Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
España tiene más de un millón de viviendas en manos de grandes propietarios
La Confederación lanzó un ultimátum para aprobar parte del proyecto del Poyo
OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

El pacto de los godos

Carlos Sosa

Las Palmas de Gran Canaria —

Godo no es una procedencia, es un proceder. Vaya por delante como cuestión previa para que quede claro que no todos los peninsulares actúan como godos ni todos los que actúen como godos han de ser necesariamente peninsulares. Lo ocurrido esta semana en Canarias con la negociación de un pacto por la derecha que permitiera a Coalición Canaria (CC) mantener el poder, ha sido cuestión de godos. Los dos exclusivos negociadores de CC, Fernando Clavijo y José Miguel Barragán, presidente en funciones de la autonomía y secretario general del partido, respectivamente, estaban seguros de que el acuerdo que cerraron en Madrid con la dirección nacional del Partido Popular era irrechazable porque permitía a los de Pablo Casado clavar una chincheta azul sobre el mapa de Canarias y ayudar así a disimular los dos batacazos electorales consecutivos del nuevo líder. Era también una oferta marciana, muy propia de la factoría de fechorías políticas de Coalición Canaria, porque suponía que la segunda fuerza política (20 diputados) entregaba a la tercera (11) la presidencia del Gobierno con la única condición de que el presidente (o la presidenta) asumiera ejercer de florero y dejara todo el poder al vicepresidente y a los consejeros y consejeras de CC.

Con ella, los muchachos de Ana Oramas sorteaban el doble veto de Ciudadanos a hacer presidente a un imputado (Clavijo lo está por el caso Grúas) ni a nadie que lo fuera de un partido nacionalista, entendiendo como nacionalista la ideología que se atribuye desde su fundación Coalición Canaria, que en realidad es una amalgama de partidos insulares unidos tan solo por el ejercicio vicioso del poder.

Desde su confortable despacho de la madrileña calle de Génova, blindado por la distancia y protegido por el ombligo que dibuja la M-30, a Teodoro García Egea, secretario general del PP, la oferta de “los canarios” le pareció “fenomenal, oye, ¿cuándo firmamos?”, sin detenerse ni un solo momento a pensar que antes de aceptarla debió haber hecho un mínimo cálculo de pérdidas y ganancias y, por supuesto, consultado con el presidente del PP en la colonia, un palmero tranquilo llamado Asier Antona.

Al godo le daba lo mismo: si había que sacrificar a Antona, se sacrificaba a Antona porque estaba seguro de que enseguida encontraría a una persona tan ambiciosa como carente de escrúpulos como para aceptar la traición y, de paso, para convertirse en el recambio futuro. Para que García Egea no se devanara mucho los sesos, que ya se sabe cómo los tiene de desencajados desde que se aplicó a entrenar compulsivamente para ganar el concurso nacional de escupir pipas de aceitunas, también se encargó el dúo negociador de “los canarios” de sugerirle el nombre: Australia Navarro, secretaria general del PP, designada para tal puesto por la persona a la que debía traicionar. Navarro aceptó gustosa la oferta.

García Egea se encargó de negociar los flecos correspondientes con Ciudadanos a través de José María Espejo-Saavedra Conesa, de modo y manera que todo quedara cocinado y emplatado en Madrid y las correspondientes delegaciones en la ultraperiferia solo tuvieran que tragárselo. Un pacto para Canarias hecho en Madrid por iniciativa de Coalición Canaria.

De Madrid llegó la componenda completa: María Australia Navarro, presidenta con la cartera específica de juegos florales, y Pablo Rodríguez, de CC, vicepresidente, con todo el poder político de peso para los nacionalistas. Clavijo se apartaría si así lo hacía también Asier Antona, al que CC y sus medios afines culparon del primer intento fallido por no haber aceptado convertirse en un monigote con el actual presidente en funciones como su vicepresidente.

La ocurrencia tenía sus dificultades, particularmente porque no solo había que imponer un cambio de candidato a la presidencia, que ya se las traía, sino también que esa imposición fuera aceptada por todos los presidentes insulares del PP, que a su vez debían ordenar a sus respectivos diputados regionales un voto favorable a una investidura así de sandunguera. Al godo le importaba exactamente una higa que toda la cadena de mando involucrada tuviera que hacer un esfuerzo por tragarse la imposición y por explicar a sus correligionarios y a sus votantes cómo era posible que el clamor de cambio político que también el PP había blandido durante la campaña electoral, se convertía en un bochornoso ejercicio de inyección de oxígeno al cadáver de Coalición Canaria.

Hacía tiempo que por detrás venía maquinando en contra de Asier Antona quien fuera su mentor en los buenos tiempos, José Manuel Soria. Enfrentado a su sucesor por no prestarse a las componendas que continuamente le venía exigiendo, el exministro panameño (solo ha dejado de ser ministro) ha sido uno de los grandes valedores del pacto por la derecha que proponía Coalición Canaria para salvarse de la debacle. Soria se ocupó durante este periodo de hablar uno a uno con todos los presidentes insulares a los que no solo alentó a apoyar este pacto, sino también a promover a continuación una comisión gestora que acabara con el breve mandato de dos años de Asier Antona.

