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Salimos hace tiempo de nuestras madrigueras

Fachada del Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid. EFE/Rodrigo Jiménez

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Mientras actrices, cantantes y mujeres representativas de las distintas artes de nuestro país graban vídeos en los que simbólicamente se cortan su pelo, para hermanarse con aquellas que en Irán no pueden mostrarlo porque serían ajusticiadas, aquí tenemos otras noticias.

Unos jóvenes universitarios en bloque, desde su acomodada y prestigiosa residencia universitaria, cacarean al grito de putas la atención del bloque cercano de las estudiantes de la residencia femenina. Ante el estupor de la sociedad, ambos, cacareadores y las señaladas como putas conejeras, sorprendidos por el alcance mediático, defienden su inocencia y, altaneros, acusan a los medios de la mala interpretación de una tradición que, dicen, viene de lejos. Ellas no se sienten ofendidas y ellos solo interpretaban un inocente juego de residentes en grupo.

Dicen que se les acusa por ser como son, es decir, jóvenes pudientes pertenecientes a la sacrosanta estirpe adinerada. Viven al margen de lo feo. No les roza la desigualdad del mundo. Las expresiones malsonantes en ellos no son la entrada al portal de la violencia. Su masa no destila para ellos las huellas de una tradición de superioridad machista y desconsiderada.

Ellas lo interpretan de igual modo. 

Porque soy docente y mi especialidad es la Lengua me niego a devaluar las palabras. Una multitud que grita “putas salid de las madrigueras” a las mujeres de enfrente no puede ser amortizada a golpe de talonario ni sintetizada en el confeti divertido de las fiestas de la alta sociedad.

Los derechos humanos que en una parte del planeta son brutalmente masacrados hubo un tiempo en el que en esos mismos territorios sus clases acomodadas tampoco sintieron la necesidad de defenderlos. Cuesta muy poco destruir lo que con sangre de muchas y mucho esfuerzo pudo ser logrado.

La educación en los valores que nos construyen como humanidad no se presupone en la nómina de nuestros apellidos. 

Sé que mis palabras no llegarán a todos esos jóvenes que solo escuchan el tintineo de sus lujosos amuletos. No me rindo. Como cada año, este también empuñaré la tiza de mi decencia, esa que me legaron las maravillosas profesoras que tuve como docentes, esa que me explicaron mis estupendos compañeros de profesión, esa que me hizo ver desde mi humilde cuna que la cultura y la educación eran el camino de la libertad y el sentido que quería para mi patria. 

Las palabras no son inocentes, los gestos tampoco. Por eso agradezco a mis compañeras su entrega solidaria, a mis actrices el corte de sus melenas, a mi hija la explicación de su jerga juvenil y solidaria, a mis alumnas su mirada cómplice, a los medios la denuncia de cada uno de los casos en los que una mujer se pone en peligro, a los jueces su apuesta por impartir una justicia en igualdad, a los hombres del mundo su compañía en nuestra lucha y a mi idioma la suerte de haberme dado una lengua cuajada de matices que me permite explicar la diferencia y el valor de cada uno de los vocablos que, con rigor y respeto, explico en mis clases.

Nada es gratuito. Nada es para siempre. Ningún avance es permanente. Que no se nos olvide la responsabilidad que encierra cada uno de los derechos alcanzados. 

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