Agonía de un bien patrimonial
Santa Cruz de La Palma, año 1701. Gaspar Méndez Abreu, un reputado maestro de obras palmero, decidió decorar la cúspide de la torre de Santo Domingo con un remanente de azulejos holandeses almacenados en algún lugar. Esta torre, levantada en pocos meses y sin interrupciones, se situaba junto a un convento dominico y una iglesia que ya se encontraban allí desde 1533. El historiador Antonio Marrero opina que la finalidad de los azulejos era producir un efecto visual: al reflejar el sol, la superficie esmaltada crearía destellos de luz. Víctor Correa, técnico de patrimonio, va más allá y sostiene que la torre representa la antorcha que lleva en su boca el perro emblema de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden dominica.
La cerámica holandesa al estilo de Delft (Delfts blauw), de fondo blanco y figuras predominantemente en tonos azul cobalto, es uno de los estilos de alfarería más valorados y reconocibles. El término “cerámica de Delft” es un nombre genérico que engloba una producción cerámica hecha con una técnica perfeccionada en esa ciudad y que se extendió luego por talleres de los antiguos Países Bajos. A Canarias, sobre todo a Tenerife, La Palma y Gran Canaria, llegaron algunas partidas de estos azulejos durante la segunda mitad del siglo XVII. Un libro de próxima publicación, Hechura de Flandes, coordinado por Juan Alejandro Lorenzo Lima, actualiza y amplía los datos históricos y artísticos existentes sobre esa sugestiva época.
Azulejos resplandecientes, balcones de madera en rojo almagre, muros de mampostería hechos con piedra oscura, campanas de bronce, balaustrada verde agua rodeando la parte superior, remate con una esfera de metal en la que se apoyaba una veleta… La torre representa a la perfección la síntesis de estilos, materiales y formas que caracteriza la arquitectura palmera de la época. La cúpula tiene forma de una pirámide de cuatro caras cuyas aristas se cierran en la parte inferior, lo que le da un cierto aire oriental, bizantino.
La torre y la iglesia siguen en pie. El convento, no. La torre y el convento fueron desamortizados en 1835 pasando a manos privadas. En 1932, fueron adquiridos por el Cabildo de La Palma. El espacio que ocupaba el convento fue destinado a la construcción de un instituto de secundaria, el actual IES Alonso Pérez Díaz. Las obras comenzaron ese mismo año y se dilataron casi tres décadas. Los terrenos fueron cedidos al Ministerio de Educación en 1942. El instituto se inauguró en 1961. El conjunto quedó repartido de la siguiente manera: la iglesia de Santo Domingo pertenece a la Iglesia católica; el instituto de secundaria, a las Administraciones educativas; la torre campanario, al Cabildo insular.
Cuatro décadas más tarde, en 2004, un equipo de alumnos y profesores del IES Alonso Pérez Díaz coordinados por Facundo Daranas trabajó en una propuesta de restauración la torre, bastante maltratada por el paso de los siglos, el sol, la lluvia, el viento y las obras que habían tenido lugar en su entorno. Esa propuesta fue atendida por el presidente del Cabildo, José Luis Perestelo. Se fotografiaron los azulejos de la cúpula y se rehabilitaron, entre otras partes, los cuatro balcones del exterior y la escalera interior.
Marzo de 2013. Subidos a una grúa de los bomberos, la entonces consejera de Cultura, María Victoria Hernández, y varios técnicos del Cabildo pudieron observar de cerca los azulejos y los volvieron a fotografiar. La consejera pudo certificar su mal estado. “Están deteriorados, pero es impensable restaurarlos”. No es habitual que un cargo político se exprese de manera tan clara y directa. “No hay dinero, al encontrarse en un lugar inaccesible, no se pueden mostrar al público”. Con las fotografías se hizo una exposición ese mismo año que formó parte del proyecto “500 años de Flandes en La Palma”. Los azulejos muestran animales fantásticos, angelitos, barcos de vela y niños jugando en pareja que ríen, pasean, se columpian, riñen, corren.
Una última reforma, en 2015, repintó los balcones de los laterales y repuso la baranda que rodeaba el remate y que había sido retirada durante las obras del Instituto. La torre quedó casi rehabilitada, salvo la cúpula. Como pudo comprobar de cerca la consejera del Cabildo poco tiempo antes, los azulejos ya no reflejan la luz del sol ni resplandecen: el esmalte está completamente deslucido; muchos están dañados, fragmentados; otros han perdido todo el vidriado. El deterioro es evidente incluso respecto a las fotos que se conservan de los años 30 y 40 del siglo XX. La parte quizás más valiosa de la torre, la más difícil de restaurar, la más deteriorada, sigue pendiente.
“No puedo decir que tengan un valor incalculable, pero sí tienen un gran valor porque es patrimonio y es una pena que se pierdan”, afirma un técnico restauración de obras de arte. Los azulejos y la torre de la que forman parte tienen el valor que les da el ser documento de una etapa artística en la que se creó un estilo arquitectónico original, reconocible, peculiar, propio de La Palma. También tienen el interés de ser un testimonio aún visible de las rutas comerciales de Canarias con Amsterdam en la segunda mitad del XVII. Del puerto holandés llegaban a las islas diversas manufacturas: mobiliario, cerámica, campanas, piezas metálicas de menaje. La cerámica se compraba en lotes y luego se distribuía para darle diferentes usos. Tenían tanto una finalidad utilitaria (enseres domésticos, impermeabilización, rodapiés, contrahuellas de escaleras) como decorativa (paredes, artesonados). Su uso en exteriores no era lo más frecuente, aunque no faltan ejemplos, como el mirador de la casa Massieu de Santa Cruz de La Palma.
Han pasado más de 300 años desde la construcción de la torre. Cuando un elemento del patrimonio está en peligro, las decisiones que pueden tomarse son varias: protegerlo, rehabilitarlo o no hacer nada. Por el momento, esta última opción ha sido la que ha predominado. No hay proyecto, no hay plan, no hay partidas presupuestarias. Una de las opciones sería proteger lo que queda de los azulejos y así frenar su deterioro, para lo que habría que cubrirlos con barniz, vidrio o metacrilato.
La rehabilitación, cambiarlos por otros nuevos, suele ser lo ideal, pero hay dudas sobre la conveniencia de hacerlo. Puede ser muy oneroso y, en casos como este, es probable que acabe destruyendo el objeto que se quiere restaurar. “Como están incrustados con mampuesto y mortero, al retirarlos, pueden romperse”, comenta un técnico de patrimonio. En todo caso, haría falta un estudio detallado que despeje muchas incógnitas. “Que es un riesgo, por supuesto, pero no se puede hacer un juicio de lo que hay que hacer hasta que no haya un análisis minucioso. Se debería hacer un informe y valorar cuáles se podrían quitar y cuáles no”. Esto no lo puede hacer cualquiera. “Obviamente, sería una empresa especializada en conservación y restauración de obras de arte, no una empresa de construcción”. Hacer ese estudio no está, que se sepa, entre los planes del propietario de la torre.
Sea cual sea la opción elegida, resulta tremendamente complejo tomar una decisión. “No hay una respuesta exacta. En todo lo que tiene que ver con la historia y con la gestión de bienes culturales no hay verdades absolutas”. Además, Santa Cruz de La Palma está llena de obras de obras de arte que proteger. “No hay dinero para restaurar a la vez todo el bendito patrimonio que tenemos, pero poco a poco se pueden ir sacando partidas e ir arreglando y rehabilitando cosas”. El dilema es hacer algo para salvar esos azulejos o darlos por amortizados y dejar que se pierdan definitivamente.
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