El último libro del palmero Nicolás Melini, Brindo por el hombre más puro que conozco, refleja la cara más fea del hombre, del ser humano, pero también del varón, que, sostiene, se encuentra en crisis. Hay una crisis de la masculinidad. “Al hombre se le demoniza por esa capacidad mayor para ejercer la violencia”, ha asegurado en una entrevista con La Palma Ahora.
-¿Por qué dice que este es un buen libro para aquellos que no han leído nada suyo?
-Porque me parece que los que han leído varios de mis libros, o todos, me identifican especialmente con lo que contiene este libro.
-En su última obra aborda varios temas: crisis existencial, soledad, amor, agresión sexual… ¿Cuál tiene más peso?
-Quizás lo que unifique todo sea una visión poética y tremendista del mundo. O quizás el intento de contar al ser humano contemporáneo a través de sus múltiples historias y personajes.
-Asegura que este libro refleja la cara más fea del hombre, del ser humano, pero también del varón, y que el varón se encuentra en crisis. ¿Qué ha originado la crisis de la masculinidad?
-Me parece que es una crisis que se produce al confrontarse las ideas de los nuevos tiempos con una masculinidad que —en términos muy generales— es agresiva, incluso violenta. La agresividad, y la violencia más, están cada vez peor vistas (no siempre fue así). Al hombre se le demoniza por esa capacidad mayor para ejercer la violencia. La demonización lo debilita, lo hace dudar. Muchas veces la reacción concreta del individuo es, en el desconcierto, más violencia, abundando en el problema. La capacidad del varón para ejercer la violencia nos ha venido muy bien en determinados contextos, pero no en sociedades de consumo. Aquí lo que mejor funciona es lo cool, suave, positivo, publicitario. En esta combinación de democracia y capitalismo consumista todo se democratiza cada vez más y es más ligero, más superficial, menos sólido. El varón hoy, en Occidente, tiene muy mala prensa, es demasiado rugoso, conflictivo, negativo, bruto, para los tiempos. Supongo que algo parecido diría Byung-Chul Han sobre ello. Son muy estentóreos los intentos de muchos por suavizar al hombre, y esto va parejo con la fase de capitalismo en la que nos encontramos, en la que parece que todo lo que no sea cool es apartado. La mujer es más amable y encaja mejor. Los hombres y las mujeres reciben un trato muy diferente en función de su género. Al hombre se le atribuye, porque es cierta y lo demuestra continuamente, una capacidad grande de ejercer la violencia, así que cada individuo es de temer y sospechoso antes incluso de hacer nada. La ficción, y también la mía, ha servido para denunciar la violencia del varón. La encontramos en todo tipo de novelas, cuentos, películas. Estamos muy avisados sobre esa violencia, no hay más que encender la tele. Esto debilita al hombre, lo mete en crisis, pero no lo podemos obviar.
-Entiendo que considera que el hombre sufre cierto maltrato social por una cuestión de género.
-No, no considero que el hombre sea un pobrecito sufriente de maltrato social por ser hombre. Quizás sea la naturaleza del escritor, que necesita conocer a los personajes, estar en ellos, aunque no necesariamente para salvarlos. Sí es verdad que, aunque más violentos, los varones también tienen su corazoncito, y ese corazoncito es humano. No ganamos nada con demonizar al hombre. La demonización mete en crisis al varón y ahí perdemos todos, hombres y mujeres. Un ejemplo sobre el que quizás tengamos cierta perspectiva: cuando los inmigrantes subsaharianos llegan a Europa, las autoridades —la policía, por ejemplo— están más expectantes respecto de ellos que de ellas. Es normal, ellos podrían ejercer una violencia que en el caso de ellas es improbable: encontrarse con ellos intimida más que encontrarse con ellas. Todo se conjura para que ellos lo tengan más difícil. Con el transcurso del tiempo es cada vez más claro: ellos son perseguidos y ellas no, ellos no consiguen regularizar su situación y ellas sí, ellos son expulsados y ellas no, y un largo etcétera. Ellas, por su condición de mujeres, más amables, reciben mejor trato en el país de acogida, pero, también, por su condición de mujeres, han estado más expuestas a la violencia durante su emigración y también lo están en el país de acogida. He escrito sobre ello. Lo que sucede a las mujeres que emigran por Libia es de una brutalidad