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La preparación de la guerra

Evidentemente, en la agenda está, de forma cada vez más explícita, la supervivencia energética de Europa y EEUU, un fantasmagórico Japón, y otras zonas desarrolladas del mundo, pero con inexistentes, insuficientes o declinantes recursos fósiles para mantener nuestro impresionante consumo energético, el más voraz de la Historia, que incluye alimentar a una población eminentemente urbana que no cultiva, tener refrigeradores y calefacción ante los cambios de temperaturas; movilizar con cientos de millones de vehículos y cientos de miles de aviones y barcos, las mercancías y personas necesarias para mantener el conjunto de nuestras industrias, etc. Con el declive de México, Venezuela y el Mar del Norte, así como el rápido cenit del África subsahariana, y el también cercano techo geológico del poder ruso, la producción petrolera de Oriente Medio se torna como esencial para poder alargar un poco más la agonía del american way of life, que creíamos eterno, con petróleo, con nucleares o con renovables. Sin embargo, sin petróleo no hay alternativa que pase por el consumismo, ya que la esencia de nuestro modelo socioeconómico es la movilidad, y aunque llegáramos al absurdo de dedicar toda el suelo del planeta a alimentar el transporte con agrocarburantes, sería imposible abastecer esas ansias de crecimiento (la producción actual, que supone menos del 0,1% del consumo mundial de combustible, ya está implicando problemas de abastecimiento alimentario en muchas partes del mundo). Hay quien sigue aún pensando en bólidos tecnofuturistas, pero es algo a lo que ni siquiera Hollywood dedica ya demasiada atención.

Entonces, para conseguir mantener nuestro estilo de vida, del que depende la economía (y el empleo) en Occidente, hay que ir a la guerra. La guerra, que pretende asegurar el control total, sin obstáculo alguno e intentando vetar el acceso del competidor chino, sobre los países gasistas y petroleros de las mayores reservas conocidas de crudo, no es sólo la artimaña de crueles gobernantes o asesinas multinacionales para tener cada vez más dinero. También es la guerra del ciudadano de Occidente que se resiste a abandonar su estilo de vida, y es -en términos ecológicos- la ocupación de un nicho de riqueza hidrocarbúrica por parte de una subespecie (el homo collosus, que describe magistralmente William Catton en Overshoot), y que pretende dominar los flujos de energía que necesita devorar, si no quiere desmontar el tinglado tecnológico de la globalización en el que se haya atrapado.

Nuestra guerra, la que Dick Cheney predijera para la totalidad del siglo XXI, es la de los armados del Norte para asegurar que esos restantes flujos energéticos del petróleo llegan sin problema, y así poder seguir yendo al supermercado. Parece cada vez más claro que esta campaña tiene que ver mucho con el declive del petróleo, que reconocieran recientemente el director de Total y el presidente de la General Motors.

Juan Jesús Bermúdez

Evidentemente, en la agenda está, de forma cada vez más explícita, la supervivencia energética de Europa y EEUU, un fantasmagórico Japón, y otras zonas desarrolladas del mundo, pero con inexistentes, insuficientes o declinantes recursos fósiles para mantener nuestro impresionante consumo energético, el más voraz de la Historia, que incluye alimentar a una población eminentemente urbana que no cultiva, tener refrigeradores y calefacción ante los cambios de temperaturas; movilizar con cientos de millones de vehículos y cientos de miles de aviones y barcos, las mercancías y personas necesarias para mantener el conjunto de nuestras industrias, etc. Con el declive de México, Venezuela y el Mar del Norte, así como el rápido cenit del África subsahariana, y el también cercano techo geológico del poder ruso, la producción petrolera de Oriente Medio se torna como esencial para poder alargar un poco más la agonía del american way of life, que creíamos eterno, con petróleo, con nucleares o con renovables. Sin embargo, sin petróleo no hay alternativa que pase por el consumismo, ya que la esencia de nuestro modelo socioeconómico es la movilidad, y aunque llegáramos al absurdo de dedicar toda el suelo del planeta a alimentar el transporte con agrocarburantes, sería imposible abastecer esas ansias de crecimiento (la producción actual, que supone menos del 0,1% del consumo mundial de combustible, ya está implicando problemas de abastecimiento alimentario en muchas partes del mundo). Hay quien sigue aún pensando en bólidos tecnofuturistas, pero es algo a lo que ni siquiera Hollywood dedica ya demasiada atención.

Entonces, para conseguir mantener nuestro estilo de vida, del que depende la economía (y el empleo) en Occidente, hay que ir a la guerra. La guerra, que pretende asegurar el control total, sin obstáculo alguno e intentando vetar el acceso del competidor chino, sobre los países gasistas y petroleros de las mayores reservas conocidas de crudo, no es sólo la artimaña de crueles gobernantes o asesinas multinacionales para tener cada vez más dinero. También es la guerra del ciudadano de Occidente que se resiste a abandonar su estilo de vida, y es -en términos ecológicos- la ocupación de un nicho de riqueza hidrocarbúrica por parte de una subespecie (el homo collosus, que describe magistralmente William Catton en Overshoot), y que pretende dominar los flujos de energía que necesita devorar, si no quiere desmontar el tinglado tecnológico de la globalización en el que se haya atrapado.