Yolanda Moliné: una vida entre canastas (1990-1992)

La selección española prepara los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 con Vara, Castrejana, Ferragut, Cebrián, Ruiloba, Geuer, Ares (de pie); Hernández, Messa, Mújica, Álvaro, González, Moliné y Pulgar.

Canarias Ahora Deportes

Santa Cruz de Tenerife —

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Biografía

BiografíaYolanda Moliné Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 18-2-1973)

Selección española: 28-12-1990 / 1-7-1992 (Debut / despedida)

Veces internacional: 50 (36-14 victorias / derrotas)

Puntos: 42

Torneos oficiales:

Preeuropeo Helsinki 92 (Clasificada)

Una vida entre canastas

Una vida entre canastas“Claro que fue un palo y un palo de los gordos. Han pasado más de 25 años y aún me duele. Y todavía me veo llorando, despidiéndome de mis compañeras, siendo consciente de que estar en una Olimpiada era una oportunidad que posiblemente no se iba a dar más en la vida y sabiendo también que, después de dos años entrenando mañana, tarde y noche me iba a quedar fuera de Barcelona 92... Duele, sin duda, pero volvería a repetir todo aquello; y lo volvería a repetir incluso quedándome fuera de los Juegos”, recalca Yolanda Moliné, benjamina del llamado equipo olímpico español.

Durante cuatro años, aquel equipo que dirigía Chema Buceta, seleccionador nacional, participó en la liga española bajo los nombres de Caja Toledo o Banco Exterior. Y aunque alguna vez encabezó la clasificación, competía fuera de concurso y sin opciones de lograr el título. Y también se asomó al continente, con una presencia en la Copa Liliana Ronchetti en la alcanzó la fase de cuartos de final y otra en la Copa de Europa, logrando un quinto puesto. Y hasta disputó con una tercera plaza final un oficioso mundial de clubes en Brasil. Eso sí, en su doble condición de equipo y selección española, se centraba en preparar los Juegos de Barcelona 92.

En medio de partidos amistosos, giras por medio mundo y algún preeuropeo saldado con desigual suerte, España disputó más de ochenta partidos de preparación, en los que Moliné fue teniendo una participación creciente: incorporada plenamente al BEX en el curso 90-91, jugó trece encuentros con la selección, pero no fue a los Juegos del Mediterráneo de Salónica, mientras que en la campaña 91-92, amén de acudir a alguna cita con el combinado nacional júnior, tomó parte ¡en los 37 partidos de preparación de la selección absoluta!, incluyendo el preeuropeo de Helsinki (Finlandia), sellado con una agónica clasificación para el Eurobásket de Italia 93.

Ahí se encendieron las alarmas, pues España cayó ante Alemania y la República Checa y sólo una carambola –un inesperado triunfo de Israel ante Alemania– le dio un billete para Perugia 93, tras estar ausente en los dos europeos anteriores. Moliné estuvo a buen nivel y dentro de su rol de jugadora complementaria sumó cinco puntos y tres rebotes en la victoria ante Suecia. Eso sí, se reclamó “más veteranía” para la selección y Piluca Alonso (Zaragoza) y Anna Junyer (Dorna) acudieron a los amistosos finales ante Ucrania, Rusia y Checoslovaquia, un mes antes de los Juegos, en los que Yoli también tuvo algunos minutos.

Sin embargo, días antes de los Juegos, Buceta la dejó sin sueño olímpico para elegir a la gigante (1,96 metros) Piluca Alonso, ¡que no jugaría ni un minuto en los Juegos Olímpicos! “Con el tiempo lo asumes mejor y valoras que vivir aquello con 18 ó 19 años es un privilegio”, agrega Moliné, que acudió a Barcelona para ver el debut olímpico de sus compañeras ante China, antes de viajar a Trípoli y Patras (Grecia) para disputar ¡el Eurobásket júnior! Acabado el ciclo olímpico, abandonó el Banco Exterior y no volvería a la selección española, aunque estuvo cerca de regresar tras un excelente curso 96-97 en el Nacional de Madeira (Portugal).