inconcebible, y son los hombres los que ejercen esa violencia contra ellas. En occidente, que los hombres sean normalmente más capaces de ejercer la violencia tiene muchas ventajas para ellos, pero también desventajas, algunas muy evidentes y otras no tanto: los hombres van más a la cárcel, entre los indigentes hay muchos más varones, los varones se están suicidando mucho más que las mujeres. Que, en términos generales, las mujeres sean más amables, les concede gran beneplácito en múltiples situaciones, pero también las convierte en las que más violencia reciben: violencia de género, trata, violaciones, asesinatos… Esas violencias provienen sobre todo del varón, y, por supuesto, es algo que debemos proscribir. En la UE se han producido unas conferencias para tratar el tema de una posible crisis de la masculinidad, una de ellas, de la psicóloga canadiense Susan Pinker. Las conclusiones de sus estudios son muy interesantes. Ella parte de una imagen: cuando abría la puerta de su consulta casi siempre se encontraba a un niño, muy rara vez a una niña. Y se preguntó qué era lo que estaba pasando. Los niños necesitan ayuda. Parece que las niñas no. Esto la llevó a una larga investigación. Su conclusión es que los hombres son frágiles, las mujeres son fuertes. Pero, por supuesto, no podemos permitirnos que esto sirva para justificar las violencias que están perpetrando los hombres. En EEUU se ha hecho muy popular otro psicólogo —psicólogo clínico en este caso—: Jordan Paterson. Cientos de miles de jóvenes y hombres de todas las edades empezaron a seguirlo porque, según él, estaban perdidos, muchas veces al borde de arrojar la toalla de sus vidas, y él los ayudaba diciéndoles lo que necesitaban oír para salir del agujero. Todo esto es muy interesante porque se ha abierto un gran debate en el que se ponen sobre la mesa nuevos descubrimientos científicos, nuevos conocimientos en psicología, en sociología, en medicina, y mucho de lo que creíamos hasta antes de ayer se cuestiona. Algunas de nuestras percepciones o de nuestras convicciones ideológicas quedan en entredicho y ello nos obliga a volver a pensar. Volver a pensar está muy bien. Siempre hay que volver a pensar. Jordan Paterson dice que está demostrado que, mayoritariamente, hombres y mujeres tienen preferencias distintas en muchos aspectos de la vida, como, por ejemplo, a la hora de escoger un trabajo. Cuando las personas son absolutamente libres para elegir a qué dedicarse, como sucede en Noruega —dicen que el país más igualitario del mundo—,hay profesiones que se llenan de mujeres y profesiones en las que solo hay hombres. Yo creo que la igualdad sería eso. Que hombres y mujeres tengan libertad para hacer lo que quieran, sin la coacción de un género sobre el otro. Y resulta que entonces no compiten exactamente en los mismos sectores, ni por los mismos puestos de trabajo, ni por similares condiciones laborales.
-¿Qué camino debe seguirse para lograr la igualdad real entre hombres y mujeres?
-La idea de libertad es fundamental. Si libres, iguales. Lo que nos hace cada vez más iguales es ser libres. Con esto creo que se está dando alguna confusión, porque suele ponerse encima de todo la idea de igualdad, pero la idea fundamental para que la igualdad se dé no es la igualdad misma, sino la libertad. Deberíamos estar avisados ya de lo injusto que puede llegar a ser que promulguemos la igualación de las personas directamente. Eso ya lo hemos intentado y fue, y es, un desastre. Produce casos como el de Corea del Norte, donde todo el mundo es y parece igual, en efecto, pero sin libertad alguna. Por no hablar del comunismo en la Unión Soviética. También la igualación que se está produciendo en occidente debido a la democracia y el capitalismo tiene sus contraindicaciones: Byung Chul han lo llama el infierno de lo igual, pero no es ni mucho menos un infierno tan terrible como el tipo de igualación que requiere, encima, de un sistema totalitario. Hay que cuidar que la mujer sea libre. Hay que conceder libertad y demandar libertad. Convertirnos en una especie de policías censores del machismo o ejercer de censores de las mujeres (hipersensibles) es todo lo contrario que conceder libertad. Otro aspecto fundamental es la democracia: es evidente que sin democracia la mujer lo tiene mucho más difícil.
-¿Cree que la era del patriarcado está dando los últimos coletazos?
