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El “relato” de Rajoy

Tenía razón José Bono al quejarse el otro día, en el hotel Santa Catalina, de que se califique de “fachas” a quienes están por la unidad de España. Aunque es verdad que todos los fascistas van de unidad nacional (la que ellos consideran tal) no todos sus partidarios son fascistas. Le faltó al ex ministro explicar que ese ideal, aspiración o conveniencia de unidad, lo ha utilizado el fascismo como una suerte de deus ex machina para justificar sus acciones “patrióticas” que abarcan la violencia e incluso el asesinato. Pero esto no implica que querer la unidad nacional se corresponda necesariamente a semejante connotación ideológica. Esta confusión se debe a que el fascismo franquista impuso a sangre y fuego su concepción de la unidad proscribiendo todas las demás y apoderándose de sus símbolos. No es raro que gente de mi generación reconozca que no acaba de habituarse al espectáculo de jóvenes en los estadios envueltos en la bandera española o con la cara pintada de rojo y gualda para animar a la selección. Sin duda no estarán menos perplejos esos mismos jóvenes con la que lió el añorante del franquismo que vio el morado de la bandera de la II República camuflado en la nueva camiseta de la selección de fútbol. País.

Ya he dicho otras veces que de los cuatro problemas de España al iniciar el siglo XX, el único sin resolver todavía es el de la integración territorial; los otros tres, la Iglesia, el Ejército y la reforma agraria, quedaron atrás. No recuerdo dónde leí esa observación ni quien la hizo, pero la he usado alguna vez y con más razón ahora pues da idea de la gravedad y profundidad del conflicto catalán. No en vano se trata de una cuestión tan secular como la incapacidad del Gobierno para asumir la personalidad política de Cataluña a fin de integrarla en España. En lugar de procurar seducirla como se ha dicho estos días, volvió Rajoy a tirar del anticatalanismo fomentado durante siglos desde el centro sin lograr vencerla.

En realidad estamos ante una doble impotencia pues si España no tuvo la fuerza necesaria para integrar Cataluña, tampoco los catalanes la tuvieron para independizarse, como hicieron los portugueses. En el clima de mistificación de la historia que se aprecia en este asunto, debería España reconocer su fracaso unificador (ahí está, por ejemplo, el concierto vasco, el régimen navarro, no pocas excepciones en la misma Cataluña, etcétera) y los catalanes recordar que si no lograron la independencia en el levantamiento de 1640 no pueden actuar ahora como si aquella derrota no hubiera ocurrido. Quiero decir que la solución no es que España vuelva a recurrir al anticatalanismo para enterrar las aspiraciones de toda una comunidad de semejante peso en España; ni que los catalanes se apunten a brutos y difundan falsedades como la de que España les roba lindando ya con la xenofobia.

La utilidad de un conflicto

Por si le sirve a alguien diré que el texto anticatalán más antiguo que conozco es de Francisco de Quevedo y lo tituló La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero. La política del conde-duque de Olivares habían encendido el separatismo y en 1640, año de la publicación del escrito, se produjeron los levantamientos de Cataluña y Portugal y hubo amagos en Andalucía y Vizcaya. El resultado fue la derrota catalana y la independencia de Portugal.

Quevedo estaba por entonces preso en la cárcel de San Marcos de León y quiso complacer con su escrito a Olivares y desahogar la indignación que le produjo la revuelta, lo que le hizo exagerar la embestida. Pero lo que importa es que el problema catalán lleva pesando sobre la historia de España tanto tiempo que no puede considerarse mero capricho la permanente insatisfacción catalana.

Se trata de un problema grave que en su presente “edición” ha vuelto a poner de manifiesto la incapacidad histórica para resolverlo del Gobierno central que igual acaba ahora, con Rajoy, de agotar todas las oportunidades. Porque él o sus estrategas están utilizando la ruidosa bronca para escaquear la paralización de las tareas parlamentarias y la nueva serie de recortes que se prepara en Educación y Sanidad. Otra buena es la engañifa de la recuperación económica, por no hablar de la vista del caso Gürtel donde la fiscalía consideró demostrada la existencia de la caja B del PP; en lo que Manuel Morocho, inspector jefe de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) señalaba en comisión, en el Congreso de los Diputados, a varios de sus “beneficiarios”, o sea, a miembros sobresalientes (“sobrellevantes”, más bien) entre los que incluyó a Rajoy, Arenas, Trillo y qué sé yo. Morocho se refirió asimismo a los intentos del PP de desestabilizar las investigaciones del Gürtel.

