Introducción a los gentilicios burlescos en La Gomera
Los gentilicios burlescos o apodos gentilicios son nombres propios concebidos para identificar a los individuos naturales de un determinado lugar. Históricamente los apodos, los individuales sobre todo, han nacido por la necesidad de identificación de las personas, cuando el simple nombre de pila no era lo suficientemente inequívoco y los apellidos no se habían generalizado aún. En Canarias, sobre todo en las áreas rurales y en los arrabales de las ciudades, perviven hasta hoy los apodos, si bien con una sensible tendencia a perderse, aunque como bien es sabido, los apodos individuales en ocasiones se convierten en familiares. ¿Quién no conoce a alguien por el apodo de la familia?
Pero siendo muy interesantes los apodos individuales, nuestra preocupación en este breve artículo es analizar los apodos gentilicios de La Gomera; se trata, pues, de nominar produciendo una aureola de expresividad que no tienen los modos convencionales u oficiales de nombrar (podríamos poner el ejemplo de Chicharrero vs. Santacrucero).
Hay que tener en cuenta que, referidas a ciertos colectivos, denominaciones más o menos peyorativas no gentilicias hay muchas en Canarias como es “mago”: voz utilizada para ‘personas del campo, de modales rústicos’. Pero para la construcción de los gentilicios, los lingüistas presuponen modos dominantes que varían en diferencias estilísticas y que, por ejemplo, podemos observar en la adopción de un adjetivo gentilicio a partir del antiguo nombre de la localidad, como podría ser mulagüense por Mulagua (Hermigua).
Luego están los gentilicios burlescos, que los lingüistas distinguen a tres niveles: por competencia onomástica (saber, por ejemplo, que chicharrero significa ‘propio de Tenerife’), la competencia léxica (saber, pongamos por caso, que pantanero —de Vallehermoso— es un derivado de pantana ‘cidra’) y la competencia histórico-cultural (saber, verbigracia, que culeto —de Agaete— guarda relación asociativa con culé ‘aficionado al Fútbol Club Barcelona’).
Así, por ejemplo, hay gentilicios regulares que tienen carácter despectivo como villano de la Villa de San Sebastián. Según el Diccionario de la RAE, villano significa 'ruin, indigno e indecoroso. A propósito de este asunto, el articulista gomero Francisco Ayala apuntaba en 2001 una anécdota que seguro que más de uno le sonará familiar por su contexto: Los «padritos», como los llamaban en el pueblo aunque fuera el mismo obispo, solían venir a San Sebastián por las Fiestas Lustrales de Guadalupe, la Patrona de la Isla. Y don Jacinto Caballero, que contaba con un grupo entusiasta de jóvenes colaboradores, organizaba unas fiestas memorables en las que no faltaba un solo villero; «villanos» nos decían los de Hermigua, y nosotros a ellos, «magos».
Los apodos gentilicios, que en sustancia responden a los mismos factores que los personales o los familiares, están en Canarias, como ocurre en otros lugares y en esencia por los mismos motivos, en abierta decadencia desde que se produjo el cambio socioeconómico que conocieron las Islas a partir de los años sesenta del pasado siglo (sustitución del sector primario por el terciario y el consiguiente proceso de urbanización). De este tipo subsiste en La Gomera el gentilicio chalanguero para los de Valle Gran Rey.
En La Gomera, como sucede en otros lugares, estos sobrenombres responden en esencia a dos pautas de formación: o aluden descriptivamente a alguna actividad gremial (como puede ser Pantanero en Vallehermoso), a menudo en retroceso y por lo general relacionada con el sector primario de la economía, o son despectivos (lagartero (Alajeró), lagañoso/legañoso ‘De San Sebastián de La Gomera’, etc.), como consecuencia de las rencillas entabladas entre localidades vecinas.
Baste pues esta coplilla como complemento final de este breve artículo: «De la Villa soy villano / de Alajeró, lagartero / de Chipude, chipudano / y de Hermigua, caballero».
Para más información recomiendo la lectura de los trabajos de Gonzalo Ortega sobre los gentilicios de Canarias.