Hay personas que se sienten encerradas al vivir en una isla. Hay otras que, al otear el horizonte marino, tienen sensación de libertad. Sea como fuere, lo cierto es que te imprime un carácter diferente con relación a esas otras personas que lo único que perciben a su alrededor son llanuras terrestres. Además, te condiciona el clima, la percepción de las distancias, la forma de ver a las poblaciones visitantes e, incluso, la de analizar a nuestros congéneres. Por esa razón, sobre nuestros antecedentes poblacionales, su proveniencia desde el norte de África es un hecho prácticamente incontestable, cifrándose entre siglo V y I A.C. A partir de este hecho se tiene la libertad para pensar si eran comunidades navegantes en búsqueda de colonizar nuevos territorios o simplemente el incorporar poblaciones destinadas a la esclavitud. Lo cierto es que el tiempo fue pasando, ofreciendo una organización propia en cada una de las Islas, que fue lo que se encontró cuando se procedió a la conquista de Canarias, que comienza en 1402 en Lanzarote y finaliza en 1496 en Tenerife generándose una subordinación sobre la invasión. Cuando finalizó el proceso de conquista, más allá del exterminio casi absoluto de la población indígena, el modo de vida basada en la expansión y colonización hizo que el Archipiélago se tornara como un elemento estratégico, lo que le configuró una personalidad económica y social determinada.
Tengamos en cuenta que siempre ha sido necesario un marco institucional diferenciado para nuestro desarrollo económico, existente desde la incorporación a la Corona de Castilla hasta el día de hoy (y que perdure hasta el infinito y más allá), porque nunca dejaremos de ser lo que somos. En este sentido, hay que hacer hincapié en la evolución que ha tenido, ante la necesidad de adaptarlo a los cambios económicos y sociales que han experimentado, pero manteniendo los principios básicos del mismo. De hecho, incorpora las normas y principios vinculados al reconocimiento del Archipiélago como Región Ultraperiférica de la Unión Europea, reflejada en el artículo 349 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, el cual considera “teniendo en cuenta la situación estructural social y económica de Canarias, caracterizada por su gran lejanía, insularidad, reducida superficie, relieve y dependencia económica de un reducido número de productos, factores cuya persistencia y combinación perjudican gravemente a su desarrollo”.
Esta calificación requiere medidas específicas que ayuden a equiparar las condiciones a las del resto de territorios de la unión europea para impulsar nuestro desarrollo social y económico. Y ¿para qué? Para evitar una mayor divergencia en renta de nuestra población con el resto. Tengamos en cuenta que, a la hora de observar las cifras del PIB per cápita de Canarias se detecta que, además de situarse por debajo del nacional, ha aumentado su diferencia respecto a este, especialmente a partir del año 2005, ya que el índice Canarias/España pasa a situarse por debajo de 90, y reduciéndose hasta 73,6 para el año 2020 no recuperándose en 2021. Esta divergencia registrada se ha debido, principalmente, al menor ritmo de crecimiento del PIB regional, cuya tasa de crecimiento 2000-2020 asciende a 50,3%, frente al 73,2% del PIB nacional. A este elemento, se añade el incremento poblacional registrado en las islas de, aproximadamente, un 35%, más del doble que el crecimiento de la población del conjunto del país (16,8%). En definitiva, un cóctel explosivo complicado de asumir.