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Presuntamente inocente

No me queda para tomar dialécticamente en plan Palacio de Invierno sino la Telefónica, que por cierto me cobra por teléfono, móvil, ordenador, portátil, ipad, ipod, ebook, y alguna virguería moderna más un ojo de la cara. Pero presuntamente creo que nos hemos quedado cortos en criticar a Rajoy por todos sus desaguisados políticos, económicos y laborales. No sé si nos hemos quedado flojones por miedo, por decepción, o por resignación, que sería lo más grave.

Pero entrando en contradicción semántica, sincrónica y diacrónica, creo que a veces somos un poco injustos con el Partido Popular y Mariano Rajoy. Por ejemplo, en la tan cacareada reforma (laboral, nada de reformar la corrupción) debería más simpatizar con la misma, porque en mi juventud uno de los motivos de alejarme de la Iglesia Católica fue al adentrarme en la lectura de las reformas que introdujo Martín Lutero a una Iglesia en crisis cuya gota que colmó el vaso fueron las indulgencias, documentos que vendían los curas a los incautos católicos y por el cual se eximía al alma de pasar por el purgatorio y hacer viaje directamente al cielo. Ya ven como los curas hacían negocio hasta con las almas. A cuenta de esto me viene a la memoria una gamberrada que le hice a mi abuela Maye que era más católica que el Papa, y fue pedirle un pepito de carne un Viernes Santo. En casa de mis abuelos paternos no se comía carne ningún viernes del año, y mucho menos en Semana Santa, y esa influencia por aquello de la “vigilancia familiar” llegaba a casa de mis padres que vivíamos en el piso de debajo de mi abuela. Menos mal que mi padre es carnívoro, republicano y laico, y le hacía poco caso en gastronomía a mi abuela. No tiene nada que ver ser republicano y respetar las creencias religiosas, que hay infinidad de republicanos católicos, aunque la propaganda de Franco nos hacía creer otra cosa, pero en mi caso andaba yo exaltado a mis trece o catorce años y comerme un pepito de carne en plena cuaresma era como gritar ¡Viva la República!

Cuando le pedí el objeto del pecado, el ansiado pepito que no tiene nada que ver con Don Pepito el chicharrero, la abuela se puso como una fiera a decirme que era un ateo, un gamberro, y tal, y le dije que me diera una indulgencia que yo le daría una bula, “¿qué bula?”, y le di un beso en plan tráfico de influencias. Emocionada, me hizo mi pepito de carne, y además con ajo y perejil, que sabía que me gustaba. “No se lo digas a nadie”, me dijo besucona y zalamera. En la religión católica también hay negociaciones, incluso gastronómicas. Ya sabes, si pagas la bula puedes comer carne. Cuestión de dinero en plan Rato. Ya ven como con esto de la reforma (laboral) de Rajoy las cosas no son tan malas, además si un trabajador cuando le despide su empresario en vez de insultarlo le da un beso como hice con mi abuela, a lo mejor su jefe le da 45 días por año trabajado como en los viejos tiempos, y le regala un cheque adicional para que mitigue sus angustias iniciales y se compre unos zapatos para que patee al modo buscando un nuevo trabajo.

Cuando Rajoy habla de ajustes no entiendo porqué mucha gente se pone nerviosa. Al llegar al “Diario de Las Palmas” todavía el periódico se hacía con cajistas, linotipias, fresadoras, estereotipia, y no había llegado la fotocomposición ni el offset, y el espíritu de Gutenberg deambulaba por los talleres de la calle León y Castillo esquina a Murga, y me enteré a través de los jefes Pepe Florido y Pepe Calderín, que ajustar significaba concertar, reunir, apretar las galeradas para formar las planas. También ajustar significa acomodarse, conformar su opinión, su voluntad o su gusto con el de la otra, y hablando de la otra, en El Salvador ajustar significa hacer el amor. Qué gusto.

También se está utilizando mucho el palabro recortar, y en eso estoy de acuerdo con que al Partido Popular habría que recortarle a muchos de sus dirigentes su afición a la corrupción, y a poner por delante el interés privado que el general, y también habría que recortar los gastos de los políticos en coches oficiales, tarjetas visa oro, secretaria rubia y morena, y no recortar en Educación, Sanidad, Asistencia Social, la base del estado del Bienestar. Y para no cansarles mucho tropiezo con una definición indefinida como la indefinición de la que hablaba Manolo Padorno, y me refiero al palabro rescatar, y cuando oigo que rescatan a un banco, pienso de entrada quienes son los rescatadores y a quienes van a rescatar, si a los que están en los despachos con chaqueta y corbata y que se llevan millones haciendo trasferencias por informática a los paraísos fiscales, a los inocentes clientes que boca abajo permanecen amenazados, o el pobre hambriento que llega al banco con una escopeta vieja y le pide al cajer@ que le de lo que hay en la caja y se lleva unos miles de euros, y luego mayormente da con sus huesos en la cárcel, mientras que los de dentro descojonados de la risa le meten encima un paquete al cajer@ por no haber defendido con su vida los miles miserables euros que se llevó el aprendiz de José María el Tempranillo.