En medio, jugó un año en el Cajalón (Zaragoza) y en el verano de 1993 regresó a la Isla para militar durante tres años en un Cepsa que ocupaba la zona noble en Primera División y en una ocasión rozó las semifinales europeas ante el Parma (Italia). “Fueron tres cursos muy bonitos por jugar en casa y porque había un muy buen equipo. Me acuerdo de que el primer año teníamos un cinco muy definido [Lidia Mirchandani, Elena Martínez, Yolanda Moliné, Danira Nakic y Zana Lelas], lo que era a la vez nuestra mejor virtud, porque jugábamos de memoria, pero también nuestro mayor problema, por el desgaste que sufríamos”, comenta.

Un año después, con los fichajes de Estela Ferrer y Oranda Rodríguez, aquel Cepsa rozó la gloria europea, hasta que toparon con el Parma y unos árbitros que no merecen ese nombre. La despedida, ya en la campaña 95-96, le permitió compartir equipo con Yulia Gureeva, antes de que la crisis económica pusiera fin a aquel proyecto en la élite y Moliné emigrara a Madeira... y volviera a rozar la selección. Fue su adiós a la élite: “Con 25 años aposté por acabar la carrera de Psicología y fundar una familia con David”, apunta. Aunque eso la llevó dos años más tarde a jugar dos cursos en el Arxil Comervía, cuando trasladaron a su marido a Pontevedra.

Un intento de regresar al baloncesto de alto nivel en el Symel 99-00 frustrado por las lesiones precipitó su retirada... aunque no su adiós al baloncesto. Así, con 45 años cumplidos, reconoce que “aún me desconsuelo cuando veo jugar a mi hijo David”, tercera generación de los Moliné, en los equipos de base del Santo Domingo. Y como exjugadora, aficionada y concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz está “muy ilusionada” con la disputa en Tenerife del Mundobásket femenino de 2018. “Va a ser un acontecimiento único, no sólo para los aficionados, sino para la Isla como promoción turística a nivel mundial”, agrega.

“El nombre de Tenerife, de Santa Cruz o de La Laguna no va a dejar de estar presente”, destaca Moliné, quien también valora “la inversión en futuro que se ha hecho, pues el Mundobásket nos va a permitir mejorar nuestras instalaciones deportivas”. Además, destaca que existe otra inversión en futuro, “pues un acontecimiento de este nivel, teniendo aquí a la selección española y a los mejores equipos de todo el mundo, puede generar más afición al baloncesto femenino entre las niñas que empiezan y también entre las chicas que llevan un tiempo jugando, para que se enganchen del todo y vean este deporte como una opción de futuro”.

Moliné confía en que, con el tiempo, se hable más del Mundobásket en los medios de comunicación y, en todo caso, espera que vaya “mucha gente” a los partidos. Eso sí, no oculta que un buen papel de la selección española ayudaría a generar más interés entre los aficionados locales. “Puede acusar la condición de anfitrión, pero creo que España está preparada para todo. Fueron plata en el anterior mundial y en los Juegos Olímpicos de Río, por lo que lo normal es que hagan un buen papel. La favorita es la selección de Estados Unidos, eso está claro, pero yo espero lo máximo de España y, en un partido, con el apoyo de la gente...”.

Lo dice una exjugadora que se ha pasado su vida entre canastas. Hija de Ramón Moliné, referente del Náutico en Primera División, empezó a jugar con ocho años en el Hispano Británico. “Bea Marrero y Esther Marrero fueron las que me enseñaron fundamentos en un tiempo en el que se prestaba más atención a la técnica individual. Esther fue básica en mi formación, en que aprendiera a defender con intensidad y a bajar el trasero”, agrega. Con catorce años, aún en edad infantil, ya formó parte del Hispano Británico de Paco Apeles y María José Marrero [hermana de las citadas] que fue subcampeón de España cadete en Porriño (Pontevedra) tras perder la final ante el Canoe.

“Ser segundo duele, pero es una experiencia que recuerdo con cariño”, expone. “Lo único malo”, bromea, “es que, como yo era un año más pequeña que el resto, me perdí el viaje de fin de curso [8º de EGB]”. Con esos antecedentes, Moliné no tardó en ser reclutada por la Federación Española para formar parte del proyecto Siglo XXI y viajar a Cataluña: “Antonia Gimeno no sólo me animó, sino que ese verano estuve machacándome con ella en las canchas del CEU. Es una gran entrenadora, que apostó mucho por mí. Tienes las dudas lógicas de irte de casa muy jovencita, pero también tuve mucho apoyo familiar”, agrega.

