Hablando estos días con amigos y conocidos sobre la anterior edición del Womad, la mayoría se acordaba de la irlandesa Imelda May. El suyo no fue el único concierto destacable de 2009 (también estuvieron los de Gary Lucas y Oumou Sangare, entre otros), aunque sí al parecer el que más caló entre el público. Pues bien, espero que cuando vuelva a tener conversaciones similares dentro de doce meses, el nombre que suene sea el de Mayra Andrade. Esta caboverdiana protagonizó, en mi humilde opinión, la mejor actuación que se ha visto en este Womad, en todos los aspectos.
Y es que en esta cuarta y última jornada el festival volvía a mirar a África, continente que el jueves y el viernes tuvo escaso protagonismo. Aún así, fueron los canarios The Mistake los primeros en subir al escenario principal del Parque Santa Catalina, dando mucha caña (se llevaron el récord de decibelios) y cobrándose la deuda que el festival tenía con ellos desde hace muchos años. “Por fin lo hemos conseguido”, afirmaron.
Había asistentes que no acababan de creer que un grupo con tanta fuerza (empezando por el batería, un as) viniera de Tenerife y no de Madrid o de Londres. Pero está claro que en esta edición el pop-rock lo han puesto músicos de aquí, muchos de los cuales me consta que tienen en The Mistake un punto de referencia.
Poco después, a las 20.30 horas, Andrade recitaba una primera línea a capella y en seguida se le unían sus acompañantes. Podría buscar razones extramusicales para explicar por qué esta actuación fue tan especial. Quizá se debió a la presencia de numerosos caboverdianos entre el público (daba la impresión de que por allí andaba buena parte de los inmigrantes de esa nacionalidad que hay en Gran Canaria). O a lo mejor el dominio del castellano ayudase a Mayra Andrade a compenetrarse con el resto del público, hasta el punto de dirigirles a su antojo para que le hicieran coros e incluso entonasen el “Cumpleaños feliz” a su bajista.
Detalles sin importancia frente a la perfecta sintonía que rezumaban los miembros de su banda, la belleza de estas canciones y la calidez de la voz que les daba vida. En otras palabras, la chica se lució, nos hizo bailar y nos dejó con una sonrisa en los labios, todo a la vez. No resulta de extrañar que cinco minutos después la gente se agolpara en el puesto donde venden los discos. Pregunta: “¿Tienes alguno de Mayra Andrade?”. Respuesta: “Lo siento, están todos agotados”. Es verdad que este domingo quedaban ya pocas existencias de los artistas del cartel, sin embargo no puedo más que envidiar a los afortunados previsores que se hicieron con algún CD suyo.
Premio de consolación
Sí que cayeron en mi poder los de The Amaroses y Warsaw Village Band; superada de esta manera la pequeña decepción, volví al escenario para ver a Dub Colossus. Se trata de un proyecto auspiciado por el productor y guitarrista británico Nick Page (el hombre del gorro y la bufanda que se hace llamar Conde Dubulah) junto a músicos etíopes. Y si bien entiendo que en el estudio la suya puede ser una propuesta válida, en directo al menos este domingo no acabó de cuajar. Las piezas estaban ahí: el teclista, Sammi, es sin ir más lejos un intérprete versado en el jazz y con una pericia que demostró el sábado cuando lideró a una formación reducida de Dub Colossus que incluía al propio Nick Page; no obstante en esta ocasión estuvo bastante desaprovechado. Y también hay que reconocer que las dos cantantes le ponían una pasión encomiable, bailando hasta la extenuación.
A modo de resumen diré que el término dub se refiere a un estilo mayormente instrumental derivado del reggae, y Etiopía es la cuna espiritual de los rastafaris, así que esa parte del nombre Dub Colossus sí que encaja. La otra, en cambio, se antoja un pelín exagerada en base a lo que pudimos comprobar en el Womad.
No pasa nada, faltaba todavía el plato fuerte, el artista de renombre internacional que se sumó a última hora al cartel de esta edición. Sacando fuerzas para combatir el cansancio acumulado, esperamos a Cheikh Lô, quien fue presentado por su compatriota senegalés Sitapha Savané. “Me he criado escuchando su música”, comentó el pívot del Gran Canaria 2014. Hasta le ofreció una camiseta de ese equipo de baloncesto con su mismo número, el 7.
Savané se marcó luego algún que otro baile y disfrutó del concierto entre bambalinas, mientras Cheihk Lô desgranaba un extenso repertorio que iba dando pistas sobre sus influencias, como cuando cantó algunas estrofas en castellano en recuerdo de la música afrocubana que interpretó de joven. También le pudimos ver tocando la percusión y la batería o atreviéndose con un solo de guitarra, y siempre con un micrófono de boca que le otorgaba mayor libertad de movimientos, hasta para sacudir las caderas si se terciaba. Porque la intensidad de su música amainó apenas en una balada en la que Lô se hizo acompañar de saxofón, guitarra y bajo. Por lo demás, aquello fue una ofensa continua hacia quienes tenemos atrofiado el sentido del ritmo. Venir al Womad para sufrir de esta manera, no hay derecho.