Radiografía de la agricultura en Canarias, una actividad en peligro de extinción
Canarias tiene una superficie total de 7.000 kilómetros cuadrados aproximadamente, lo que traducido a hectáreas (ha) daría como resultado unas 700.000. De esa cifra, la superficie agraria útil asciende hasta las 130.000 ha, es decir, el 18,75%. Según datos del Instituto Canario de Estadística, el terreno cultivado cubre 45.000 ha, mientras que el suelo agrario útil sin uso asciende hasta las 85.000 ha. (60%). Estas cifras, todas aproximadas, establecen que en 2018 el 60% de la tierra cultivable está abandonada en la Islas. En términos económicos, el sector primario ocupaba antes de 1960 (con la agricultura aglutinando la mayor parte de la economía) al 54% de la población activa y generaba el 32% del PIB. En conjunto, ese sector solo ha aportado el 1,2% de lo producido entre 2015-2017 y genera algo más de 20.000 empleos directos, según el Ejecutivo regional.
La progresiva desagrarización en el Archipiélago hunde sus raíces en el crecimiento económico a partir de los años sesenta del siglo XX liderado por el boom del turismo, que llevó aparejado el éxodo rural o el incremento de la construcción. En este contexto se sembró el terreno para la globalización y se produjo la apertura de par en par al comercio internacional ante la necesidad de dar respuesta a los turistas y al aumento de la población local. “Que haya tanto cultivo abandonado se explica por las coyunturas del mercado”, afirma el secretario insular de la Coordinadora de Organizaciones Agrarias y Ganaderas (COAG) en Gran Canaria, Juan Hernández, quien recuerda que “antes se decía que en 25 o 30 años nos íbamos a quedar sin campo”, pero, debido a “la importación de productos sin control”, cree que esta situación llegará mucho antes.
Hernández explica que al agricultor local no le llega para cubrir sus costes de producción con el precio que paga el consumidor (o el operador intermediario) y debe competir con productos de fuera que tienen un coste mucho menor. Este diagnóstico coincide con el de Javier Gutiérrez, técnico de la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Canarias (Asaga), quien añade que los productores isleños “están en desventaja” porque también se les exigen unas “normativas estrictas” que alimentos que entran de otros países no las cumplen, “como el tomate de Marruecos, por ejemplo”.
Además, “por culpa de algunas importaciones se produce la introducción de plagas en los cultivos isleños”, afirma Amable del Corral, presidente regional de la organización profesional agraria Palca, quien cifra “la existencia y persistencia” de más de 80 plagas en las Islas en los últimos años.
A esto se le suma el tradicional problema del agua en Canarias, que provoca que, en ocasiones, “por una explotación de seis hectáreas” un agricultor pague “4.000 euros de agua cada mes”, algo “totalmente inasumible”, según Hernández. Esto se produce sobre todo en medianías y cumbres, zonas donde suelen darse más abandonos de cultivos porque la mecanización y el acceso es más complicado. Del Corral detalla que hay zonas en Garafía (La Palma) donde se han abandonado cultivos por la dificultad que entraña trasladar los productos de las zonas altas a los mercados.
Desde Palca creen que, si no se pone remedio a la pérdida de cultivos en medianías y cumbres, “los montes y los pinares se acercarán cada vez más a los caseríos y, cuando haya un incendio, las casas más próximas estarán en peligro”. La vid, que ocupa en las Islas más de 6.000 ha, siendo el segundo producto tras las plataneras (8.000 ha) que más terreno cubre -de hecho en Lanzarote o La Gomera es el primero en extensión-, y los pastizales (tercero en superficie con 4.000 ha) sirven “como cortafuegos naturales” y, “si se va abandonando suelo”, como resultado “tendremos un cóctel molotov” en los montes.
Por otro lado, desde las tres asociaciones descartan que de los datos de superficie cultivada en las Islas pueda desprenderse una baja productividad. En Canarias se lleva a cabo, en la agricultura enfocada a la exportación, una explotación muy tecnificada y de alto rendimiento. Aunque el plátano se mueve en cifras a años luz de cualquier otro producto agrícola, tanto en producción y exportación como en subvenciones, Gutiérrez asegura que, aunque solo haya un 40% de superficie cultivada, “en algunos suelos se ha aumentado el rendimiento” y, por ejemplo, “en las hortalizas de hojas somos autosuficientes”.
“El productor que no cubre sus costes de producción termina por abandonar porque pierde dinero y los costes son los que son porque no pueden mecanizar las explotaciones de pequeñas dimensiones: son minifundios de difícil acceso. Y el consumidor no piensa que aquí es más caro por estos motivos y no va a hacer un esfuerzo económico para que se siga cultivando”. El problema, por lo tanto, radica en el precio que, además, lo pone el que compra el producto, como explican desde COAG, lo que provoca “incertidumbre al no saber cómo va a cobrar el agricultor el trabajo que está haciendo”. A pesar de todo ello, aunque es mayor la que se pierde, también se recupera superficie agraria útil gracias a iniciativas institucionales o al tesón de jóvenes agricultores.
