La gloriosa llegada del primer hidroavión de pasajeros a La Palma me recuerda esas películas románticas antiguas que hoy no tendrían ninguna posibilidad en Netflix en las que un alto, blanquísimo, de ojos azules y muy guapo capitán llega a una isla del Pacífico Sur y nada más llegar se encuentra a una hermosísima indígena que además lee a Proust peinándose sin ninguna necesidad a pie de playa y que se enamora del hidroaviador a pesar de ser un imbécil desatado o también a esas otras películas en las que quien llega en el hidro es una aventurera americana mujer de vanguardia rica heredera que ha decidido dejarlo todo para explorar el África austral y perderse para siempre en la selva a manos de caníbales o lo que es peor casarse con un misionero que cuelga los hábitos por ella. Ustedes dirán que así cualquiera, pero el romanticismo demodé de esas películas de antiguo cine de barrio a mí llega con el hidroavión y hay cosas peores en estos tiempos desalmados.