Otro objetivo del Gobierno, en fin, es que no se entere la gente de que la pobreza, la marginación social, las desigualdades tienden a hacerse estructurales; que ni se pare a pensar que son más de 800 los peperos imputados en las diversas causas de corrupción. Y eso sin contar las mentiras acerca de la superación de la crisis; o aquella de que los españoles no pagaríamos un euro de los miles de millones regalados a la Banca para salvarla y que, como era de esperar, nos han caído encima obligando a nuevos recortes. Por no hablar en el caso canario de los incumplimientos sistemáticos de los compromisos presupuestarios y de cualquier medida que pueda sacar a las islas de la cola en todos los índices de bienestar. Sin contar que salir por ahí con la bandera nada hace por la unidad nacional y mucho por el Gobierno. Con los salarios estancados y a la baja siguen subiendo los precios sin que se vea por ninguna parte el menor intento de arreglar algo, de impedir al menos que ni con un trabajo se esté a salvo de la indigencia.

No menos desapercibido ha pasado que España figure en el estudio del Foro Económico Mundial sobre independencia judicial emparejada con Bostwana y Kenya, en el puesto 58 de los 137 países analizados. El estudio del Foro, publicado el 26 de septiembre pasado, confirmó los datos de abril de la Comisión Europea que fijaba en el 58% el número de españoles que consideran “mala” o “muy mala” la independencia judicial, lo que puso a España a la cola de los países europeos sólo por delante de Bulgaria, Croacia y Eslovenia.

El grado de independencia de los jueces se mide respecto a los gobiernos, las empresas y las personas lo que me recordó un dicho de mi abuela: dime de qué presumes y te diré lo que no eres. Mucho proclamar las excelencias de la democracia española, que el PP coloca entre las primeras del mundo, pero hay lo que hay. Y lo que hay en este frente de la Justicia es la constante proclamación pepera del respeto a las decisiones de los jueces (siempre que hagan las cosas a su gusto, ya se ha visto) y la insistencia en la independencia judicial sin fisuras como si fuéramos bobos. ¿Es necesario mencionar a todos los jueces que el PP ha puesto en la picota como prueba ? ¿O los extremos a que ha llegado para entorpecer la acción de los jueces?

El Gobierno español, a remolque

¿Cuándo y cómo acabará el conflicto catalán? Es la pregunta del millón. De entrada parece que el Gobierno va a remolque de las ocurrencias catalanas. Que no son improvisaciones sino el resultado de que los catalanes tienen un “relato” sobre el que trazaron su plan cuajado de alternativas a las reacciones posibles del Gobierno. Es lo que ha querido decir el inevitable Aznar al comentar que “se ha dejado un margen enorme a los secesionistas”. Lo que, traducido a romance, es un reproche a Rajoy que no ha sabido cómo llenar ese margen. Piensa Aznar, al menos eso se desprende de su comentario, que es suficiente disponer de la capacidad coercitiva del Estado y no dudar en utilizarla para meter en cintura al más pintado. De acuerdo con esa idea, que Rajoy comparte, se fue a la judicialización, crujieron a Artur Mas con un multón de aquí te espero creyendo que bastaría para que todos pusieran sus barbas en remojo. Pero que si quieres arroz, Catalina. Mas pagó y las cosas siguieron tal cual. Nadie se arrugó ante la clara amenaza a sus patrimonios en lo que Puigdemont mareaba la perdiz hasta optar por la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) a la que siguieron los encarcelamientos y la marcha del president a Bruselas, considerada, de inmediato, una fuga vergonzosa con orquestación de acusaciones de cobarde, de traidor a sus compañeros, a los que supuestamente dejó en palanca después de inducirlos al mal. Con la rápida respuesta de los 200 alcaldes desplazados expresamente a Bruselas en apoyo de Puigdemont se produjo la correspondiente y desangelada reacción pepera de poner el acento en el origen del dinero con que se pagó el tour separatista. Cuando en realidad lo que debería preocuparle al PP es la de veces que los han madrugado los catalanes en el último mes. Aunque ya puestos con los alcaldes, me pregunto cómo se las ingeniaron para llevar consigo sus varas, no sé si de mando o de adorno, cuando en los aviones te quitan hasta los palillos de dientes no vaya a ser que algún admirador de Jackie Chan sepa utilizarlo para inmovilizar a la tripulación y hacerse con el aparato. Cosas peores se han visto en la pantalla.