Pero cuando más nervioso me pongo y presuntamente tengo ganas de coger mi espingarda, es cuando se rescata a un banco con dinero público, se le da dinero de nuestros impuestos, y encima los banqueros siguen (presuntamente) robando millones de euros en indemnizaciones, primas, bonos, variantes, pensiones vitalicias de oro y diamantes, haciendo realidad la nueva versión del neoliberealismo, que es privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Como soy un clásico estaba de acuerdo en plan democrático y tal, con los liberales de antes, que como máxima aspiración tenían que el Estado no metiera las narices en nada, salvo tener policía para mantener el orden (para ellos) y dar palos y tentetieso a los hambrientos y no pedían un duro del Estado sino para su seguridad privada, pero ahora los neoliberales quieren darnos unos migajas y encima que con estas migajas paguemos nosotros la gran crisis del capitalismo financiero, y que del Presupuesto del Estado se les de dinero a fondo perdido, y llego a la conclusión que España es un estado fallido y con mucha presunción, incluso con el interrogante acertado que puso a un excelente artículo titulado “¿España un estado fallido?” Antonio González Vieítez recientemente en este periódico, y cómo el agnosticismo que abracé en mi juventud ha subido muchos enteros en mis entenderas después de los últimos descubrimientos sobre el bosson de Higgs o la partícula de Dios, nada digamos de mi incredulidad con las partículas atómicas, protones y neutrones incluidos, que tiene Rajoy en Economía y Hacienda, nada menos que a Luis de Guindos y a Cristóbal Montoro, que como sigan así le van a quitar a España el interrogante de fallido y nos harán una monarquía bananera. Cuando un país integrado en la Unión Europea tiene una crisis moral y material tan profunda, cuando muchos jóvenes muy bien preparados están emigrando en busca del trabajo que aquí no encuentran, el panorama del futuro no es muy halagüeño. Como dato curioso y furioso, América Latina, por aquello del idioma, es el destino preferido desde hace dos años para los jóvenes españoles. La empresa de captación de talentos, Ranstad, en su último informe da unas cifras significativas y de 128.655 españoles que emigraron en busca de trabajo en 2011, el 60% está residenciado en algún país de América Latina. ¡Manda trillos!, quién lo diría en el siglo XXI. A todas estas mi prima asoma la oreja detrás de la puerta, y mi tío corralito me sonríe cínicamente tras el cristal con una mirada tenebrosa.

Presuntamente inocente me voy a Las Canteras a darme un baño, por dentro y por fuera.

No me queda para tomar dialécticamente en plan Palacio de Invierno sino la Telefónica, que por cierto me cobra por teléfono, móvil, ordenador, portátil, ipad, ipod, ebook, y alguna virguería moderna más un ojo de la cara. Pero presuntamente creo que nos hemos quedado cortos en criticar a Rajoy por todos sus desaguisados políticos, económicos y laborales. No sé si nos hemos quedado flojones por miedo, por decepción, o por resignación, que sería lo más grave.

Pero entrando en contradicción semántica, sincrónica y diacrónica, creo que a veces somos un poco injustos con el Partido Popular y Mariano Rajoy. Por ejemplo, en la tan cacareada reforma (laboral, nada de reformar la corrupción) debería más simpatizar con la misma, porque en mi juventud uno de los motivos de alejarme de la Iglesia Católica fue al adentrarme en la lectura de las reformas que introdujo Martín Lutero a una Iglesia en crisis cuya gota que colmó el vaso fueron las indulgencias, documentos que vendían los curas a los incautos católicos y por el cual se eximía al alma de pasar por el purgatorio y hacer viaje directamente al cielo. Ya ven como los curas hacían negocio hasta con las almas. A cuenta de esto me viene a la memoria una gamberrada que le hice a mi abuela Maye que era más católica que el Papa, y fue pedirle un pepito de carne un Viernes Santo. En casa de mis abuelos paternos no se comía carne ningún viernes del año, y mucho menos en Semana Santa, y esa influencia por aquello de la “vigilancia familiar” llegaba a casa de mis padres que vivíamos en el piso de debajo de mi abuela. Menos mal que mi padre es carnívoro, republicano y laico, y le hacía poco caso en gastronomía a mi abuela. No tiene nada que ver ser republicano y respetar las creencias religiosas, que hay infinidad de republicanos católicos, aunque la propaganda de Franco nos hacía creer otra cosa, pero en mi caso andaba yo exaltado a mis trece o catorce años y comerme un pepito de carne en plena cuaresma era como gritar ¡Viva la República!