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La SER y las “presuntas feministas”

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Soy feminista desde los 17 años y estoy ya muy próximo a la jubilación. Para ser justo, el mérito, el de ser feminista (o, si lo prefieren, aliado o simple compañero de viaje), es mío solo de forma bastante parcial. La realidad es que tuve la enorme suerte de conocer y trabajar juntamente con las primeras feministas canarias de los años setenta del pasado siglo y aprender mucho de ellas; algo se me habrá pegado. Les estoy hablando de tiempos en que las movilizaciones (por el derecho al divorcio o la legalización del aborto) eran absolutamente minoritarias y la gente por las calles les llamaba locas, como les pasó a las sufragistas algunas décadas antes.

Pero ellas, frente a la incomprensión de tantos y tantas, resistieron y siguieron abriendo, con gran esfuerzo y convicción, brechas que fueron determinantes para posibilitar los posteriores avances legales y sociales. Siempre resultará insuficiente el reconocimiento de las mujeres y del conjunto de la sociedad canaria a esa valiente y pionera generación a la que tanto debemos.

Soy feminista dentro de lo feminista que podemos ser los hombres que, reconozcámoslo, somos parte del problema al tener un enorme caudal de privilegios acentuados por un machismo milenario. Cuesta mucho superarlos. Solo se consigue de manera con toda seguridad insuficiente. Aunque, curiosamente, somos también parte de la solución.

Ser modesta y militantemente feminista como periodista me produjo una de las mayores alegrías de mi vida profesional y personal: la concesión por el Instituto de la Mujer de España del premio al Mejor Tratamiento de la Imagen de la Mujer en Prensa. Alegría doble por ser un galardón en el conjunto del Estado español y por hacerlo un jurado que nunca llegué a saber las personas que lo integraban. Solo juzgaron, como una cata a ciegas, un trabajo.

Fue una ardua tarea, con la colaboración de Paco Santana, rigurosa y divulgativa de la progresiva incorporación de las mujeres en los años ochenta a las más diversas actividades profesionales que, hasta entonces, le habían sido vetadas. Reflejando, asimismo, las diferentes reivindicaciones del movimiento feminista de la época. 

Lenguaje inclusivo

Luego en mi actividad profesional cotidiana fui de los pocos que, desde los años ochenta, utilizaba habitualmente el lenguaje inclusivo en mis informaciones periodísticas. En ellas siempre había referencias a niñas, alumnas, profesoras o médicas, y no solo a sus correspondientes masculinos. Se puede comprobar en las hemerotecas. Lo sigo haciendo. También he participado como ponente, en los ámbitos universitarios y como invitado en foros impulsados por organizaciones feministas, en congresos y debates sobre violencia de género y, en particular, sobre el papel de los medios de comunicación en su tratamiento.

Ahora que se acerca el final de mi etapa periodística, tengo que reconocer que he tenido extraordinarias jejas y jefes. Y no menos excelentes y generosos compañeros y compañeras. A ellos y a ellas mi profundo agradecimiento y mis disculpas por los errores cometidos.

No pensaba hablar de estas cosas. Pero acontecimientos recientes me obligan por razones éticas a intervenir. Es cierto que estamos en una etapa donde funcionan muy bien los bulos y los linchamientos mediáticos, haciendo un enorme daño a la democracia. En la mayoría de las ocasiones elaborados y difundidos por medios y panfletos de la extrema derecha. Pero no solo. Como tampoco la censura y las cancelaciones son unidireccionales.

Resulta poco presentable tratar de linchar desde el mayor de los oportunismos a un dirigente político por las declaraciones desairadas de una exconsejera con la que compartió en su momento Gobierno y que parece haber tragado amargamente una destitución que se produjo hace más de cuatro años. A sus acusaciones, sin más pruebas que su palabra, pese a que hacía referencia a reuniones colectivas, se sumaron entusiastas los tertulianos de la SER, no por un gesto de solidaridad con la presunta víctima, nada de eso, olvídense, sino porque la línea editorial obliga a atacar al líder de NC por tierra, mar y aire, como antes lo hicieron sin miramientos con el de Izquierda Unida en Tenerife. Con los que resultan molestos a Coalición Canaria, vamos. Es así y seguirá siendo así. No cambiarán.

Normas de obligado cumplimiento de la casa. Lo digo, aunque me arriesgo también a una dosis de linchamiento, en lo que son expertos y expertas, pero muy consciente de lo que señalo. Por cierto, de feminismo no me dan ni una sola lección ninguno de los que estaban en la tertulia. Ninguno.

Monumental resaca 

Pero el colmo del inmoral dislate se alcanzó en la segunda jornada. Al día siguiente. En la (monumental) y periodística resaca. En una especie de editorial, se lamentan afligídamente de que el movimiento feminista canario no haya reaccionado en masa, pese a las insistentes peticiones de la SER, solicitando el fusilamiento en plaza pública del dirigente canarista. Lo que confirma, según la emisora, lo perversas y flojitas que son las feministas, a quienes no duda en calificar, manda soberbia, de “presuntas”; el carné de feminista lo deben repartir, sellado y firmado, en la sede de la emisora. Aunque podía confirmar, tal vez, lo manipuladores y sectarios que son ellos y ellas; y, asimismo, que, afortunadamente, no todo el mundo está dispuesto a rendirles pleitesía, a pesar de los evidentes riesgos que supone no hacerlo por su omnímodo poder mediático, que podía ser otra lectura. Sé que mucha gente, del mundo político, universitario o cultural, coincide en gran parte de lo que digo y calla por temor a las posibles represalias.

Concluyo, al menos de momento. Ser miserables sale muy barato en estos tiempos. Aunque, en ocasiones, se roce no solo la mayor de las vilezas, sino también el más completo de los ridículos. Los conozco bien. No tienen límite.

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