La intervención humana transforma y condena a más de la mitad de las playas urbanas de Tenerife, Fuerteventura y La Palma

Varias personas toman sol en la playa de Las Américas, al sur de Tenerife

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —
25 de septiembre de 2023 09:20 h

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Las dunas de Corralejo, en el municipio de La Oliva (Fuerteventura), ocupan una extensión de 18,35 kilómetros cuadrados en el norte de la isla plagada por la presencia de pequeñas calas y extensas playas de arena blanca, interrumpidas también por coladas basálticas de antiguas erupciones volcánicas, costas rocosas y acantilados. Era un terreno casi virgen, cuando la superficie edificada solo actuaba sobre 6,72 hectáreas de la superficie en 1969. Pero ahora, más de 50 años después, ese valor alcanza la cifra de 320,94 hectáreas. Y esa nueva realidad no solo ha provocado inestabilidad en el sistema dunar, catalogado como espacio natural protegido en las Islas, sino que también ha reducido la superficie del litoral, con pérdidas de patrimonio geológico y geográfico, y cambios en la dinámica sedimentaria. El paisaje es totalmente nuevo; la forma en la que funciona el ecosistema, también.

Pero esto no es una novedad o anomalía en Canarias. El hecho de que las playas de las Islas han sido transformadas con fines turísticos es asumido por los residentes, aunque hasta el momento no había datos cuantitativos sobre ello. Un estudio preliminar, aún sin publicar en una revista científica, presentado la semana pasada en el último Congreso de la Asociación Española de Geografía (AGE) y que forma parte del proyecto VOLTURMAC, sobre el fortalecimiento del turismo volcánico en la región de la Macaronesia, pone fin a eso y detalla el número exacto de las playas que han sido alteradas en las islas de La Palma, Tenerife y Fuerteventura por el desarrollismo experimentado en el Archipiélago desde las últimas décadas del siglo XX. Los resultados revelan que más de la mitad de las urbanas de estos territorios, en concreto el 58%, ya no son lo que eran.

“Dependemos de un sector turístico de sol y playa. Pero estamos en un contexto de cambio climático que nos advierte que nuestras costas van a verse afectadas por el aumento del nivel del mar y el incremento en la frecuencia de las tormentas marinas. Por eso queríamos saber si la gestión que hemos hecho [en la Comunidad Autónoma] corresponde con el funcionamiento natural de nuestras playas o solo con el fin de vender un producto que no está acorde con lo que ofrecemos a nivel natural”, resume Leví García-Romero, primer autor de la investigación y miembro del Instituto de Oceanografía y Cambio Global (IOCAG) de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Las conclusiones son más que ilustrativas. Los expertos encontraron hasta 40 playas urbanas transformadas en Tenerife, ocho en Fuerteventura y dos en La Palma. El modus operandi para alterarlas varía según el lugar. En las ubicadas cerca de desembocaduras de barrancos, donde la composición debería ser principalmente de cantos y bloques debido a la concentración de los materiales transportados por escorrentía, existe una aportación de sedimentos artificial que las convierte en playas de arena todo el año y que suele hacerse mediante la construcción de infraestructuras que corrompen el patrimonio del lugar, como ha ocurrido en varias ocasiones.

En otros emplazamientos, es la construcción de diques o rompeolas la que provoca la acumulación de arena y, por tanto, una alteración en la dinámica, ya que los sedimentos comienzan a concentrarse donde no tendrían que hacerlo. O como en Corralejo, donde las edificaciones pensadas en la industria turística han provocado la rebaja de la superficie natural costera y cambiado la propia composición de los granos de arena.

“Para nuestro modelo turístico, la playa es el recurso fundamental. Y caben dos opciones: o la tienes ya de fábrica, como en Fuerteventura, o la construyes y creas una artificial. En ese sentido, la sensibilidad por mantener ecosistemas como estos ha llegado después de empezar un desarrollismo bastante importante. No se tenía en cuenta que un sistema playa-duna es dinámico, por lo que, si interrumpes la entrada de arena desde el mar, a la larga te vas a quedar sin él”, reflexiona Emma Pérez-Chacón, catedrática de Geografía Física de la ULPGC y también firmante del estudio.