El “relato” de Rajoy y el fin de la historia

Cada vez estoy más convencido que la prepotencia le ha jugado una mala pasada a Rajoy y a su Gobierno. No tuvo en cuenta que los catalanes son de echarles de comer aparte y se equivocó al tirar tanto de la cuerda. Quiero decir que, contra lo que se dice, Rajoy sí tiene un “relato” que arranca de los tiempos en que Aznar y él de pajullo, no veían claro eso de la Constitución y ni les cuento de su título VIII, el de la organización territorial del Estado “en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan”. No les gustaban los andares de la perrita, pero tragaron dado que la gente quería antes que nada democracia constitucional, la que resultó autonómica pues los catalanes andaban en esa clave con un fuerte tirón en el resto del país, a pesar de que, valgan verdades, la generalidad de la gente no sabía muy bien qué cosa eran las autonomías; a pesar de que casi en todos sitios se gritaba lo de “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía”, de factura catalana, cómo no…

Alianza Popular (AP) andaba ya en trance de convertirse en PP que agrupó a la derecha franquista, a la conservadora sin apellido especial y a los ultras, lo que sin duda fue un buen servicio. Lo cierto es que aceptó AP la Constitución, no recuerdo si ya como PP, mediante una operación en que todas las partes renunciaron a algo para que saliera bien el invento. Los socialistas abjuraron del marxismo; los comunistas aceptaron la Monarquía y pudimos ver a Carrillo dar gracias a Dios en el Congreso por no recuerdo qué divino favor; el Ejército y la Iglesia renunciaron a sus papeles tradicionales, etcétera. Que en Europa no entendían nada lo reflejó, por aquellos días constituyentes, la perplejidad del autor de un reportaje sobre la situación política, creo recordar que en el Times. Según él, se sospechaba que Carrillo se había virado monárquico y que el rey Juan Carlos era comunista.

Y vuelvo al “relato” de Rajoy, por entonces y como indiqué pajullo de Aznar con quien compartía sus reticencias respecto a la Constitución. En alguna entrega anterior recordé la trayectoria de Rajoy, desde la recogida de firmas por toda España contra la reforma del Estatut; su recurso contra él ante el Tribunal Constitucional; y el fallo de éste a su favor estimando el recurso que provocó el disparo del número de independentistas y el hundimiento de los autonomistas que impulsaron la reforma, lo que se vio en las autonómicas de 2010, unos meses después de la sentencia. Fue, por así decir, la primera etapa del conflicto último. Conviene anotar que el TC no pertenece al Poder Judicial; que en cuanto intérprete de la Constitución, está por encima del Supremo como se vio cuando libró a los “Albertos” (Cortina y Alcocer) de los tres años de cárcel a que los condenó el Supremo por el asunto de la torres de Kio, al estimar lesionado sus derechos a la tutela judicial efectiva; que, en cualquier caso, el nombramiento de miembros del TC depende en grado importante del Gobierno.

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No contaré de nuevo los pormenores de las etapas siguientes. Sólo destaco que cuando, tras varios años, comenzó a hablarse de la conveniencia de reformar la Constitución, el PP se valió de la exigencia constitucional de tres quintos de los votos tanto en el Congreso como en el Senado, para que ni siquiera se propusiera lo que el PP no estaba dispuesto a permitir. La reforma que ahora, por cierto, le ha prometido Rajoy a Pedro González para que lo apoye frente a los catalanes con el 155. Ya veremos si cumple.

Y a lo que iba: Rajoy tiene también su “relato” para impedir el desarrollo de una Constitución de vocación federal que para muchos sería la manera de lograr la integración territorial de España pero para la derechona sería todo lo contrario. En este sentido, es evidente que si Cataluña fue pieza clave para que la Transición se orientara hacia el llamado Estado de las Autonomías; y si a nadie sorprende que fueran los catalanes los que más han insistido en su profundización y ampliación, en la reforma constitucional, menos sorprende que un partido de tantas connotaciones autoritarias cuasi jacobinas como el PP trate de bajarles los humos. Cosa que en otros tiempos lograba Madrid mediante los apaños con la burguesía pactista que ya no tiene la exclusiva catalanista, lo que es un cambio significativo.