Relevo generacional
La perspectiva de futuro para la agricultura canaria tampoco es halagüeña dado el escaso relevo generacional con el que cuentan las Islas. “Yo no tengo relevo generacional. Tengo tres hijos, pero no tengo relevo. Y es triste decirlo, pero los que rebasamos la barrera de los 50 años queremos llegar a los 65 lo antes posible para poner fin a todo esto”, relata Hernández.
Amable del Corral recuerda que cuando era pequeño le daban a elegir “estudiar o coger la guataca” (azada en La Palma) y “en todas las casas de agricultores se oía la misma cantinela”. Los hijos, que “veían los problemas que provocaba este trabajo”, decidían tomar otro camino. Para ejemplificar esta situación, el presidente de Palca cuenta que en Tijarafe (La Palma) los descendientes de los aparceros han estudiado carreras gracias al plátano, pero no quieren dedicarse al campo.
Sin embargo, la tendencia no va solo en este sentido; también hay jóvenes agricultores que intentan acceder al campo y explotan fincas abandonadas arrendándolas a sus propietarios, recuerda Javier Gutiérrez.
Es el caso de Simón Moreno, de 33 años, quien ideó en 2015 un proyecto para cultivar pitahaya en Gran Canaria. Tardó más de un año y medio en encontrar las seis hectáreas que ha alquilado en la actualidad. “Fue muy complicado”, recuerda, “antes que nada, uno no sabe donde buscar ni a quién llamar porque no hay ningún directorio en el que haya una relación de tierras abandonadas. Por la carretera, desde el vehículo, se puede ver por toda Gran Canaria un montón de suelo abandonado, pero no hay un número de teléfono, ni una puerta donde tocar”.
Decidió entonces poner anuncios en internet e ir “finca por finca”, para hablar con los vecinos, o entrar en bares de la zona preguntando por dueños de tierras que quisieran arrendar. Como anécdota, cuenta que su coche, que tiene tres años, suma ya 100.000 kilómetros recorridos, la mayoría hechos durante la búsqueda de suelo que cultivar, que en Gran Canaria ocupa el 20% de la isla.
Pero la dificultad se extiende una vez se contacta con algunos propietarios, “que en su mayoría son herederos y quieren vender, no alquilar”, porque tienen que hacer frente a la desconfianza que se produce al no haber un directorio con intermediarios. Además, hay quien ofrece precios desorbitados porque “conciben el arrendamiento de tierras como si fuera el alquiler de una vivienda”, o casos incluso en los que ofrecen “contratos por zafra que no garantizan poder recuperar la inversión”.
Al final consiguió encontrar la tierra gracias a un anuncio que vio en internet, pero la persona que lo había puesto no arrendaba, sino que quería alquilar a medias. “Llevaba mucho tiempo cultivando papas y tenía una agenda de contactos en el sector muy grande, así que llegamos a un acuerdo y me pasó algunos números”. Moreno contactó con uno de ellos y pudo acceder a suelo cultivable para llevar a cabo su proyecto.
También las instituciones tratan de incentivar la incorporación de jóvenes al sector primario. El año pasado el programa de relevo generacional puesto en marcha por el Gobierno de Canarias facilitó la creación de 250 empresas agrarias a cargo de jóvenes menores de 40 años.
El papel de las instituciones
La agricultura, y el sector primario en general, sobrevive gracias a las subvenciones procedentes de la Unión Europea, la Política Agraria Común, y a las iniciativas del Gobierno de Canarias, además de los cabildos insulares. Contribuyen, básicamente, a “mantener lo que ya existe”, afirma Javier Gutiérrez, quien detalla que gracias a las ayudas económicas “han aumentado los niveles de autoabastecimiento o ha crecido la producción en algunos subsectores, como las hortalizas. Pero las administraciones tienen sus limitaciones presupuestarias”.
Desde COAG, Juan Hernández va más allá y asegura que “a veces ni con las ayudas se llega”, porque no todas las producciones reciben subvenciones acordes a sus necesidades. Amable del Corral relata que, por ejemplo, “la Comisión Europea establece que, si no se hace un estudio de producción y comercialización, no acepta incluir nuevas producciones en el Posei. Ojalá que todos los pequeños cultivos tradicionales se fomentasen con subvenciones, pero no puede ser”.
A esto se suman los programas de fomento del consumo de producto local, como Crecer Juntos, del Gobierno de Canarias. Hernández considera “mortal” para los agricultores que desde la hostelería en el turismo no se haya apostado por el sector primario local y explica que el programa del Ejecutivo regional funciona bien con productos como el queso y el vino, pero no pasa lo mismo con la gran mayoría de los alimentos locales. “Son de cara a la galería para darle caché al hotel, pero no se traduce en que se consuma un volumen de mercancía que permita el desarrollo de las explotaciones locales”.
Javier Gutiérrez cree que proyectos como Crecer Juntos “son bienvenidos” en el sector primario, pero reclama “una mayor implicación”, tanto de las instituciones como de las empresas, “para ampliar la colaboración entre la agricultura y el turismo y ayudar a mantener la viabilidad”.
Sin embargo, no toda la responsabilidad de las dificultades que se viven en el sector es achacable a factores externos. Juan Hernández también critica que en 30 años los productores locales no hayan sabido unirse para fortalecerse. A su juicio “esto ha propiciado que cada vez seamos menos y más débiles. Y es una pena que Canarias no pueda tener ni un 20% de soberanía alimentaria”.