El bordillo de la acera no es un lugar para adultos
Sentado en el bordillo de la acera, la realidad se observa más terrenal. La humanidad traza un paso de incertidumbre y desgarro. Nos conocemos como especie; pero no hemos aprendido lo importante después de tantos siglos. Quizás no nos interese.
Enfrente de la calle, un niño también toma asiento en el bordillo de la acera. Me mira. Le desconcierta mi presencia. Este no es un lugar para adultos. Perdemos ese derecho a medida que cumplimos años. Otra estupidez más de esta sociedad de conductas y modas caprichosas.
Invertir en nosotros es lo que mejor podemos hacer. Invertir esas migajas que somos capaces de robarle al tiempo. Ocuparlas en lo que nos apetece y no en lo que las modas y la corriente social dicta que nos debería apetecer. Invertir en conocernos para descubrir lo que, en verdad, nos apetece. Y a pesar de toda posible derrota, soñar y atrevernos. ¿No es, al final, la posibilidad de la derrota, el mayor acto de valentía?
Con un gesto de la mano, saludo de manera tímida al niño que me mira. A nuestro alrededor la gente va y viene; los coches circulan en ambas direcciones frente a ambos. Él los observa desde su lado, yo desde el mío. El mismo acontecimiento mirado desde dos perspectivas diferentes. No me devuelve el saludo. Soy un adulto y estar sentado en el bordillo de la acera no es un lugar para los adultos. Hace mucho que perdí el derecho. Ante su visión del mundo, los adultos suelen invertir su tiempo sentados alrededor de alguna mesa de un bar, mientras intentan arreglar el mundo; o en la cola de algún banco realizando negocios; o inmersos en los pasillos de los centros comerciales; o comprando toda clase de aparatos que luego no utilizan; o enfadados en resolver problemas y circunstancias que todavía no se han dado…
Atiendo el paso de la especie humana y escucho mi paso a través de la vida. Le susurro al viento que nunca he sido feliz en la manera tradicional, pero aprendí a disfrutar de la vida para compensar esa falla. Bueno, fui feliz de niño. Muy feliz. Sin embargo, ahora no sé cómo regresar a ese tiempo. Todo queda muy lejos.
Invertir en nosotros, escucharnos, hablarnos. Somos nuestro mejor patrimonio. Cosas de locos, quizás. ¿Y quién no delira? Aprender a conocernos para entendernos, y entender lo que necesitamos en este tiempo que vivimos. Reconocernos en nuestros gestos, nuestros actos y nuestras decisiones, en nuestras valentía y derrotas; y no tener la estúpida sensación de ser la vida de otro, la decisión de otro, los miedos de otro.
Una mujer se acerca; el niño se levanta y le agarra la mano. Mientras se aleja no deja de mirarme. Soy un extraño en un lugar habitable solo para niños. Sigue desconcertado. Probablemente, les dirá a sus amigos que ha visto a un adulto sentado en el bordillo de la acera sin hacer nada. No le crearán; dirán que todo es un invento para darse protagonismo. No tendrá testigos; su madre no me ha visto. Ningún adulto me ha visto. Para ellos, el bordillo de la acera tampoco es un lugar para adultos.
Andrés Expósito
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