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¿Por qué vota (o no) la gente?

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Ayer un amigo me envió un mensaje en el que se decía que quien de verdad ha ganado las elecciones europeas ha sido la abstención. Desde los partidos políticos, los medios y muchos ámbitos mainstream esto se tiende a contemplar como un problema. Pero, por un momento, permitámonos pensar al revés. ¿Por qué tendría que votar la gente? Nos dicen que al votar a los partidos que plantean medidas que pueden ayudar a construir un mundo acorde a lo que para ti es importante estás contribuyendo a construir un mundo más acorde a tus valores. Ése, nos dicen, debería ser el principal motivo por el que votar. Claro que, quizá, si hay tanta gente que no vota, ello tiene algo que ver con que no creen que con su voto puedan influir en cómo será el mundo de mañana. ¿Y si fuera verdad y tuvieran razón quienes se abstienen? Lo cierto es que el “sistema” es tan complejo que resulta complicado ver cómo votar a unos u otros va a influir en que el mundo del mañana sea de una manera u otra, y si las europeas suelen ser las elecciones con mayores índices de abstención seguramente tiene que ver con que a la gente le resulta especialmente complicado, en unas europeas, entender cómo votar a Sánchez, Feijóo, Abascal o Yolanda Díaz, va a acabar influyendo en que la Europa de mañana sea de una manera u otra. De hecho, mucha gente, y diría que el sistema contribuye a la confusión, no acaba de tener claro que en unas europeas no se vota a Sánchez, Feijóo, Abascal o Yolanda Díaz. 

En múltiples tertulias más o menos intelectuales se ha dicho hasta la saciedad que la política se ha acabado centrando en una cuestión identitaria. Esto, para quienes no tienen aspiraciones intelectuales, se acaba convirtiendo en que con tu voto lo que haces es elegir quienes mandarán mañana. Si crees que han de mandar personas con rastas y veganas vota a unos partidos. Si crees que han de mandar personas bien vestidas y que sepan valorar nuestras tradiciones, gastronómicas y de otro tipo, vota a otros. Visto desde este punto de vista no resulta sorprendente la importancia que en toda Europa ha tenido la inmigración en el debate. Quienes votan piensan que con su voto están contribuyendo, o bien a que la Europa de mañana sea un lugar habitado por personas que mayoritariamente comparten su tradición cultural y color de piel, o bien a que Europa, como parte del “mundo rico”, acoja también a mucha gente proveniente del “mundo pobre”. Y en ese sentido creo que mi amigo lo clavó al decir que quien de verdad ganó fue la abstención: la mayoría de la gente no votó, quizá, sencillamente, porque piensa que el que pase una cosa u otra no depende, o depende muy poco, de que voten a unos u otros. 

Hace mucho que la política se ha convertido en una cuestión de marketing, en el sentido más peyorativo del concepto. Se trata de influir (manipular) a la gente para que hagan una cosa u otra, compren unos productos u otros, voten a unos partidos u otros. Creo que ya va siendo hora de que en la política haya menos marketing y más comunicación (lo que, para algunos, es marketing en el buen sentido). Que la gente entienda cómo votar a unos u otros puede acabar influyendo en que el mundo del futuro sea de una manera u otra. Pero nuestro sistema político y de partidos parece comportarse como los malos profesores, que cuando la mitad de la gente no entiende, no entiende cómo su voto influye en cómo será el mundo de mañana, dice que la culpa es de la gente, que es muy torpe, o no estudia lo bastante, y por eso no entiende. Ojalá algún día nuestros políticos empiecen a comportarse como los buenos profesores, y entiendan que cuando más de la mitad de la gente no entiende que con su voto de hoy pueden influir en el mundo del mañana, el problema no puede ser la gente que no entiende, sino la gente que no sabe hacerse entender. O, dicho de otra manera, el problema no es de “la gente”, que es tan torpe que no sabe votar, o incluso se abstiene, sino de los políticos, que son tan torpes que no son capaces de explicarnos (y convencernos) por qué les deberíamos de votar. 

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