“Mis padres me tranquilizaron, me dijeron que mis abuelos y mis tíos estaban al lado [en Blanes] y que, una vez allí, todos los fines de semana iban a ir a verme”, agrega una jugadora que tuvo compañeras como Carme González –“a la que conocí en el nacional cadete de Porriño, cuando ella jugaba en el Torelló”– y disfrutó de una adolescencia “que sin duda alguna volvería a repetir. Era duro estar lejos de casa, pero el baloncesto me encantaba. Es algo que une. Hice amistades que aún conservo, aunque no las vea todos los días”. Además, disfrutó de la internacionalidad juvenil en las citas continentales de la categoría en Polonia o Rumanía.

Sin interrumpir su progresión, ya fue importante (4,1 puntos por partido) en el equipo de Manolo Coloma que logró la primera medalla internacional del baloncesto femenino español en el Campeonato de Europa júnior de 1990, celebrado en Alcalá de Henares. Tras siete victorias seguidas, una España en la que estaba su inseparable Carme González o las luego olímpicas Pulgar, Vara, Ferragut, Castrejana o Cebrián –algunas de las cuales ya habían debutado en la selección absoluta– cayó en la final ante la Unión Soviética (76-79), en un partido en el que España perdió por cinco personales a Moliné, Vara, Carrique, Ferragut y Cebrián.

“Pudimos ganar el título, pero el desconsuelo por perder la final se fue en diez minutos. Nos lo pasamos tan bien que más que lamentar perder el oro, valoramos participar en la primera medalla del baloncesto femenino”, explica. “La rabia”, bromea, “es que el oro lo ganó Yulia Gureeva [excompañera en el Cepsa] y siempre que hablamos de esa época me lo recuerda”. Además, ese éxito catapultó su carrera y renunció a una oferta del Xuncas Lugo para ser la benjamina del Banco Exterior 90-91. “Participar en unos Juegos era una oportunidad única y no dudé cuando Buceta me dijo que contaba conmigo para formar parte del Plan ADO 92”, apunta.

Moliné se trasladó a Madrid para integrarse en el equipo olímpico, que finalizó la liga regular en segundo lugar. Además, debutó como internacional absoluta “con 17 años” en un torneo navideño ante Francia, Alemania o Hungría. Y acabada la competición nacional, disputó una decena de amistosos contra Canadá, Cuba, Italia y la República Checa, aunque se quedó fuera del grupo que logró el oro en los Juegos del Mediterráneo de Salónica. Ya en pleno curso preolímpico, Moliné se convirtió en fija en la selección y, como componente del Banco Exterior 91-92, estuvo en el I Mundial de Clubes de Sao Paulo (Brasil), una cita que aquel conjunto saldó con un brillante tercer puesto final y notable protagonismo para Yoli.

Además, acudió con España a una gira por Canadá y participó en el Torneo de Navidad de Pozuelo, saldado con triunfos ante Grecia, Rumanía y Polonia... y notable papel de la tinerfeña ante las helenas: seis puntos y tres rebotes. Antes de acabar el curso, aún tomó parte en 18 amistosos más con la selección y, dentro de una presencia creciente, destacan sus cinco puntos ante Polonia (91-46) en Cádiz, los seis en la sufrida victoria contra Grecia (76-64) en Madrid... Trabajadora en defensa, buena penetradora, con mano para anotar desde el exterior, capacidad de pase y presencia reboteadora gracias a sus 1,78 metros, la alero tinerfeña siempre cumplía.

En ese contexto, su versatilidad le permitía al seleccionador dar reposo a elementos como Blanca Ares y Carolina Mújica. “Eso sí, en ataque no tiraba mucho”, admite. Entonces, completados los partidos de preparación del curso 91-92, llegarían la agónica clasificación para el Europeo de Italia 93 –en el que, paradojas de la vida, España lograría la medalla de oro– y las dudas. Y las peticiones de “más veteranía”. Y ya, camino de la Villa Olímpica, una llamada para romper un sueño. “Fueron dos años entrenando mañana, tarde y noche, pero volvería a repetir todo aquello, incluso quedándome fuera de los Juegos”, recalca Moliné, que, una semana después de la inauguración de Barcelona 92, participaba con España en el europeo júnior de Patra (Grecia).

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