No es que al ministro del impuesto al sol y de las cuentas en territorios off shore le importe la consistencia de su partido en Canarias, ni el fortalecimiento de la presidencia de Pablo Casado, al que apoyó solamente porque era el adversario de Soraya Sáenz de Santamaría. Lo que realmente anima a Soria a impedir cualquier fórmula de gobierno en la que no esté Coalición Canaria es su convicción contrastada de que solo con este partido sus negocios y los de sus clientes pueden prosperar adecuadamente.

Que Asier Antona se desvinculara por completo de los modales de su antecesor, que liquidara cualquier vestigio de su paso por el PP, incluidos sus más conspicuos colaboradores, José Manuel Soria lo interpreta como ofensas y las tiene presentes cada día en sus oraciones. De ahí que se convirtiera en uno de los principales agentes del pacto por la derecha que encabezaba inicialmente su amigo Fernando Clavijo.

Pero al engendro enseguida le surgieron detractores.

El primero que se rebeló fue Asier Antona. Lejos de someterse a las imposiciones de Génova, el presidente regional del PP mostró sus reticencias en cuanto se enteró de lo que se cocía. Y no se lo contaron sus superiores, sino el líder de la Agrupación Socialista Gomera, Casimiro Curbelo, que lo telefoneó varias veces a lo largo de la noche del miércoles, mientras Antona cenaba con Mariano Rajoy y otros invitados en torno a una mesa organizada por el Diario de Avisos, en cuyo foro intervendría al día siguiente el expresidente. Al gomero no le hacía ninguna gracia la componenda y quería escuchar del presidente del PP su grado de conocimiento y de complicidad con ella. Cuando escuchó de Antona que él no estaba en esa operación y que difícilmente iba a contar con los votos de todos los diputados del PP, Curbelo tomó su decisión de decir sí al líder socialista, Ángel Víctor Torres, y personarse la mañana siguiente en el Parlamento de Canarias para dar por bueno el pacto de progreso.

Pero la maquinaria de Coalición Canaria ya estaba en marcha, y su capacidad de seducción y de engaño desplegada en Madrid había conseguido que tanto García Egea como el vicesecretario de Organización del PP, Javier Maroto, se desplazaran a Canarias para firmar un acuerdo para el que no habían contado ni con el partido en Canarias ni con su socio imprescindible, Casimiro Curbelo, amén de la delegación de Ciudadanos en las islas, hace tiempo sumida en el más absoluto de los desnortes políticos.

Egea y Maroto hicieron caso a Coalición Canaria y ambos se plantaron el jueves por la mañana en Gran Canaria, y mientras Asier Antona desayunaba en Tenerife con Rajoy, en la sede de su propio partido en Las Palmas de Gran Canaria un solitario y circunspecto Barragán trataba de convencer a los dos godos de que las noticias que llegaban de un pacto por la izquierda eran imposibles, que el único crecepelo que servía era el suyo. Incluso los convenció para que se trasladaran a firmar esa misma tarde el acuerdo a Santa Cruz de Tenerife, con todos los fastos necesarios para tan magna ocasión. Y para allá fueron García Egea y Maroto, y en Tenerife se quedaron un día más seguramente a la espera de que se produjera el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en forma de votos de la Agrupación Socialista Gomera.

Por eso, hasta que no vean ustedes a Ángel Víctor Torres tomar posesión como presidente, sepan que Coalición Canaria sigue maquinando.

Godo no es una procedencia, es un proceder. Vaya por delante como cuestión previa para que quede claro que no todos los peninsulares actúan como godos ni todos los que actúen como godos han de ser necesariamente peninsulares. Lo ocurrido esta semana en Canarias con la negociación de un pacto por la derecha que permitiera a Coalición Canaria (CC) mantener el poder, ha sido cuestión de godos. Los dos exclusivos negociadores de CC, Fernando Clavijo y José Miguel Barragán, presidente en funciones de la autonomía y secretario general del partido, respectivamente, estaban seguros de que el acuerdo que cerraron en Madrid con la dirección nacional del Partido Popular era irrechazable porque permitía a los de Pablo Casado clavar una chincheta azul sobre el mapa de Canarias y ayudar así a disimular los dos batacazos electorales consecutivos del nuevo líder. Era también una oferta marciana, muy propia de la factoría de fechorías políticas de Coalición Canaria, porque suponía que la segunda fuerza política (20 diputados) entregaba a la tercera (11) la presidencia del Gobierno con la única condición de que el presidente (o la presidenta) asumiera ejercer de florero y dejara todo el poder al vicepresidente y a los consejeros y consejeras de CC.

Con ella, los muchachos de Ana Oramas sorteaban el doble veto de Ciudadanos a hacer presidente a un imputado (Clavijo lo está por el caso Grúas) ni a nadie que lo fuera de un partido nacionalista, entendiendo como nacionalista la ideología que se atribuye desde su fundación Coalición Canaria, que en realidad es una amalgama de partidos insulares unidos tan solo por el ejercicio vicioso del poder.