Espacio de opinión de Canarias Ahora
La siniestra política de lo macabro
La Historia no puede borrarse quemando libros ni demoliendo monumentos antiguos cuyo valor artístico y patrimonial habla de cultura y sensibilidad humanística. Los hechos históricos, gloriosos o deplorables, son inamovibles y no hay más remedio que asumirlos, respetar su existencia, juzgarlos en su contexto cronológico y, en su caso, aprovecharlos como lección para que jamás vuelvan a repetirse episodios denigrantes.
Quizá convendría hoy regresar a 82 años atrás para cotejar hemerotecas de lo que sucedió entonces en Cataluña con lo que está pasando ahora. Asusta pensar que solo se trate de cambiar unas pocas siglas y alguno que otro nombre y apellidos.
Una pregunta: ¿Cuántas generaciones se calcula que deben transcurrir hasta que se erradican definitivamente resentimientos de vencidos y nostalgias de vencedores? ¡Ojo! que la mayoría de los que organizaron aquella guerra y quienes la sufrieron en primera persona, ya no están aquí; habida cuenta que la peor tragedia que puede sufrir un pueblo es una guerra civil (no sé por qué se ha dado en llamarla así, pues de “cívica” no tuvo nada, cuando el efecto fue matarse entre hermanos porque pensaban y sentían distinto, o liquidar al vecino con el que uno se llevaba mal)...
¿Cuántas siglos de generaciones balcánicas transcurrirán hasta que en aquellas tierras se borre de la memoria, que no de la Historia, ese odio psicopático y recalcitrante por cuestiones de raza, religión, ideología o simple instinto asesino en una parte de la Europa supuestamente civilizada, masacrada por políticas fracasadas? ... No es lo mismo, pero casi.
Es hartazgo que al cabo de casi un siglo, cuando flaquean los propios argumentos se siga utilizando como insulto el término “franquista” como arma arrojadiza. ¡Ya está bien! Es cansino, torpe e inservible… como no sea para abonar con detritus el cultivo de votos.
Quienes todavía no habían nacido entonces, y los que por desgracia tuvieron que largarse tras perder una guerra infame, si todavía están aquí debieran hacer frente común –o popular– con aquellos que sufrimos o sufrieron desde dentro todo lo que otros habían destrozado previamente en nombre de una democracia fallida.
Mucho tienen que callar también quienes hoy abanderan bondades enarbolando símbolos que mataron todavía más que los otros (que ya es decir). Una hoz y un martillo que sorprendentemente hoy no están prohibidos, sino que se alardea de ellos sin recato en reivindicaciones sociales y económicas en nombre de un modelo político caduco y fracasado, a lo largo de un siglo en que muchas pretendidas democracias asumieron en falso el rol de la granja de Orwell. Cuando –insisto– las muertes masivas se contabilizaron en magnitudes archipielágicas (por lo del Gulag).
A pesar de esta soflama que me sale de dentro porque la indignación me puede, sigo apreciando y respetando a mis amigos comunistas, que los hay y lo son de corazón –incluso admiro a más de uno– Pero ¡ya está bien de Franco, franquistas y antifranquistas! ¿Cabe mayor absurdo que, cuando se agotan las razones en la dialéctica política, se utilice ese insulto para revivir el nefasto recuerdo de un dictador?
Los genuinos nostálgicos del “régimen”, que por mera lógica aritmética y cronológica, al cabo de ochenta años suponen una exigua minoría residual, encuentran fuelle para sus pobres rescoldos moribundos en las maquinaciones políticas de quienes, en contra del sentido común, “resucitan al muerto” para reavivar el fuego indeseado del odio fratricida, del resentimiento por las causas perdidas y la confrontación continua para ganancia de pescadores. Eso sí, en nombre de un humanitario sentimiento artificial de respeto por el recuerdo de una parte localizada de las víctimas de aquel trágico episodio nacional. A veces, muchas veces, la política repugna al uso de razón.
¿Somos conscientes del ridículo internacional que nos estamos ganando a pulso por el enfrentamiento interno focalizado en un personaje que, por muy controvertida que fuese su figura histórica, murió hace casi medio siglo? ¿Nos imaginamos a un maño de pro, nacido cien años después de los “Sitios de Zaragoza”, que mantuviese toda su vida un odio visceral y psicótico contra los “gabachos” napoleónicos que aniquilaron su preciosa ciudad y a sus antepasados recientes? Puedo dar testimonio personal de que eso se cura con el tiempo… leyendo, viajando y con la buena fe, que poco tiene que ver con la política.
Conducir con la mirada fija en el retrovisor es una temeridad propia de descerebrados. Cierto que conviene echar alguna ojeada esporádica al espejito para controlar lo que hay por detrás. Pero la prioridad del presente está hacia adelante… Lo importante para alcanzar nuestro destino es el camino que nos lleva hacia el futuro. El pasado quedó donde debía… donde ya no existe más que en el recuerdo amable de los momentos felices. Para las desgracias, hay una cuneta en la que soterrar sentimientos patógenos e inútiles, ajenos a la consciencia inteligente y necesitados de terapia reparadora.
No seamos necios. Con los muertos no se juega; no sea cosa que de tanto invocarlos alguno resucite de verdad y vayamos a tener un disgusto.
Y por favor: ¡póngase a trabajar de una maldita vez!... en todo aquello que verdaderamente necesita este pueblo tan maltratado por la desidia e ignorancia política. Algo tan simple y legítimo como la defensa de los intereses ciudadanos y la protección de los derechos fundamentales de la sociedad civil… Es para lo único que se les paga generosamente.
La Historia no puede borrarse quemando libros ni demoliendo monumentos antiguos cuyo valor artístico y patrimonial habla de cultura y sensibilidad humanística. Los hechos históricos, gloriosos o deplorables, son inamovibles y no hay más remedio que asumirlos, respetar su existencia, juzgarlos en su contexto cronológico y, en su caso, aprovecharlos como lección para que jamás vuelvan a repetirse episodios denigrantes.
Quizá convendría hoy regresar a 82 años atrás para cotejar hemerotecas de lo que sucedió entonces en Cataluña con lo que está pasando ahora. Asusta pensar que solo se trate de cambiar unas pocas siglas y alguno que otro nombre y apellidos.