El sahumerio de Pablo Casado
Lo de Casado es de nota, queridísimos míos. Según los periódicos metropolitanos, la campaña del candidato pepero tiene el objetivo único confesado de echar a Pedro Sánchez de La Moncloa para ponerse él a combatir el nacionalismo con los criterios unidimensionales, eso sí, de quienes conocen poco la historia de España. En el contexto de esa batalla suya se propone recurrir ante el Tribunal Constitucional los que llama “decretos abertzales” porque recibieron el apoyo del PNV, Bildu, ERC, PDeCAT y no sé si algún otro demonio. O sea, lo importante no es que sean disposiciones útiles sino quienes las respaldan. Para Casado los tales decretos, que el PSOE califica de “sociales”, son electoralistas sin reparar en que no lo son menos los recursos anunciados. Está visto que sólo los peperos son hijos de Dios
El aspirante de la derecha aspira a ser califa en lugar del califa y largó lo que les llevo dicho y alguna otra cosilla durante su visto y no visto en Canarias, adonde vino a echar un sahumerio, como decían en lo antiguo de los que vienen y se van con la misma sin calentar puesto. Primero estuvo en La Palma y Tenerife y después en las tres islas orientales sin enterarse, con las prisas, de que ahora son cuatro pues La Graciosa acaba de estrenar su condición administrativa de isla. Le bastaron unas pocas horas para predicar la buena nueva. La suya, claro.
Vaya por delante que a mí no me convence Sánchez por mucho que alegue de Casado. No he tenido ocasión, ni ganas, de comprobar si son ciertos sus feos desplantes, el desprecio de los asuntos canarios que le atribuyen; a él y a algunos miembros de su Gobierno, comenzando por José Luis Abalos, ministro de Fomento a pesar de su apariencia y tono de cenizo tristón y desganado. No sé lo que hay de verdad, de media verdad o de mentira porque no me fío de los mandamases canarios, aunque tampoco me sorprendería porque la actitud de Sánchez se corresponde a la forma desastrada con que Clavijo dejó en la calle y sin llavín a los socialistas, sus socios de gobierno hasta que decidió echarse en brazos de Rajoy. Ni pasársele por la cabeza, a él ni a nadie, que la moción de censura, considerada un disparate, acabaría dando el poder a los socialistas. Con lo que comenzó el vía crucis de Clavijo: Sánchez, dicen que vengativo como él solo, no quiso recibirlo ni siquiera cuando el presidente canario, desesperado, le pidió una entrevista de solo diez minutos. Un tiempo insuficiente para abordar la problemática de las islas por lo que no es temerario sospechar que el objetivo de Clavijo no era abogar por las islas sino conseguir una foto con Sánchez de cara a la campaña en la idea de que muchos electores dejarían de votar CC si prosperaba la imagen de su escaso chance en Madrid.
No da pie con bola este muchacho; Clavijo, o sea. Porque tiene lo suyo que Celia Blanco, magistrada del Juzgado número 2 de La Laguna, el que entiende del “caso Grúas”, se sintiera obligada a dictar providencia confirmando que el presidente canario figura en el sumario como “investigado”, que así llaman ahora a los que antes decíamos “implicados”. Ocurrió que en las últimas semanas aparecía Clavijo en no sé qué papeles como “interviniente” o “compareciente”, lo que le bastó para emular a Trump: si al presidente USA le alivió que el informe del fiscal Mueller descartara su entendimiento con Putin, a Clavijo le vendría bien ser eso, interviniente; o mejor, compareciente, que distancia aún más la idea de imputado/investigado que tanto monta. Fue la insistencia la que, como digo, puso a la jueza en la necesidad de aclarar en concepto de qué figura Clavijo en el embrollo del caso Grúas. Y aprovecha para avisarlo de que “una vez transcurrido el plazo que se dio a las partes para alegaciones sobre el informe presentado por el Ministerio Fiscal, se fijará fecha para ser oído” Clavijo que podrá entonces “ejercitar el derecho de defensa que le corresponde”.
El descalabro judicial de Coalición Canaria (CC) tinerfeña no acaba con Clavijo sino que unido al caso de La Teresitas puede marcar el fin de CC, que ya no da mucho de sí en Gran Canaria. Lo de las Teresitas ya está sentenciado y en prisión sus responsables: Miguel Zerolo, que fuera alcalde de Santa Cruz, vicepresidente del Cabildo de Tenerife y Senador; Manuel Parejo, ex concejal de Santa Cruz; y los empresarios Antonio Plasencia e Ignacio González. Los cuatro han sido condenados como autores y beneficiarios del pelotazo de Las Teresitas que produjo grave quebranto a las arcas municipales de la capital tinerfeña.