-Prefiero pensar estas cuestiones desde una perspectiva que prescinda de sesgos ideológicos. Aunque sea más complicado. El sesgo ideológico es maniqueo, presupone buenos y malos. A través del sesgo ideológico podemos encontrarnos enmarañados en prejuicios. Hemos estado las últimas décadas muy alertas a prejuicios morales del tipo “si lleva minifalda es una cualquiera”, por ejemplo, hasta el punto que hemos conseguido acabar con muchos de esos prejuicios y parecen absolutamente superados. Ahora, mediante el maniqueísmo, podríamos incurrir en prejuicios de sentido contrario: “Si se escarrancha al sentarse se cree muy macho”, por ejemplo. Son prejuicios del mismo orden: en ambos casos se trata de inmovilizar al otro, coartar su libertad de movimiento, aplacar su condición. A ellas para que sean comedidas sexualmente, a ellos para que contengan su masculinidad y, en definitiva, exactamente para lo mismo, para que sean comedidos sexualmente. Los prejuicios me parecen negativos en ambos casos. Tarde o temprano los prejuicios contra los varones serán molestos y habrá que educar contra ellos, igual que hacemos el esfuerzo por educar contra prejuicios que demonizan a la mujer. En cuanto a la posibilidad, que refieres, de que pudiéramos encontrarnos en los últimos coletazos de algo, creo que la historia no funciona así. Tenemos la mala costumbre de ser muy esquemáticos, pero normalmente los esquemas y los eslóganes no coinciden más que con los intereses de los distintos grupos políticos. No son la realidad. Imaginemos por un momento que los equilibrios geopolíticos se tambalean, EEUU, deja de ser nuestro aliado y entramos en guerra; entonces la sociedad de consumo desaparece, todo lo cool y publicitario se esfuma y la violencia, cuya capacidad mayor se atribuye, porque es cierta, a los varones, se convierte, no en algo que denostar y demonizar, sino en una parte necesaria de los valores en alza. No creo que se pueda decir que hemos dejado nada definitivamente atrás. Por eso, también, la pretensión de que dejemos algo definitivamente atrás es conflictiva. Y sin embargo, una gran paradoja, según Steven Pinker el ser humano es cada vez menos violento. Podemos involucionar en cualquier momento, pero, al mismo tiempo, avanzamos en la dirección de ser menos violentos. Lo estamos consiguiendo. Podemos ser optimistas.
-¿Cuál es su opinión sobre el movimiento feminista?
-Me siento en sintonía con los libros de Chimamanda Ngozi Adichie, que se ha vuelto muy popular últimamente. Hay muchos feminismos. No hay uno solo. Leyéndola a ella he sentido que es así cómo he educado a mi hija, para que sea libre. Pertenezco al 80% de los españoles que estuvieron de acuerdo con la huelga feminista del 8M. Creo que el feminismo, en cierta medida, ha triunfado en nosotros. Por otro lado, hay una minoría feminista, dogmática, con la que no me identifico. Tampoco me veo reflejado en el feminismo anticapitalista, porque, ya he dicho, el capitalismo puede tener aspectos que se lo pongan un poco más difícil a las mujeres que a los hombres, pero, por otro lado, ha sido mano de santo a la hora de democratizarnos, igualarnos y suavizarnos, hasta el punto de que el hombre agresivo no encaje del todo; además, el anticapitalismo impugna todo lo existente, pero no muestra una alternativa, es más emocional que racional. Por último, también me siento distante del feminismo que precisa de una gran victimización de la mujer. Me remite a la victimización cristiana. Es una estrategia política casi religiosa, muy eficaz, pero es muy tóxica: supone alimentar una gran herida todo el tiempo. Es como una Semana Santa del feminismo. Las mujeres más capaces huyen de ello. Pero también hay quien lo convierte en negocio. En EEUU, se han creado tantos negociados en torno a este tema que hay feministas que lo ven como un problema, porque podría estar desvirtuándolo todo.
-¿La composición del gobierno de Pedro Sánchez es un reflejo de esa crisis del varón?
-Es un reflejo de cómo somos hoy como sociedad. Según las encuestas, el 80% de los españoles estuvimos de acuerdo con la manifestación del 8M, que abogaba por una igualdad real entre hombres y mujeres. Pedro Sánchez está ofreciendo un gobierno que es adecuado a cómo respiramos los españoles en cuestiones de género. La democracia también es eso: recoger el sentir general y hacer caso a la sensibilidad mayoritaria. En este caso lo tenía fácil porque es muy evidente que todo lo que tiene que ver con la mujer, hoy, es positividad pura, fluye extraordinariamente bien y no se cuestiona. Era una apuesta política segura. No es tanto un reflejo de la crisis del varón como la constatación de que somos una sociedad que quiere la igualdad real entre hombres y mujeres.
-Parte de sus historias transcurren en La Palma: ¿Qué destaca de la Isla como escenario literario?
-Me parece que es un buen lugar, como cualquier otro, para convertirse en el escenario de las historias con las que contar cómo es esto de ser persona en el mundo.
-¿En qué nuevos proyectos literarios trabaja?
-He estudiado y reflexionado mucho los últimos 10 años. Tenía la sensación de que había algo que se me escapaba, que no comprendía. Algo sin cuyo entendimiento era absurdo ponerme a escribir una novela convencional tras otra. O un cuento tras otro. Finalmente, ese estudio y esa reflexión ha devenido en un tipo de ficción menos emocional —mucho menos tremendista—, más de ideas. También en una mezcla de géneros que no había practicado ni se encuentra en los libros que he publicado hasta ahora, combinación de narración ficticia, narración de lo vivido (memoria) y ensayo. Tengo una novela corta, El estupor de los atlantes, que ha sido traducida al francés y será publicada en Francia a finales de año. Pero este no es más que uno de los manuscritos inéditos que tengo. Apenas estoy publicando los libros que escribo.