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Las reglas del juego

Por educación, no voy a llamar tramposo a Fernando Clavijo. Tampoco le voy a llamar cobarde. Sí diré, sin embargo, que su comportamiento es propio de un cobarde tramposo.

Clavijo sabe, perfectamente, que el reglamento de la Cámara le concede un plus como presidente. En las preguntas de control al Gobierno y en el turno por alusiones, cuenta con un minuto, mismo tiempo que el que emplea el diputado, pero con la ventaja de responder él en dos turnos y cerrar siempre él el debate.

Ese esquema de reparto está concebido para dar la oportunidad al Gobierno de contestar de manera clara las preguntas de la oposición. Puede gustar más o menos, pero tiene su lógica. El Gobierno tiene derecho a defenderse de las críticas que los portavoces pueden, podemos, realizar en el turno de preguntas y, normalmente, contestar es algo más complejo que preguntar.

Sin embargo, y en mi caso, cuando Fernando Clavijo se queda sin argumentos, pervierte el sistema y convierte su respuesta en un ataque a mi labor como alcaldesa de San Bartolomé, a pesar de que yo no tengo derecho a contestar durante el mismo tiempo que él.

Eso ha vuelto a suceder al preguntarle por su valoración sobre las consecuencias de la Ley del Suelo. Clavijo se vio incapaz de rebatir la cruda realidad pues, una vez más, sus promesas han sido humo, sus titulares se han desdibujado, se ha vuelto a desinflar el enésimo suflé de su famoso cambio de modelo.

Como se ha quedado sin capacidad de respuesta, me ha interrogado a mí sobre el Plan General de San Bartolomé y el de Arrecife, pendientes de aprobar a día de hoy sin caer en que, precisamente, ese es el problema: la falta de capacidad de los ayuntamientos en los que ahora, con su ley, descarga toda la responsabilidad sobre la tramitación y aprobación de los instrumentos de ordenación.

Podría decirle a Clavijo que no es precisamente a mí a quien ha de preguntar. Podría decirle que, quizás, le deban informar en la Consejería correspondiente de por qué faltan informes de Costas, por ejemplo, en alguno de esos planes. Podría preguntarle, también, por qué se le presenta el documento a una organización empresarial antes de presentarlo al Ayuntamiento.

Entrar en esas preguntas, sin embargo, nos aleja del tema que hoy toca: señalar el comportamiento cobarde y tramposo de un presidente que en lugar de contestar, como es su obligación, aprovecha sus prerrogativas como presidente para atacar a quien, por el reglamento de la Cámara, no puede defenderse.

Para finalizar, Clavijo debe tener claro que sus salidas de tono no van a conseguir frenar mi labor como portavoz. Me repugna su comportamiento tramposo, me disgusta profundamente su cobardía. Sin embargo, sus ataques no van a quebrar mi desempeño como portavoz de mi grupo. Ni me quejo ni pido amparo, simplemente denuncio el comportamiento intolerable de un presidente que no sabe serlo.

Por educación, no voy a llamar tramposo a Fernando Clavijo. Tampoco le voy a llamar cobarde. Sí diré, sin embargo, que su comportamiento es propio de un cobarde tramposo.

Clavijo sabe, perfectamente, que el reglamento de la Cámara le concede un plus como presidente. En las preguntas de control al Gobierno y en el turno por alusiones, cuenta con un minuto, mismo tiempo que el que emplea el diputado, pero con la ventaja de responder él en dos turnos y cerrar siempre él el debate.