La sentencia y las condenas han tenido, como no podía ser de otra manera, consecuencias políticas. Así, Unidas Podemos, integrada por Podemos, Izquierda Unida y Equo, ha exigido a CC la expulsión de quienes ostentaban en 2011 su representación parlamentaria y de los que votaron a Zerolo en el Parlamento canario para senador a fin de que pudiera aforarse y esquivar la acción de la Justicia. Asimismo exigen la expulsión de quienes votaron en el pleno del Ayuntamiento a favor de la operación de Las Teresitas cuando ya se conocía, incluso por informaciones periodísticas, la existencia de tasaciones de los terrenos del pelotazo por una cantidad muy inferior a la que aprobó la corporación municipal y pagó el Ayuntamiento a los cuatro condenados. Entre las reivindicaciones tras las condenas figura la reclamación por parte de círculos ciudadanos de la devolución del dinero para reparar el daño a la caja municipal. Es el final, todo hay que decirlo, de la política de amiguetes característica de algunos grupúsculos tinerfeños de influencia que se encuentran ahora con una clara respuesta social a la que no están acostumbrados.
¡Gibraltar, español!
Uno de los eslóganes acuñados por el franquismo era el de ¡Gibraltar, español! Le servía al Régimen para entretener al personal con esa reivindicación prietas las filas, recias, marciales, nuestras escuadras van y demonizar, de paso, a la “pérfida Albión” que, al menos en Canarias, aparecía como la referencia democrática por excelencia. Ha tenido que venir la democracia liberal-degradada que padecemos para que, por fin, las naciones europeas, reunidas en la UE con inclusión de la “impía Francia”, consideren a Gibraltar una colonia lo que, por lo visto, acerca al Peñón a la soberanía española con gran cabreo de gibraltareños y británicos.
Lo que sea sonará pero no me resisto a traer aquí un par de anécdotas de los años 50, una sospecho que apócrifa y la otra no tanto. Las dos se relacionan con manifestaciones exigiendo la devolución de Gibraltar que le venían muy bien al Régimen para aglutinar al personal frente a las decadentes democracias inorgánicas llamadas a sucumbir ante la española orgánica, o sea, por cojones hablando mal y pronto.
Ni qué decir tiene que uno de los puntos de reunión de los manifestantes para reclamar el Peñón era la embajada del Reino Unido y cuenta que en una de ellas el ministro de la Gobernación, el canario palmero Blas Pérez, telefoneó al embajador ofreciéndole el envío de más guardias para su mayor seguridad. Y dicen que el embajador declinó el ofrecimiento y que bastaría con que no mandara más manifestantes.
Debió ser por la misma época la manifestación reivindicativa de Gibraltar que al pasar delante de El Corte Inglés, entonces en la calle Preciados, creo, apedrearon los escaparates.
Y ya puesto entre mis primeros recuerdos claros figura la coronación de Isabel II, todavía reina de Inglaterra. Fueron muchos los canarios que asistieron a las celebraciones en aquel ya lejanísimo 1953. Me queda el recuerdo de algunos familiares que allá fueron en los que, imagino, primeros viajes organizados desde Canarias. Pero sobre todo recuerdo los escaparates de Las Palmas repletos de cajas de caramelos y bombones, que utilizábamos una vez vacías para guardar los equipos de chapas o los trompos de aquellas edades. Algunas servían incluso para que las mujeres guardaran sus útiles de costura. Por todos lados había fotos de la todavía princesa, de la estatua de Nelson, de Westminster, del palacio de Buckingham, de tabernas y pubs populares, de las guaguas rojas de dos pisos de las que algunas unidades llegaron a circular por Las Palmas años después traídas por la empresa de las “Jardineras Guaguas”, nombre que se me antojaba un tanto extraño hasta que alguien me aseguró que era denominación de influencia inglesa con el adjetivo antes del sustantivo.
La coronación de la reina Isabel fue, como digo, un acontecimiento en las islas. Y debo confesar que años después, cuando ya era plenamente consciente de que vivíamos bajo una dictadura feroz, me preguntaba como fue que celebraran las islas, con gran regocijo semejante acontecimiento en un país que además de ser referente de la democracia liberal abominaba de la Iglesia católica, apostólica y romana. Igual es verdad que Churchill, primer ministro británico entonces, fue de los estadistas europeos interesados en que los españoles pecharan con la dictadura franquista.
Lo de Casado es de nota, queridísimos míos. Según los periódicos metropolitanos, la campaña del candidato pepero tiene el objetivo único confesado de echar a Pedro Sánchez de La Moncloa para ponerse él a combatir el nacionalismo con los criterios unidimensionales, eso sí, de quienes conocen poco la historia de España. En el contexto de esa batalla suya se propone recurrir ante el Tribunal Constitucional los que llama “decretos abertzales” porque recibieron el apoyo del PNV, Bildu, ERC, PDeCAT y no sé si algún otro demonio. O sea, lo importante no es que sean disposiciones útiles sino quienes las respaldan. Para Casado los tales decretos, que el PSOE califica de “sociales”, son electoralistas sin reparar en que no lo son menos los recursos anunciados. Está visto que sólo los peperos son hijos de Dios
El aspirante de la derecha aspira a ser califa en lugar del califa y largó lo que les llevo dicho y alguna otra cosilla durante su visto y no visto en Canarias, adonde vino a echar un sahumerio, como decían en lo antiguo de los que vienen y se van con la misma sin calentar puesto. Primero estuvo en La Palma y Tenerife y después en las tres islas orientales sin enterarse, con las prisas, de que ahora son cuatro pues La Graciosa acaba de estrenar su condición administrativa de isla. Le bastaron unas pocas horas para predicar la buena nueva. La suya, claro.