El beso

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Hace muchos años escribí sobre el valor de los símbolos en el fútbol y sigo pensando que los tiene. Para muchos el fútbol es un juego y también un deporte, además de un negocio. Pero hay algo más según algunos pensadores que se han dedicado a investigar lo que el fútbol puede llegar a simbolizar, lo que puede llegar a significar en la sociedad. En cierto sentido el fútbol viene a ocupar un espacio dentro de nuestro universo en el que los seres humanos ven manifestarse los valores de su comunidad. Los que amamos el fútbol vemos reflejadas en él, de alguna manera, muchas de nuestras esperanzas de redención. El fútbol es un lugar de refugio donde esperamos encontrar la salvación, una auténtica religión y como tal religión necesita dioses que adorar y sacerdotes que oficien de intermediarios. Además, como toda religión que se precie, el fútbol encierra sus misterios. En 1981 Vicente Verdú escribió un libro en el que intentaba desvelar parte de esos misterios. Se titulaba El fútbol, mitos, ritos y símbolos (Alianza Editorial, Madrid 1981) y en él ofrecía teorías de todo tipo. Años más tarde reconocería que todo lo dicho por él y por los demás sobre el tema era insuficiente para dar cuenta de lo que verdaderamente estaba pasando en el fútbol. Porque lo que pasa, según Verdú, “es tan exageradamente emocional y colectivo, contagioso y simbólico, que la vida, el mundo, toma un aspecto u otro si gana o pierde el equipo. Y no sólo el mundo exterior se altera violentamente sino la vida interior, la creencia en el destino personal y todo eso…”.

Y, sin alejarme demasiado del tema que nos ocupa y volviendo a la interpretación de los gestos y lo que simbolizan, me pregunto, por ejemplo, ¿por qué no va el rey al partido de Sídney y sí la reina? ¿Por qué no fue la reina al partido de tenis de Alcaraz y sí fue el rey? Piensen un poco. Aparte de la cosa demagógica con botes incluidos, hay una identificación inconsciente del público con el sexo que cada uno representa, sea real o no, y que se evidencia por el sexo de los que luchan en la arena. Otra pregunta: ¿Por qué alguien besa en los labios a una jugadora después de un partido de gloria internacional en el momento de recibir ellas los honores? Pues para dar a entender que ellas han realizado el esfuerzo, el trabajo que se les exigía, pero el premio lo daba él con un beso a la bella durmiente para despertarla de su sueño. Aquí mando yo. Yo doy el beso y su boca es mía. Vamos, repito, que aquí mando yo.

Se está hablando mucho estos días sobre ese beso en particular. El beso no tiene más relato que el que todos vimos en los medios: un tipo vestido de negro, en fila junto al resto de autoridades, va saludando a las ganadoras y cuando llega una en cuestión le sujeta la cara con ambas manos le aprieta el rostro y le da un beso en los morros. Nada más. Sólo eso: un beso en los morros. ¿Qué pasa entonces que ha levantado tanto clamor público? Pues que ese beso fue robado, extraído de una boca que no esperaba tal recibimiento por parte de un galán de pacotilla al que nadie le había pedido que lo hiciera. Y punto. No caben más comentarios ni elucubraciones. Ni era el momento, ni se lo habían pedido, ni quien lo recibía había solicitado tal gesto por muy de alegría, de euforia o de agradecimiento que ahora el sujeto que lo da reclama como justificación.

Si tuviera que hacer una lista de besos, la haría y los clasificaría en razón de su belleza, su ternura, su reclamo, su propósito, etc. Explicaría cómo se besa, cuándo y dónde, y en razón de esas situaciones explicaría lo que cada beso representa para quien lo recibe. Pero ante todo debo aclarar que lo primero y fundamental de un beso es que sea mutuo, consentido, dado y recibido con la misma intención; es decir que ese beso sea querido por ambas partes y apropiado a determinadas circunstancias. No importa en qué circunstancias, lo que importa es cómo se da el beso y otorgarle el valor que tiene en ese momento. No soy juez del caso, pero si lo fuera que de algún modo lo soy como cualquier miembro de esta sociedad, le diría al tipo ese que es una muestra impresentable del peor de los machismos imperantes. Su actitud prepotente, vociferante, dictatorial, es típica de esos cachorros muy, pero que muy, machos. Que tocarse los cojones para demostrar la alegría de que las niñas hayan ganado la copa del mundo, no es signo de euforia excepto en los animales de instintos muy primarios que se los lamen en plena selva para demostrar su poder. Que hacerlo en público y delante de millones de mujeres y hombres de buena voluntad que observaban con cariño y alegría ese triunfo, es un acto simbólico de lo que ese elemento representa en el equipo que se está vitoreando y que no es otra cosa que su poder sobre el grupo que se homenajea, el poder de sus testículos (se los tocó con la mano derecha, por cierto).

Ya lo había calado yo en otro campeonato. Su actitud soberbia, de aquí estoy yo y aquí yo mando y ordeno, era evidente para los telespectadores que seguíamos los partidos en el mundial de fútbol masculino, pero entonces pasaba desapercibido entre tanto macho con chilaba en un país donde ellas no estaban o si estaban no se las veía y si se las veía era a través de una cortina de faldas y velos sobrepuestos. Pero esta vez no ha pasado desapercibido. No. Es evidente. Él quería hacerse ver y que todas las mujeres del mundo mundial supiésemos que allí mandaba él. Que entre todos los machos presentes él era el dominante. Y por eso el beso mal dado, el apretón de la cara, el silencio posterior de la jugadora, las declaraciones desvalidas de la muchacha intentando disculpar al que probablemente será quien luego diga esta sí, esta no, esta tampoco que me hizo la cobra, esta sí que me ha sonreído y reído a carcajadas el ultimo chiste soez al que suelo recurrir en fiestas, viajes y veladas deportivas porque mi cerebro no da para más; el comentario de la madre quitándole importancia y preservando el trabajo de su hija; las frases lapidarias de ministras y concejalas de la cosa política. Todo eso formando un batiburrillo de noticias y comentarios que empañan el honor y la gloria que las mujeres que han logrado ese triunfo gracias a su esfuerzo, su empeño y dedicación, necesitaban. Y, en resumen, que, una vez más, observamos con tristeza cómo un gesto tan nimio ha restado importancia a las celebraciones que un grupo de mujeres llenas de coraje merecían.

Elsa López

23 de agosto de 2023