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¿Turismo sostenible o movilidades menos insostenibles?

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Hace muchos, muchos años, unas gentes provenientes del norte de África llegaron a Canarias. Durante siglos vivieron de manera sostenible, obteniendo del medio los recursos que necesitaban para su subsistencia. Claro que a veces el medio era hostil, y la población era muy limitada: entonces en todas las islas no había tantos habitantes como ahora en el cuarto municipio de las mismas. Las cosas cambiaron cuando en el siglo XV las islas fueron conquistadas por la Corona de Castilla y se dedicaron a producir no ya para el autoconsumo sino para el comercio mundial, primero azúcar y luego otros monocultivos. A las islas llegaron gentes de los reinos ibéricos, de otros lugares de Europa y de África y la población creció mucho, aunque las sucesivas crisis económicas las convertían en tierra de emigración. Entre finales del XIX y principios del XX las islas jugaron un papel clave para la marina británica, abasteciendo a los barcos que llegaban cargados de carbón y volvían llenos de plátanos y tomates. Y empezaron a llegar los turistas. A punto de entrar en el segundo cuarto del siglo XXI, las islas Canarias son la región de la Unión Europea que más pernoctaciones turísticas concentra a lo largo de todo el año. Más que París, Venecia, Croacia o Baleares. 

Los seres humanos no hemos dejado de viajar desde que, según sugieren múltiples teorías, salimos del cuerno de África hace muchísimo tiempo. Las posadas y pensiones ya existían en el Imperio Romano, pero esto de viajar “por turismo” es un invento (un gran invento, que decía Paco Martínez Soria) bastante reciente. Por eso en la actualidad algunas de las universidades y de los pensadores más importantes del mundo plantean que es necesario pasar del paradigma del turismo al de las movilidades, comprendiendo el turismo como una parte más en el conjunto de movilidades que realizan las personas, por distintos motivos. A Canarias llega gente a trabajar y vivir por períodos variados de tiempo, desde nómadas digitales que vienen a pasar un invierno hasta italianos, franceses o portugueses que quieren instalarse, y quizá, si les va bien, dentro de unos siglos sus apellidos serán considerados típicamente canarios, como los de sus antepasados (D’Oreste- Doreste, Proudhomme- Perdomo o Eanes- Yanes). También llegan migrantes en su camino hacia Europa. Y sí, también llegan turistas, como quiera que los definamos, que no sólo se alojan en hoteles, aunque en la actualidad la hotelera es sin duda la industria más importante de las islas. Políticos y empresarios nos dicen que gracias a sus esfuerzos en la “revolución verde” alcanzaremos la nueva tierra prometida, la del desarrollo (y el turismo) sostenible. Y de cara al verano tenemos dos debates sobre la mesa: la Ley de Turismo y la Ley de alquiler vacacional, con el marco de fondo del debate generado por las manifestaciones del 20 de abril sobre el modelo turístico, la compra de vivienda y la regulación del crecimiento demográfico.

¿Turismo sostenible o movilidades menos insostenibles? Quizá sería mejor hablar de cómo favorecer movilidades más sostenibles en lugar de intentar alcanzar el santo grial (o la quimera) del desarrollo turístico sostenible. El turismo en Canarias no comenzó siendo un negocio hotelero, sino extra hotelero, porque los europeos que venían a pasar el invierno entre nosotros preferían un apartamento o bungaló a una habitación de hotel.  Algunos elementos de ese modelo eran mucho más sostenibles que el “turismo de calidad”, basado en hoteles de cuatro y cinco estrellas que impusieron regulaciones como la Ley de Turismo de los noventa y la moratoria de principios del siglo XXI. Por ejemplo, parece lógico que, en emisiones causadas por el transporte aéreo para llegar hasta las islas, serían mejor 1.000 turistas que se quedaran un mes que no 4.000 turistas que se quedaran una semana. Claro que también parece lógico que a medida que se incrementa la estancia tiende a disminuir la propensión a alojarse en hoteles, y parece lógico que ese no es modelo que interese al lobby hotelero. Por motivos que habría que debatir parte del negocio extra hotelero tradicional se ha reconvertido hacia el alquiler vacacional. Y en los tiempos que corren el alquiler vacacional se ha convertido en el chivo expiatorio, el causante de todos nuestros males: genera gentrificación, hace subir los alquileres, atrae gente que gasta poco y no genera apenas empleo, nos dicen. Claro que el paradigma de las movilidades nos anima a poner las cosas en contexto: ni el turismo se reduce a la industria hotelera, ni el movimiento de personas que genera riqueza en las islas se reduce al turismo. 

Las manifestaciones del 20 de abril pusieron de manifiesto que buena parte de la población que actualmente vive en las islas no siente que el desarrollo turístico de las últimas décadas les haya beneficiado. Lo cual no resulta sorprendente. Los lobbies empresariales han encontrado los canales para hacer llegar a los políticos sus demandas, y estos se han intentado adaptar a las demandas que les han llegado. Como las demandas de determinados grupos sociales ni siquiera llegan a los políticos es imposible que estos las tengan en cuenta a la hora de formular las políticas. ¿Cuáles son los órganos por los que los ciudadanos pueden participar en la toma de decisiones? Uno de los principales órganos colegiados de la consejería de turismo es el “Consejo de Turismo de Canarias”. La página de noticias del Gobierno de Canarias informa de que la nueva e importante legislación a desarrollar en el ámbito turístico será consensuada con los agentes económicos y sociales del sector. Claro que ¿quién representa ahí a la “sociedad civil”, a las personas que viven en Canarias y reciben los impactos, negativos y positivos, del turismo? Puede que un hotel se presente como sostenible porque use renovables para fabricar energía y recicle sus residuos, pero, ¿cómo llegan los turistas hasta el hotel? Más importante que debatir acerca del turismo sostenible es pensar en movilidades menos insostenibles. 

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