1 de septiembre de 2018. Un ataúd envuelto en la bandera estadounidense entra en la capilla del Capitolio de Washington D.C.. Estados Unidos decía adiós a John McCain, senador por Arizona, excandidato presidencial en las elecciones de 2016 y figura clave del Partido Republicano. Tanto las ausencias como las asistencias contaban y Donald Trump, en un gesto inédito y de gran significado político, decidió no estar. Los expresidentes Clinton, Bush y Obama sí asistieron y estos dos últimos, tal como el senador había dispuesto, pronunciaron discursos de apoyo. La hija del senador, Meghan, lo resumía perfectamente: “La América que mi padre defendía no necesitaba ser grande otra vez, porque ya lo era”, en clara alusión al ya célebre “Make America great again”. Aquella mañana el Partido Republicano pronunciaba, por la ausencia del presidente, un firme adiós a la política moderada y de entendimiento entre partidos que McCain representaba. Se enterraba una manera de entender y hacer política.
Dos años más tarde, todas las miradas vuelven a ponerse en Washington. 2020 será recordado como el año de la pandemia; por un virus que hizo a todos los países igualmente vulnerables frente a la crisis sanitaria, económica y política. Los colores en el mapa de Estados Unidos entre tonalidades de rojo y azul representaban las respuestas posibles a estas crisis. La elección entre un candidato republicano o demócrata no sólo significaba un cambio en las políticas estadounidenses, sino también una manera de entender la crisis en la que todavía estamos.
Los votantes escogieron el azul demócrata en favor de una agenda ambiciosa en justicia climática y de género. Por el fin de la confrontación constante y la discriminación. Uno de los factores clave en la victoria demócrata ha sido el cambio de color de estados tradicionalmente republicanos como Georgia o Arizona. La diferencia en estos dos últimos estados ha sido tan ajustada que los votos han sido decisivos calle a calle, barrio a barrio. La realidad local de cada condado de estos estados ha contado más que nunca.
Las calles de Arizona no habían olvidado la ausencia de Trump en el funeral de McCain. Desde 2018 se podían ver carteles con la frase “Republicans for Biden” en los barrios de Phoenix y otras ciudades del estado del suroeste. Votantes que hubieran apoyado sin fisuras a un candidato republicano más pragmático decidían dar la espalda a su partido y votar por un candidato demócrata moderado y centrista como Biden. Tras un agónico escrutinio, Biden salía vencedor por algo más de 10.000 votos y se hacía con los votos electorales de un estado clave para decantar la presidencia a su favor.
El mensaje es claro. Estados Unidos necesita cambiar de estrategia, reconstruir un país fragmentado y compensar errores y desigualdades que la sociedad americana ha sufrido durante mucho tiempo. Es el momento de dar esperanza y coser heridas. No para hacer a América grande, sino igualitaria. Estados Unidos ha sido siempre un país de posibilidades, pero los últimos eventos, desde la gestión de la pandemia a las protestas del movimiento Black Lives Matter e incluso la negativa a aceptar los resultados electorales por parte de Trump demuestran que el país ha cambiado de cara. Estados Unidos podría aparecer dominado por la injusticia y la desigualdad, pero sabemos que no es así. América está construida sobre la ideología de la libertad, como quedó claro para los inmigrantes que llegaron a Ellis Island a principios del siglo XX al ver la gran estatua de hierro.
El futuro éxito de la nueva administración Biden dependerá en gran parte de las verdaderas razones del cambio de voto de los republicanos al Partido Demócrata. ¿Es la victoria de Biden fruto de una voluntad real de los americanos de cambiar de camino hacia una sociedad más igualitaria o es simplemente el resultado de cuatro años de frustraciones? ¿Será Biden capaz de restaurar una sociedad profundamente dividida, con discrepancias que se remontan, no sólo a cuatro años, sino a siglos, y que ni siquiera Obama fue capaz de superar? Biden es un valioso candidato y la vicepresidenta Harris, una esperanza para que las mujeres americanas ocupen un lugar valioso en la política estadounidense. McCain estaba en lo cierto: América nunca ha dejado de ser grande, y solamente el entendimiento entre diferentes podrá unirla de nuevo.
Sofía Badari es graduada en relaciones internacionales por la Universidad de Bolonia y máster en estudios globales por la Universidad LUISS Guido Carli.
Luis Galiano es graduado en Derecho y Economía por la Universidad de Sevilla y máster en Economía Europea por el Colegio de Europa en Brujas (Bélgica).