Rajoy cree que con mano dura todo se arregla y se ha encontrado con una gente que, a mi entender, se la tenía preparada. Creo que una cosa era el procés que desarrollaban a la vista de todos y otra el que se movía por debajo a partir de la previsión de los pasos que daría el Gobierno para arruinar o contrapesar las iniciativas catalanas. Según lo que hiciera el Gobierno daban una u otra de las respuestas previstas contando con que Rajoy entraría en una espiral en la que de poco le sirven los apoyos de la UE con los que parece que contaban los catalanes.

En este punto les diré que se ha lucido la Prensa españolista burlándose de la ingenuidad de Puigdemont al esperar que se volcara en su apoyo una instancia supranacional como la UE creada, precisamente, para anular los nacionalismos europeos en gran medida desencadenantes de las dos guerras mundiales del siglo XX. Obtendrá, a lo sumo, el respaldo de los nacionalismos, impregnado en muchos casos del peor de los fascismos, si es que los hay mejores.

No es posible adivinar cómo va a acabar esto. Durante varias semanas lo he tenido como monotema como ha ocurrido en pocos medios en los que me ha parecido advertir, junto a los decantados abiertamente por Rajoy, algún esfuerzo por ver un poco más allá del planteamiento de buenos y malos. De los que aparecen como malos Puigdemont y su gente. Personalmente, no me gusta como ha llevado el asunto, con demasiados golpes de efecto sin medir las consecuencias sobre la actual situación europea. Es verdad que la UE deja mucho que desear, pero es lo que hay.

El 21 de diciembre habrá elecciones autonómicas en Cataluña. Las meteduras de pata de Rajoy y lo feo que ha quedado tras las piruetas de Puigdemont le han hecho algo de campaña. Con la contracampaña de la huelga del miércoles pasado en que la muchachada se lanzó a cortar carreteras, a bloquear las estaciones de tren y demás gracias que han irritado a la gente. Los efectos negativos de la huida de empresas imagino que se harán notar y no puedo decirles ahora mismo si Puigdemont, lanzado como está al poliglotismo, ha mejorado a ojos de los electores. Podría hablarse de muchas cosas pero al final lo que importa es qué ocurrirá si después de tanto lío para callarlos ganan los independentistas. Y qué si logran ganar el conjunto de PP, PSOE y Ciudadanos. Dicen estos últimos que estas elecciones resolverán el problema, cosa que dudo.

Tenía razón José Bono al quejarse el otro día, en el hotel Santa Catalina, de que se califique de “fachas” a quienes están por la unidad de España. Aunque es verdad que todos los fascistas van de unidad nacional (la que ellos consideran tal) no todos sus partidarios son fascistas. Le faltó al ex ministro explicar que ese ideal, aspiración o conveniencia de unidad, lo ha utilizado el fascismo como una suerte de deus ex machina para justificar sus acciones “patrióticas” que abarcan la violencia e incluso el asesinato. Pero esto no implica que querer la unidad nacional se corresponda necesariamente a semejante connotación ideológica. Esta confusión se debe a que el fascismo franquista impuso a sangre y fuego su concepción de la unidad proscribiendo todas las demás y apoderándose de sus símbolos. No es raro que gente de mi generación reconozca que no acaba de habituarse al espectáculo de jóvenes en los estadios envueltos en la bandera española o con la cara pintada de rojo y gualda para animar a la selección. Sin duda no estarán menos perplejos esos mismos jóvenes con la que lió el añorante del franquismo que vio el morado de la bandera de la II República camuflado en la nueva camiseta de la selección de fútbol. País.

Ya he dicho otras veces que de los cuatro problemas de España al iniciar el siglo XX, el único sin resolver todavía es el de la integración territorial; los otros tres, la Iglesia, el Ejército y la reforma agraria, quedaron atrás. No recuerdo dónde leí esa observación ni quien la hizo, pero la he usado alguna vez y con más razón ahora pues da idea de la gravedad y profundidad del conflicto catalán. No en vano se trata de una cuestión tan secular como la incapacidad del Gobierno para asumir la personalidad política de Cataluña a fin de integrarla en España. En lugar de procurar seducirla como se ha dicho estos días, volvió Rajoy a tirar del anticatalanismo fomentado durante siglos desde el centro sin lograr vencerla.