El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, pero el aura de Pablo Milanés brilla como si el paso de los años no afectara el resplandor de la cada vez menos nueva trova cubana. En un escenario con más de medio siglo de éxitos, el auditorio Teobaldo Power de la Villa de la Orotava, Pablo Milanés hizo disfrutar a más de un millar de almas inundadas por su luz, que acompañaron al maestro en sus cantos emocionados. Un respetable con una media de edad aún más respetable.
Pablo se esforzó sobre el escenario para hacer llegar un repertorio formado por muchos de sus grandes clásicos, no faltó Yolanda a la cita, como tampoco fallaron el Si ella me faltara alguna vez o La Soledad, grandes himnos de amor, de concordia de olvido y esperanza pero sobre todo de nostalgia, nostalgia perenne que a veces se manifiesta de maneras indirectas.
Los mayores aplausos fueron arrancados de las manos del público al esbozar los primeros acordes de El tiempo pasa, momentos emocionantes en los que la apasionada platea recogió con alegría los frutos que lanzaba Pablo, pero que también recibió con cariño a los retoños de su última aventura un Regalo para sus incondicionales.
Pablo volvió dos veces al escenario y en su segundo bis se atrevió a improvisar una de las peticiones insistentes del público que tras una bandera cubana que homenajeaba su tierra le pedía, Amo esta isla y a arrancarse a cantar por primera vez en un escenario, una colaboración con el gran Joaquín Sabina de la que había compuesto la música y Joaquín había creado la letra, Una canción para La Magdalena.
Pablo se retiró del escenario cantando Yo pisaré las calles nuevamente y el enfervorizado le reclamó en pie, bajo el escenario, anhelante, a la espera de que su luz le inundara una última vez.
Todos nos despedimos de Pablo esperando que Suicidio la canción autobiográfica que nos regaló en su último trabajo, no sea una sentencia, y que del ocaso de un creador renazca un mito.