Espacio de opinión de Canarias Ahora
Vargas Llosa y Venezuela
Lo primero que quisiera aclarar en este artículo es que Nicolás Maduro como presidente de Venezuela no goza de mis simpatías personales, cómo sí las tuvo Hugo Chávez, aunque de todos los mandatarios progresistas de América Latina tuvieron mis predilecciones Rafael Correa, de Ecuador, Pepe Mújica, de Uruguay, Lula Da Silva, de Brasil, o las tiene Evo Morales, de Bolivia. También quiero especificar que Mario Vargas Llosa como escritor tenía desde sus inicios mi más honda admiración desde que leí La ciudad y los perros, y por supuesto se agrandó cuando me adentré en la que creo ha sido su mejor obra, Conversación en la catedral, y más tarde consolidé mi incondicional predilección en Pantaleón y las visitadoras.
Años más tarde mis simpatías literarias quedaron aparcadas en un rincón de mi cerebro, y en otro mi rechazo más firme a nivel político cuando en 1990 creó el partido Movimiento Libertad y se presentó a las elecciones de Perú aliado con los dirigentes de derecha Luis Bedoya Reyes y Fernando Belaunde Terry, líderes de Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, siendo derrotados por el delincuente y fascista Alberto Fujimori al frente del Movimiento de extrema derecha Cambio 90. Situando a Mario Vargas Llosa entre sus dicotomías literarias y políticas desde hace muchos años, ahora no me ha sorprendido nada en absoluto su último artículo en El País titulado Venezuela, hoy, en el que entre otras trapisondas afirma que “la verdad es que Venezuela fue, por 40 años (1959 a 1999), una democracia ejemplar y un país muy próspero al que inmigrantes de todo el mundo acudían en busca de trabajo y que, tanto los Gobiernos ”adecos“ como ”copeyanos“, dieron una batalla sin cuartel contra las dictaduras que prosperaban en el resto de América Latina”.
Es decir, Vargas Llosa ignora, cínicamente por supuesto porque no es un ignorante en política ni en historia, el “caracazo” que ocurrió en Venezuela siendo presidente Carlos Andrés Pérez, dirigente además de Acción Democrática, el partido socialista de aquella nación sudamericana, “caracazo” que sembró el terror y la muerte en Caracas entre febrero y marzo de 1989, fecha inscrita en lo que Mario Vargas califica en su panfleto de “democracia ejemplar”, con más de 500 muertos y tres mil desaparecidos, con fosas comunes como la de “La Peste”, en donde se localizaron más de mil asesinados. Para no extenderme más sobre el “caracazo”, recordar que en el libro Desaparición Forzada, sus autores, Yahvé Álvarez y Oscar Battaglini, señalan que las acciones por parte del gobierno de Carlos Andrés Pérez el 27 de febrero alcanzan proporciones que las acercan al más brutal genocidio de la historia venezolana. Carlos Andrés Pérez (CAP) era muy amigo de Vargas Llosa y también de Felipe González. Calificar a Venezuela como una democracia ejemplar entre 1959 y 1999 me parece una burla de Vargas Llosa a todos sus lectores que son muchos, entre los cuales me encuentro.
Pero al margen de la delictiva presidencia de Carlos Andrés Pérez, con terrorismo de estado incluido, en el marco de esos cuarenta años de “democracia idílica” que nos quiere vender Vargas Llosa, están las presidencias también nefastas de Luis Herrera Campins (1979-1983), del partido Copei y Jaime Lusinchi (1984-1989), de Acción Democrática, con unas políticas neoliberales que llevaron al sufrimiento más terrible a los trabajadores venezolanos. En esa época existía en Venezuela entre Copei y Acción Democrática un bipartidismo que amparaba la corrupción y el robo de dinero público a manos llenas, y lo que es peor, los masivos asesinatos de trabajadores y de la oposición.
Decir finalmente que estoy de acuerdo en algunos aspectos de las criticas de Mario Vargas Llosa a Nicolás Maduro, pero tratar de vendernos que Venezuela fue una democracia ideal entre 1959 y 1999 (¡cuarenta años idílicos!) es cuando menos una payasada de mucho calibre. La derechización del buen escritor se nota a muchas leguas de sus amistades con Felipe González y Juan Luis Cebrián, pero existieron muchos escritores de gran calidad de derechas, como el noruego Knut Hamsum, simpatizante nazi por más señas, o el argentino José Luis Borges, muy de derechas, pero que políticamente no comparto sus preferencias. Es una lastima que Vargas Llosa haya caído en tan graves manipulaciones sobre Venezuela y su historia de la época bipartidista corrupta de “adecos” y “copeyanos”. Para terminar, recordarle a Marito que CAP o El Caminante, pseudónimos de Carlos Andréz Pérez, terminó en la cárcel de El Junquito condenado por la Justicia de Venezuela, y luego pasó a ser confinado en arresto domiciliario por su edad, exiliándose más tarde a Miami.
Lo primero que quisiera aclarar en este artículo es que Nicolás Maduro como presidente de Venezuela no goza de mis simpatías personales, cómo sí las tuvo Hugo Chávez, aunque de todos los mandatarios progresistas de América Latina tuvieron mis predilecciones Rafael Correa, de Ecuador, Pepe Mújica, de Uruguay, Lula Da Silva, de Brasil, o las tiene Evo Morales, de Bolivia. También quiero especificar que Mario Vargas Llosa como escritor tenía desde sus inicios mi más honda admiración desde que leí La ciudad y los perros, y por supuesto se agrandó cuando me adentré en la que creo ha sido su mejor obra, Conversación en la catedral, y más tarde consolidé mi incondicional predilección en Pantaleón y las visitadoras.
Años más tarde mis simpatías literarias quedaron aparcadas en un rincón de mi cerebro, y en otro mi rechazo más firme a nivel político cuando en 1990 creó el partido Movimiento Libertad y se presentó a las elecciones de Perú aliado con los dirigentes de derecha Luis Bedoya Reyes y Fernando Belaunde Terry, líderes de Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, siendo derrotados por el delincuente y fascista Alberto Fujimori al frente del Movimiento de extrema derecha Cambio 90. Situando a Mario Vargas Llosa entre sus dicotomías literarias y políticas desde hace muchos años, ahora no me ha sorprendido nada en absoluto su último artículo en El País titulado Venezuela, hoy, en el que entre otras trapisondas afirma que “la verdad es que Venezuela fue, por 40 años (1959 a 1999), una democracia ejemplar y un país muy próspero al que inmigrantes de todo el mundo acudían en busca de trabajo y que, tanto los Gobiernos ”adecos“ como ”copeyanos“, dieron una batalla sin cuartel contra las dictaduras que prosperaban en el resto de América Latina”.