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Resentimiento, redes y populismo

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Últimamente encuentro a muchas personas que parecen vivir con la sensación de que la vida les debe algo. Hay quien piensa que se sacrificó estudiando una carrera, porque en la época de sus padres tener una carrera era sinónimo de tener una vida cómoda, y no han encontrado la recompensa que creen que merecían. Hay quien siente que su pareja le salió rana, y es en ese terreno en el que sienten que la vida les debe algo. Hay quien siente que le hubiera gustado tener descendencia, y no ha podido. Hay quien la tiene, y siente envidia por lo que creen que es la vida despreocupada de los solteros/as. Hay mujeres que sienten que por el mero hecho de ser mujeres la vida ha sido injusta con ellas. También hay hombres que sienten que la vida es injusta con ellos por el mero hecho de ser hombres. Heteros que dicen que la vida es injusta con los heteros, y homos que dicen que es injusta con los homos. Y, por supuesto, hay quienes, a poco que puedan, te contarán que la vida ha sido injusta con ellos (o ellas), porque, de no haber sido por lesiones, accidentes, gestores que han sido injustos con ellos y otras injusticias varias, hubieran tenido una carrera deportiva o artística plagada de éxitos que harían palidecer los de Alcaraz, La Roja, Jennyfer López o Katy Perry.  

¿Por qué tanta gente parece vivir la vida con la sensación de que la vida les debe algo? A principios del siglo XXI, en “La cultura del nuevo capitalismo” el sociólogo Richard Sennett utilizaba el término ressentment para etiquetar a esa sensación difusa, compartida por muchas personas, de haber sido tratadas injustamente por la vida, que, a menudo, se traduce en la sensación de haber sido maltratados/as por una sociedad que infravalora tus méritos y sobrevalora los de los demás. Las reglas habían cambiado en el nuevo capitalismo, lo que antes se valoraba ya no se valora y mucha gente que, de acuerdo a los criterios de antes, no debería tener nada, se habían encaramado a la cima. Sobre la base de un sentimiento de indignación, a partir del 15-M surgieron nuevos partidos y, supuestamente, nuevas formas de hacer política, que ofrecían a la gente la ilusión de que se podía construir un mundo en el que la vida les devolvería lo que les debía. ¿Qué pasó después? A partir de la segunda década del siglo XXI se generalizaron los teléfonos inteligentes. Y las personas, que poco antes se había rebelado contra unos poderes políticos que pensaban que querían manipularlos, se sometieron dócilmente a un poder blando, donde algunas empresas mandan más que los gobiernos, que ha convertido a buena parte de los 8.000 millones de personas que actualmente habitamos la tierra en los conejillos de indias de experimentos de modificación de la conducta a una escala hasta ahora nunca vista. Y ahora generan resentimiento. 

Aunque el término FOMO (Fear of Missing Out, el miedo de estarse perdiendo algo) se ha generalizado, creo que no somos conscientes de hasta qué punto las redes promueven ese sentimiento de que la vida te debe algo, de que ha sido injusta, de que a todo el mundo le toca vivir una vida que es infinitamente mejor que la que a ti te ha tocado vivir. ¿Estás soltero/a? Como sigas en redes a tus amistades casadas no verás caras demacradas tras noches sin dormir, ni escritos en que reconozcan que apenas pueden leer algo, no digamos ya decir algo medio coherente. ¿Estás casada/o? No verás fotos de solteros/as comiendo frente a un televisor sintiendo soledad, ni gente reconociendo que tiene un catarro tremendo y que no tiene quien se acerque a la farmacia a traerle remedios. Y no hablemos de viajes, gestas deportivas, conciertos interesantes o logros en artes o aficiones: la vida virtual no es una muestra representativa de la vida real. Es una versión editada y falseada, en la que, como cada quien pretende vivir una vida mucho mejor de la que realmente vive, al final todo el mundo acaba convencido de que vive una vida de mierda. Como todo el mundo está convencido de haberse portado bien, mucha gente cree que la vida les debe algo. 

Si en la sociedad actual supiéramos algo de filosofía quizá podríamos recuperar algo de la sabiduría de los estoicos que, hace ya bastante tiempo, nos enseñaron que la vida no es injusta o injusta, simplemente es. Pero parece que somos poco dados a pensar que igual no tenemos motivos razonables para pensar como pensamos. Y en esto aparecen los populismos. Los populismos vienen a decirle a un montón de gente que tiene la sensación de que la vida les debe algo que, efectivamente, tienen razón. Ellos han identificado a los culpables. La culpa es de los funcionarios, que no dan palo al agua y cobran un sueldazo, y por eso tú, que te dejas el lomo trabajando, no tienes lo que te mereces. La culpa es de los empresarios, porque en este país se les deja explotar a los trabajadores, y por eso ellos, los jefes, tienen más de lo que se merecen y tú, pobre currante, no tienes la vida que te mereces. La culpa es de los inmigrantes, que vienen a vivir de paguitas y ayudas, y por eso a ti, que en realidad sí que te lo mereces, no te ayuda nadie. La culpa es de los hombres, de las mujeres, de las madres solteras o de las casadas, del lobby de género, o del católico conservador. Leo en el periódico que la migración será un tema candente en las próximas décadas. El mundo está divido por fronteras. Y de los dos lados hay gente que siente que, por haberles hecho nacer dónde y cuándo lo hicieron, la vida les debe algo. Si, para variar, pensáramos, quizá nos alegraríamos. Estamos aquí. La vida no es justa o injusta. Es.

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