que para conseguir el voto, el candidato no puede decir abiertamente lo que piensa. A finales del siglo II a.C., Cayo Mario se encontraba inmerso en su campaña electoral por conseguir el consulado. No contaba con el apoyo de los conservadores y para tratar de ganarse el voto del pueblo, durante una de sus contiones en el foro, se dirigió de esta forma a la plebe: “la mayoría de la gente no usa las mismas artes para pediros el gobierno y, después de haberlo obtenido, llevarlo a cabo” (plerosque non isdem artibus imperium a vobis petere et, postquam adepti sunt, gerere. Salustio, La Guerra de Yugurta, 85). Reconocía abiertamente que una cosa era pedir el voto y otra muy diferente cumplir luego lo prometido. Obviamente, él se comprometía no actuar de esa manera, aunque la historia nos demostró lo contrario.
Todavía no estamos oficialmente en campaña y las promesas ya están volando de un lado para otro. Los titulares se reparten entre quienes sacan el conejo de la chistera y quienes prometen que harán todo lo contrario. Ya sabemos que una vez que depositemos nuestro voto en la urna, las palabras podrán ser llevadas por el viento, por eso nuestra obligación como ciudadanos no puede limitarse tan solo a votar cada cuatro años. Nuestro compromiso, como ya hacían los antiguos en el origen remoto de nuestro modelo de gobierno, es estar vigilantes durante todo el periodo de gobierno. Reclamar el cumplimiento de las promesas realizadas, movilizarnos cuando caen en saco roto y exigir responsabilidades a nuestros representantes cuando se aparten de lo que se comprometieron. No hacer esto sería dar un cheque en blanco cada vez que vamos a la urnas o caer en el convencimiento de que nuestro voto no sirve para nada. Y eso, sí que es algo que no podemos permitirnos.
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