Los investigadores de la publicación utilizaron el catálogo general de playas y zonas de baño marítimas de las Islas como fuente principal. A partir de ahí, extrajeron las conclusiones de las ortofotos espaciales del año 1957, en el que presumiblemente la mayoría de estas localizaciones aún no habían sido explotadas, y compararon los cambios ambientales con las imágenes de 2022. Los expertos llegan a la conclusión de que “la explotación de la playa depende de su tipología, siendo las de arena las más utilizadas como recurso urbano-turísticos, y las de cantos y rocas las más transformadas para responder a la demanda de los usuarios”.

Un ejemplo paradigmático resaltado por García-Romero es el litoral de Las Américas, en el municipio tinerfeño de Adeje, en el sur de la isla. El científico recuerda que este lugar estaba caracterizado hace 60 años por presentar un acantilado de alrededor de dos metros de altura, intercalándose con cantos y rocas, pero en estos momentos cuenta con una playa de arena dorada con superficie ganada hacia al mar. Y al haber creado eso, no queda otra que protegerla con diques y rompeolas.

“Esa playa nunca se formó de manera natural. La creó el hombre. Así que ahora tienes que protegerla, porque la dinámica marina no posibilita la formación”, asegura García-Romero.

El problema es que la propia instalación de esos elementos puede bloquear el transporte de la arena que circula por el fondo del mar, lo que limita la aportación de sedimentos a las playas cerradas o levantadas artificialmente. Una investigación focalizada en el municipio de Mogán, en Gran Canaria, aportó estas evidencias para proyectar la posible desaparición a finales de siglo de la mayoría de las playas de esta localidad, la segunda que más turistas recibe en la isla redonda, en el supuesto caso de que las emisiones de gases contaminantes que provocan la crisis climática no cesen.

Por otro lado, la posibilidad de retranqueo en las playas urbanas, es decir, de retroceder hacia el interior en caso de amenazas, es inviable. La construcción justo detrás de las mismas hace que la arena, movida por el viento u otros factores, pierda terreno ante el avance del mar, que viene poco a poco, explica García-Romero, y terminará por comerse lo que queda de costa. “Ya en Mogán veíamos que todas las playas están en riesgo de desaparecer. Y este fenómeno lo hemos visto en muchas más del Archipiélago. Es un claro ejemplo de no saber cómo funciona un sistema de este estilo”, resalta el autor.

“Lo que tenemos que hacer es estudiar esos espacios, que son dinámicos y frágiles, y luego desarrollar estrategias de recuperación de ecosistemas. Lo importante en una playa, sea de arena o de canto, es que es dinámica. Tú no puedes mantener la foto de la duna y alterar todo el resto, porque la duna morirá. Tenemos que respetar la entrada de arena, circulación y salida de esta si quieres tener dunas vivas. Si no, tendrás cadáveres”, razona Pérez-Chacón.

De acuerdo con la investigación del Proyecto PIMA Adapta Costas de Canarias, financiado por la anterior consejería de Transición Ecológica, Lucha Contra el Cambio Climático y Planificación Territorial, un total de 148 playas desaparecerán del Archipiélago para 2050 y casi la mitad (45,2%) de todas lo harán para el año 2100, siempre y cuando la Tierra se adentre en el peor escenario posible del calentamiento global. Las pérdidas económicas, en tal caso, serían millonarias.

“Estamos viendo que cuando transformas una playa, con un sistema de funcionamiento tan complejo, existe la probabilidad de que este falle y no esté acorde con las futuras amenazas de la crisis climática. Quizá en algunos casos hemos llegado ya demasiado tarde. Pero tenemos que valorar más a las playas de cantos y rocas. O el color oscuro de la arena. Para que haya un cambio de planificación con lo poquito que queda”, concluye García-Romero.

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