El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Colón también estuvo en Maspalomas
Nadie esperaba una genialidad de ese calibre del Cabildo de Gran Canaria. Que Cristóbal Colón hubiera hecho en 1502 una parada para avituallarse de leña y agua en el oasis de Maspalomas era un hito que en estos últimos tiempos sólo habíamos escuchado (y leído) al periodista Ángel Tristán Pimienta, pero en él se han basado los técnicos de la institución para poner en bandeja a José Miguel Bravo de Laguna la posibilidad de al menos detener la marcha triunfal que entonaba la cadena hotelera mallorquina RIU para llevarse por delante el oasis de Maspalomas con la soberbia propia de quien le importa una higa el patrimonio natural, histórico, etnográfico y hasta sentimental de los canarios. Y, lo peor de todo, con la fanfarria interpretada de un modo irresponsable y casi servil por un nutrido grupo de empresarios y políticos locales que reclamaban la seguridad jurídica pero que en realidad tiraban de la levita del todopoderoso TUI, socio de RIU, para que les tuviera presentes en sus oraciones. La primera batalla de la guerra del Oasis la ha perdido RIU y su abigarrada corte de defensores, y probablemente por no avenirse a más razones que las que emanan del carácter reglado de las licencias urbanísticas y a lo mandatado en un defectuoso, legal y seguramente corrupto planeamiento de la zona, heredado de los momentos más oscuros de la gestión municipal de San Bartolomé de Tirajana. Lejos de atender las sensibilidades, de escuchar con humildad lo que se decía del paraje natural que se iba a llevar por delante con su nuevo hotel, RIU tiró por el camino más corto, el de imponer su poderío a base de presiones y de amenazas que, como se puede observar en la decisión tomada este martes por el Cabildo, de poco le ha servido. La política, por fin la política, da un paso al frente en la defensa del interés general, y hoy merece un reconocimiento público José Miguel Bravo de Laguna por haberse atrevido a cumplir con su obligación de proteger, al menos preventivamente, un bien de todos los grancanarios que una cadena mallorquina y un touroperador alemán pretendían arrasar sin miramientos.
Nadie esperaba una genialidad de ese calibre del Cabildo de Gran Canaria. Que Cristóbal Colón hubiera hecho en 1502 una parada para avituallarse de leña y agua en el oasis de Maspalomas era un hito que en estos últimos tiempos sólo habíamos escuchado (y leído) al periodista Ángel Tristán Pimienta, pero en él se han basado los técnicos de la institución para poner en bandeja a José Miguel Bravo de Laguna la posibilidad de al menos detener la marcha triunfal que entonaba la cadena hotelera mallorquina RIU para llevarse por delante el oasis de Maspalomas con la soberbia propia de quien le importa una higa el patrimonio natural, histórico, etnográfico y hasta sentimental de los canarios. Y, lo peor de todo, con la fanfarria interpretada de un modo irresponsable y casi servil por un nutrido grupo de empresarios y políticos locales que reclamaban la seguridad jurídica pero que en realidad tiraban de la levita del todopoderoso TUI, socio de RIU, para que les tuviera presentes en sus oraciones. La primera batalla de la guerra del Oasis la ha perdido RIU y su abigarrada corte de defensores, y probablemente por no avenirse a más razones que las que emanan del carácter reglado de las licencias urbanísticas y a lo mandatado en un defectuoso, legal y seguramente corrupto planeamiento de la zona, heredado de los momentos más oscuros de la gestión municipal de San Bartolomé de Tirajana. Lejos de atender las sensibilidades, de escuchar con humildad lo que se decía del paraje natural que se iba a llevar por delante con su nuevo hotel, RIU tiró por el camino más corto, el de imponer su poderío a base de presiones y de amenazas que, como se puede observar en la decisión tomada este martes por el Cabildo, de poco le ha servido. La política, por fin la política, da un paso al frente en la defensa del interés general, y hoy merece un reconocimiento público José Miguel Bravo de Laguna por haberse atrevido a cumplir con su obligación de proteger, al menos preventivamente, un bien de todos los grancanarios que una cadena mallorquina y un touroperador alemán pretendían arrasar sin miramientos.