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La culpa, de los que denuncian la corrupción

Lo peor que puede alegar un responsable político acuciado por casos de corrupción es que las consecuencias de su comportamiento las pagarán sus administrados, pero no por esos mismos comportamientos, sino porque con la irrupción de la Justicia, se paralizan sus geniales ideas, instaladas por lo demás en la ilegalidad. Lo dice Zerolo en su artículo dominical, que remata con la existencia de una pinza perversa contra Santa Cruz de Tenerife que encabeza el que él coloca como autor intelectual y material de la denuncia de Las Teresitas, el socialista Santiago Pérez. El mundo al revés: no es el político presuntamente corrupto el que lo estropea todo actuando al margen de la ilegalidad, sino el que denuncia la corrupción del político. La tesis es tan sencilla como obscena: si los chicharreros no tienen una playa “digna” con “un proyecto internacional” es por culpa de Santiago Pérez y del PSOE, y no por culpa suya y de cuantos le han secundado en el escándalo de Las Teresitas. Lo peor es que, encima, hasta se lo cree.

Lo peor que puede alegar un responsable político acuciado por casos de corrupción es que las consecuencias de su comportamiento las pagarán sus administrados, pero no por esos mismos comportamientos, sino porque con la irrupción de la Justicia, se paralizan sus geniales ideas, instaladas por lo demás en la ilegalidad. Lo dice Zerolo en su artículo dominical, que remata con la existencia de una pinza perversa contra Santa Cruz de Tenerife que encabeza el que él coloca como autor intelectual y material de la denuncia de Las Teresitas, el socialista Santiago Pérez. El mundo al revés: no es el político presuntamente corrupto el que lo estropea todo actuando al margen de la ilegalidad, sino el que denuncia la corrupción del político. La tesis es tan sencilla como obscena: si los chicharreros no tienen una playa “digna” con “un proyecto internacional” es por culpa de Santiago Pérez y del PSOE, y no por culpa suya y de cuantos le han secundado en el escándalo de Las Teresitas. Lo peor es que, encima, hasta se lo cree.