Esta semana hemos hablado de sindicalismo y trabajo decente en Casa África, con el Objetivo de Desarrollo Sostenible 8 de la Agenda 2030 en mente y en compañía de socios como la Red Sindical de Migraciones Mediterráneas Subsaharianas, la fundación Friedrich-Ebert-Stiftung y Comisiones Obreras. El seminario que celebramos con estos compañeros tenía su origen en el brillante trabajo de la experta Alejandra Ortega, que firma el libro Por el trabajo decente en África: El papel de las organizaciones sindicales en el centenario de la OIT, ganador del penúltimo premio de ensayo que convocamos. Tuvimos la ocasión de presentarlo el año pasado, de manera virtual, debido a las restricciones de la pandemia y eso creó una deuda con el libro y su autora, plantando la semilla de la actividad de esta semana. Era nuestro deseo invitarla a nuestra sede para tener el placer de conocerla y escucharla en persona y, además, saber más sobre sindicalismo y trabajo digno en el continente africano.
El trabajo decente es una legítima aspiración de todos los seres humanos, aquí, en el continente vecino y en todo el planeta. Las luchas sociales, el sindicalismo y los avances en materia de logros laborales también son universales, aunque en algunas latitudes parezca que hemos avanzado más que en otras y esos logros sean más visibles.
Esta actividad vino a recordarnos esta realidad, gracias a testimonios como el de nuestra invitada Alejandra Ortega, que nos explicó, entre otras cosas, que hay registros de la presencia y fuerza sindical en África desde el siglo XIX. En su intervención, el siempre pertinente profesor Mbuyi Kabunda nos recordó que fueron los sindicalistas los que impulsaron los procesos de independencia en un gran número de países africanos, pese a que más adelante los partidos únicos en el poder los persiguieran e intentaran dominarlos.
El sindicalismo y la organización de la sociedad civil fueron, por tanto, fundamentales para avanzar en democracia y derechos en el continente africano, aunque en esta orilla del mundo no conozcamos muchos de esos logros y, además, se haya truncado en gran parte la situación que fuera tan prometedora en los primeros pasos de un continente que justo se desprendía del colonialismo.
Los sindicalistas sufren en muchos contextos acoso y persecución. Aún en muchos países africanos, esta es la realidad de hoy en día. Sin ir más lejos, esta misma semana, el gobierno sudanés detuvo al destacado activista Mohamed Nagi Al-Assam, una figura destacada en el levantamiento del país en 2019 y que ha sido un crítico declarado del golpe de Estado del pasado 25 de octubre.
A pesar de un panorama bastante sombrío en la actualidad, hay que decir que invitados como Sami Adouani y Naima Hammami nos confirmaron que todavía se preservan avances fundamentales y movimientos sindicales fuertes, como el de la Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT), que siguen marcando el camino de los trabajadores no solo en África, sino también a nivel mundial.
Además de reivindicar las figuras y el papel fundamentales del sindicalismo africano en la creación del continente moderno, este seminario sirvió para que conociéramos un poco mejor el panorama laboral africano, sus peculiaridades y sus desafíos concretos.
El fundamental es el carácter principalmente informal de los empleos: África subsahariana es una de las regiones del mundo con mayor peso del sector informal (trabajadores sin ningún tipo de contrato ni protección social), con alrededor del 38 % del PIB entre 2010 y 2014, según se puede leer en otro ensayo que presentamos hace poco, El Sahel occidental. Frente a los Objetivos del Desarrollo Sostenible. La media de informalidad de la economía de esta parte del mundo solo era superada por América Latina y resultaba muy superior a la europea y a la del sudeste asiático. En este mismo texto podemos leer algunos ejemplos que nos quedan muy cerca y son ilustrativos: en Mauritania, el sector informal representa más del 70% de la actividad económica y en Nigeria, el porcentaje se sitúa entre el 50% y el 65%.
Los resultados más evidentes de la importancia del sector informal en las economías africanas son la precariedad de los empleos, muchos de los cuales podrían calificarse de subempleos, y la falta de ingresos a través de los impuestos que redunda, a su vez, en la imposibilidad de crear políticas públicas sociales, fortalecer sectores como la educación y la sanidad y conseguir proteger y extender el bienestar a la mayor parte de la ciudadanía. Un tercer resultado de esta informalidad es un debilitamiento del sector sindical y, por extensión, de los derechos laborales.
Todo esto se hizo evidente en la época de la pandemia. Mientras que Europa tomaba medidas para facilitar el teletrabajo o suavizar el impacto del confinamiento entre sus ciudadanos, los gobiernos africanos no pudieron ofrecer alternativas a sus sociedades. Muchos ciudadanos del continente se vieron obligados a salir cada día a trabajar o enfrentarse al hambre y la tasa de pobreza se incrementó, junto con el sufrimiento de millones de personas.
Otro efecto de la desprotección laboral de los africanos, combinada con esta pandemia, fue lo que vimos en nuestras costas durante el año pasado: el desempleo provocado por la paralización del sector turístico y la falta de perspectivas empujó a miles de personas a tomar la mortífera ruta de Canarias para encontrar oportunidades en Europa.
Las migraciones son, precisamente, un tema fundamental en la agenda sindical que hemos conocido un poco mejor esta semana. La razón es simple: como ya escribía al principio de este texto, un empleo digno es una legítima aspiración de todo ser humano. La defensa de los trabajadores extranjeros que conviven con nosotros se suma a la labor de fortalecimiento de las condiciones para lograr empleos dignos en los países de origen de los migrantes que ofrezcan la alternativa de no salir de su tierra a más gente. El apoyo al sindicalismo africano y que les abramos espacios en los foros y debates para escuchar sus voces, son centrales en esta tarea.
José Antonio Moreno, de Comisiones Obreras, nos lo recordó también, al analizar el Pacto de Migraciones presentado por la Comisión Europea y pronosticar peores tiempos para las personas que vienen a Europa buscando trabajo y oportunidades. Sobre todo, si lo hacen por la vía irregular. Moreno mencionó una narrativa establecida ya en la Unión Europea, en la que el inmigrante aparece como peligro, gracias a la utilización política de la migración y los mensajes de odio que calan entre la ciudadanía. “Es interesante que esta UE que tiene un comisario para promover el modo de vida europeo considere un riesgo a los demandantes de asilo”, afirmó Moreno, antes de fijar los ojos en lo que está pasando hoy en día en Bielorrusia. “En Bielorrusia estamos hablando de 1.000 personas que quieren entrar a un territorio de 40 millones y de gente que está sufriendo una vulneración de sus derechos”, añadió.
Lo que ocurre estos días en Bielorrusia, añado yo, es fundamental también de cara a los consensos que deben llegar en Europa alrededor de la migración que llega a Canarias. Y en este momento, según coincidieron ayer algunos de nuestros ponentes, las opciones para llegar a un consenso en el Pacto Europeo para la migración y el asilo son casi inexistentes.